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A lo mejor esto cambia, ¿verdad?

Sheyla Urdaneta | 25 ago 2018 |
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Sofía, de 8 años de edad, vive en Maracaibo. Por la intermitencia con la que se presta el servicio eléctrico allí, tuvo que recibir a oscuras los regalos de Navidad. Otro bajón le arruinó su fiesta de fin de año escolar en julio. Harta, voluntariamente decidió hacer un video para contarle —y mostrarle— al mundo qué significa no tener luz en una ciudad que hierve. 

Fotografías: Ernesto Pérez

El 24 de diciembre de 2017, Sofía pasó el día ansiosa. Desde que amaneció no hacía más que pensar en los regalos que a la media noche le traería Santa. Cuando se tienen 8 años, son muchas las ilusiones que se mantienen intactas y, entusiasmada, al finalizar la tarde de ese día, se vistió con su ropa nueva para sentarse a la mesa junto a la familia y disfrutar la cena de Navidad.

Cuando estaban terminando los preparativos, a las 9:00 de la noche, se fue la luz.

Y eso era un problema. Sofía y su familia viven en Maracaibo, una ciudad donde el aire acondicionado no es un lujo, es una necesidad. La capital del estado Zulia hierve por las noches y quema en el día: las temperaturas van desde los 38 hasta los 42 grados centígrados.

Continuaron la víspera de la Navidad en medio de un sopor vaporoso.

—Todo tuvimos que hacerlo a oscuras: la cena, recibir los regalos. Dormimos sin luz. Santa vino sin luz.

Cuando abrió el regalo, allí estaban los patines que había pedido en la carta que escribió. Se los puso e intentó usarlos, pero se cayó porque no tenía práctica. Como todo estaba oscuro, sus papás le dijeron que era mejor que los guardara hasta el día siguiente. Y eso hizo.

Aunque en el Zulia los cortes ya eran frecuentes, ese fue distinto: porque era Nochebuena, porque se produjo en todo el estado y porque se mantuvo durante 15 horas.

Sofía no lo olvidaría.

Sofía estudia en un colegio que queda en la planta baja de su edificio. Meses después de aquella navidad, la oscuridad le arruinó otra fiesta. Era julio de 2018 y estaba divirtiéndose con sus amiguitos, en el compartir del fin de año escolar, cuando se fue la luz. Ella y sus compañeros tuvieron que finalizar el encuentro antes de la hora: los maestros les pidieron a los padres que buscaran a los niños.

Ella, en compañía de María Fernanda, su madre, tuvo que subir 220 escalones para llegar al apartamento en el que vive, en el piso 11. El ascenso le resultaba demoledor. Se quejaba, lloraba.

—Mamá, ¿qué es la crisis?  —le preguntó, ya agotada.

María Fernanda se lo explicó como pudo, mientras iban jadeando y agarradas del pasamanos de la escalera. Cuando llegaron a la vivienda, sentía mucho dolor en sus piernas diminutas: le temblaban. Y estaba muy sudada. Le pidió agua a su abuelita Tita, quien también vive allí. No estaba fría, pero se la tomó. Y por fin se sentó.

Entonces, en un impulso de creatividad, le dijo a su mamá que quería grabar un video para subirlo a Youtube y contarle a la gente cómo es vivir en esa urbe tan calurosa con tantas interrupciones de energía eléctrica. Ya lo habían hecho antes, cuando grabaron uno sobre la caída de uno de sus dientes.

María Fernanda, habituada a la elocuencia de su hija, esta vez buscó su celular. Ambas se fueron a la habitación de la niña, quien se sentó en su cama, de espaldas a una pared que tiene corazones rosas y círculos amarillos. La madre comenzó a grabar y Sofía empezó a hablar de esos “duros días sin luz”.

—Decidí hacer este video para contarles cómo es sobrevivir a Venezuela sin luz. Es horrible, horrible, horrible. No se lo deseo a ningún niño como yo. A nadie, a nadie, a nadie. El 24 de diciembre cortaron la luz. Esperamos los regalos e hicimos la cena sin luz. Las cosas no han cambiado. Todos los días quitan la luz y ni avisan. Suena loco, ¿verdad?

Hizo una pausa y continuó.

—Estaba bailando con mis amigos en la fiesta del colegio y en la tercera canción se fue la luz, cuando se supone que la deberíamos pasar felices.

Inquieta, Sofía no se conformaba con contar: ella quería mostrar. Así que salieron del cuarto y se fueron a la planta baja del edificio: haría que la grabaran subiendo los 11 pisos hasta la casa. Para que la vieran. En efecto, la madre la siguió con la cámara durante todo el recorrido. La niña sudaba, se agitaba.

—En serio esto duele mucho. Es una experiencia súper fea. Nos quitan la luz 4, 8 y hasta 12 horas.

Al llegar a la casa, el papá, la mamá, la abuelita y la niña se trasladaron al carro llevando consigo comida servida en envases plásticos. Sofía también quería documentar eso: cuando el calor es sofocante, se refrescan un poco con el aire acondicionado del auto, y aprovechan para comer allí dentro.

—Estamos en el carro en modo supervivencia. Estamos comiendo y vamos a buscar un lugar donde haya aire.

El papá comenzó a manejar. Fueron a un McDonald’s, en un centro comercial: no había luz.

La gente se asustó mucho porque los encerraron y querían tumbar las puertas. No grabaron eso, porque Sofía tenía miedo. Todos tenían miedo. Le preguntó a su mamá qué pasaba y esta le dijo que después le explicaba. Lograron salir, se montaron en el carro y se marcharon.

Cuando regresaron al apartamento todavía no había vuelto el servicio. “Porque se va de día y se va de noche”. De modo que la grabación continuó. El papá encendió la linterna de su teléfono para que se pudieran apreciar las tomas. La cámara enfocó hacia el balcón. La ciudad estaba en tinieblas. Se veían unas pequeñas luces que —informó Sofía como si fuera una reportera— provenían de los carros.

En la voz se le notaba que estaba cansada.

—Cuando se supone que íbamos a tener un día en paz, nos conseguimos con esta sorpresita. Me da rabia cuando no hay electricidad. A mí me preocupa. Se cae la señal y no me puedo comunicar con mi mamá o mi papá cuando están trabajando. Me asusto. Paso todo el día pensando en si se va o no. Me pongo intranquila y quiero ver cosas en la computadora y siempre estoy pidiendo que por favor no se vaya la luz. Quiero ver mis cosas tranquila, como cuando no se iba la luz y yo me la pasaba feliz.

Los celulares se estaban quedando sin baterías y no había forma de cargarlos. El cierre del improvisado documental de denuncia se grabaría al siguiente día.

Aunque sin aire acondicionado, Sofía quería dormir.

Al amanecer, ya había luz. Sofía, sin embargo, sabía que el problema volvería, así que había que retomar la grabación, que sería breve y contundente. Volvieron a instalarse en el cuarto. La niña sentada en su cama con la pared de corazoncitos y círculos de fondo y María Fernanda captándola con la cámara. La luz natural se colaba por la ventana.

—Venezuela es mi país, y yo lo amo. No quiero que siga así porque hay muchas cosas para ser un gran país. Y como dice mi mamá: “Es más importante ir hacia adelante que en reversa”.

Al finalizar, María Fernanda se conmovió y se le llenaron los ojos de orgullo. Sofía insistía en que el material se difundiera pronto en las redes, porque eso que ella vivía no se lo deseaba a ningún niño y tenía que conocerse. Y eso hizo su mamá. Después de editarlo, María Fernanda colgó el video en Youtube. Eran 6 minutos con 58 segundos.

Sofía está de vacaciones escolares y las cosas no han cambiado. El 10 de agosto de 2018 se produjo un apagón que duró más de 100 horas. Cada vez que ocurren, todos en su casa tienen una tarea asignada. Los adultos corren a apagar los aires acondicionados y a desconectar la nevera, la computadora y todos los equipos eléctricos, para evitar que se dañen. Sofía busca las velas y su abuela Tita con qué prenderlas.

—Las velas las cuidamos para que no se gasten, están muy caras. Una la ponemos en la mesa y nos sentamos todos a conversar. Si me dan ganas de ir al baño me llevan con una vela. Pero, en realidad, en las noches a mí lo que me gusta es jugar stop; eso de decir un nombre, un apellido, una cosa y un color. Pero como no hay luz, no podemos.

Si se hace la hora de dormir, entre los adultos sacan un colchón y lo ponen en el piso de la sala. Abren la ventana del balcón, para aprovechar la brisa, y se acuestan.

—Si llega la luz, mi mamá o mi papá me cargan y me llevan a mi cama. A veces ni me doy cuenta.

Sofía recuerda muchas cosas.

Recuerda que cuando estaba haciendo la tarea, tenían que alumbrarla con una vela o con la luz del celular.

—Mi temor era que no iba a poder hacer las cosas bien y no iba a poder pasar al 4to grado, porque no podía hacer bien las tareas.

Recuerda que antes iba mucho al cine, pero que una vez hubo un apagón en medio de la función, y desde entonces no ha vuelto.

—Estábamos viendo la película y puff, se fue la luz.

Recuerda que antes se divertía usando el teléfono de su mamá para grabarse cantando karaoke y bailando o para ver youtubers.

—Nunca pensé que se iba a ir a la luz. ¿Quién puede pensar en eso? Quiero que todo vuelva a ser como antes. Que mi mamá y yo volvamos al cine, que podamos pasar el tiempo juntas. Hacer compras, ver películas, reírnos, hacer chistes. Muchas cosas. Pero hay tantas cosas que han cambiado. ¿A lo mejor esto cambia, verdad? Yo quiero que todo cambie hoy, ya, rápido, rapidísimo. Yo quiero dormirme y despertarme, y que ya todo haya cambiado.

Sofía es niña y los niños, siempre, tienen esperanza.

El nombre de la niña fue cambiado para proteger su identidad.


Esta historia forma parte de la serie Los hijos de la crisis, desarrollada en alianza con el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap) 


Esta historia está incluida en el libro Semillas a la deriva, la infancia y la adolescencia en un país devastado (edición conjunta de Cecodap y La vida de nos).

Con su compra en Amazon Ud. colabora con la importante labor que lleva a cabo Cecodap.

Sheyla Urdaneta

"Andar con los otros en busca de uno mismo", con esta frase la maestra Ginna Morelo define al periodismo. La tomé para mí, porque yo no podría ser otra cosa que periodista.
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