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África quedaba en la esquina de su barrio

Lizandro Samuel | 15 mar 2021 |
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Milagros creció en José Gregorio Hernández, un barrio del oeste de Barquisimeto, estado Lara, signado por la violencia y embarazos en adolescentes. Ella encontró en el baile una forma de labrarse un destino distinto, y para que otros jóvenes siguieran ese mismo camino, creó Danzas Acuarela, fundación que resultó ganadora del Premio Efecto FEMSAción del Concurso Ideas 2017. Su historia pertenece a la serie #MujeresQueTransforman, una alianza de Coca-Cola FEMSA y La Vida de Nos.

Fotografías: Rodolfo Pimentel / Álbum familiar

Milagros no pasaba de 10 años. Salió de casa de sus padres rumbo a la de su tía. Quería que la peinara para la celebración especial que ocurriría en la noche: el cumpleaños número 100 de su bisabuela. Afuera, vio a Pedro, un conocido delincuente del sector, sentado sobre el asfalto. Notó que a un lado de la calle se estacionaba un carro y, del otro, dejando la vía trancada a ambos extremos, una gandola. Pedro saltó hacia su guarida y en menos de un parpadeo enarboló un arma que no sabía hacia dónde apuntar: tanto desde el carro como desde la gandola le disparaban. 

Milagros escuchó gritos que le decían que corriera hacia alguna casa, vio gente que le hacía señas desde su puerta para que se aproximara: todo era un remolino en el que el miedo le impedía avanzar. Solo se movía de un lado a otro, como si estuviera esquivando los proyectiles. Hasta que las piernas se pusieron de acuerdo con la lógica y pudo orillarse a casa de una vecina.

Tiempo después, sus amigos dirían que, en medio de la balacera, mientras trataba de hacer lo imposible, hizo un par de giros de ballet, como quien burla con arte la violencia que se avecina. Aunque esto ella no lo recordaría nunca.

Milagros Joselin Sánchez creció en el oeste de Barquisimeto, estado Lara, en un barrio de la parroquia Juan de Villegas llamado José Gregorio Hernández. Creció temiendo a delincuentes como Pedro. En un clima de violencia, siempre hubo un eje que le dio sentido a lo demás: la danza. 

Ahora, con 27 años, es la directora de Danzas Acuarela, una fundación que hace trabajo social, a través del baile y otras artes, en José Gregorio Hernández y sectores aledaños. Una organización que fue la primera ganadora del Premio Efecto FEMSAción.

 

A los 4 años, unos vecinos le regalaron a Milagros su primer disfraz: un tutú y un body rosado. Desde entonces, la niña les insistió a sus papás que la inscribieran en danza. Cuatro años de “papi, por favor”; “mami, por favor”. Cuatro años en los que se imaginó haciendo piruetas e imitando a Shakira. Cuatro años con una idea fija hasta que, un día de marzo, a dos meses de que cumpliera 8, la llevaron a su primera clase.

Le desilusionó un poco que la academia no fuese solo de ballet. También daban clases de otros géneros. Y ella que no, que lo que quería era pararse en punta de pie y girar sobre su propio eje. Hasta que empezó a detallar cómo la profesora se transformaba entre una clase y otra. La comenzaron a seducir el misterio, las posibilidades, y pronto no hubo vuelta atrás: se enamoró de todo lo relacionado con el baile.

Iba a clases de lunes a jueves. Si había presentación, también ensayaba viernes y sábados. Cuando llegaba a su casa, a final de la tarde, dedicaba una hora a enseñarles a sus amiguitas lo que había aprendido. En el colegio, a las 9:30 de la mañana, cuando sonaba el timbre del recreo, se quedaba encerrada en el salón, adelantando la tarea que los demás niños harían al volver. Entonces, Milagros le salía al paso a la maestra:

—Ya hice la tarea, ¿puedo irme a la clase de folklore?

Veía las clases de folklore que le tocaban a su grado dos veces a la semana y el resto de los días colaboraba con las de los demás años. Así fue hasta que en 5to grado, luego de ganar un concurso de baile del Día del Padre, el profesor le dijo: “Basta”. Que les diera chance a los demás, que no podía participar en todos los bailes. 

Pero ella insistía.

¿Solución? Se convirtió en la asistente del profesor.

 

Su mejor amiga era dos años mayor que ella. Es decir, cuando Milagros tenía 11, Katiuska —llamémosla Katiuska— tenía 13. Eran socias. Cada vez había más bailes, más presentaciones: la danza demandaba más tiempo y recursos económicos. Los papás de Milagros se esforzaban, pero no siempre lograban cubrir los gastos. Entonces, ella y Katiuska decidieron ponerse a vender dibujos, aprovechando el talento que tenía la segunda para dibujar.

Un domingo a las 8:00 de la mañana, los papás de Katiuska le pidieron que fuera a comprar a la bodega. Cuando iba de regreso, un hombre la empezó a llamar desde la otra acera dizque para que lo ayudara a contar un dinero. Ella trató de ignorarlo, pero no pudo porque él se acercó y apretó sus brazos con sus huesudas manos.

La llevó del brazo a un terreno baldío que pertenecía al aeropuerto y que usaban los aviones para aterrizar en caso de emergencia. No había nadie.

Minutos después, abusó de ella.

Tras recibir varios golpes, Katiuska quedó inconsciente hasta la 1:00 de la tarde, que fue cuando la consiguieron. Estuvo hospitalizada, pusieron la denuncia, metieron preso al hombre que la agredió. Katiuska se mudó, se pintó el pelo, asistió a un psicólogo. No quería ver a nadie del barrio, nadie que le hiciera recordar. Solo aceptaba las visitas de su mejor amiga.

No volvieron a vender dibujos.

Crecer era como caminar por un terreno minado, en el que solo las coreografías desactivaban algunas minas y hacían olvidar que quizá en cualquier momento una explosión podía romper en pedacitos el presente.

Como cuando su amiga Mercedes, que vivía en la casa de al lado, le dijo que estaba embarazada. No pasaba de 15 años y le llevaba dos o tres a Milagros, quien apenas entendía la situación. Mercedes le contó que había tenido relaciones por primera vez con un muchacho un par de años mayor, por quien se sintió atraída, pero nada más. Y una de las temidas minas que amenazaban a cualquiera en José Gregorio Hernández explotó.

La muchacha hacía poco había perdido a su mamá, por lo que había problemas económicos en la casa: vivía con sus cinco hermanos y era más la comida que faltaba que la que se llevaban a la boca. Perdió peso. Ahora su realidad daba un giro. Insistió desde el principio en que no iba a abortar. Acabó mudándose con el muchacho. Pasó de pensar en notas y en chicos, de jugar con muñecas, a notar cómo crecía su vientre mientras cocinaba un almuerzo escueto para ella y su “esposo”.

Para Milagros era evidente que su amiga no quería estar en esa situación: era como ver a una niña jugando a la casita, el esposo y la maternidad. Solo que esta vez el juego era real.

 

Desde pequeña, Milagros le repetía a su papá que cuando fuera grande se iría a África a hacer trabajo social. Por lo que veía en los medios de comunicación ella pensaba que allí era donde había más problemas. Pero a medida que fue creciendo decodificó mejor el entorno. Ya en primaria, comentaba que cuando fuera adulta iba a tener un carro para darles la cola a los vecinos y que nadie tuviera que caminar.

—¿Y cómo vas a pagar el mantenimiento del carro, hija?

—Fácil, todos me van ayudar porque yo los ayudo a ellos con el carro.

A los 14 dejó de bailar. Se hartó del maltrato —físico y verbal— de la maestra de la academia. La gota que derramó el vaso fue que aunque le exigían como profesional, no le pagaban por su talento. Según se enteró luego, para presentaciones en eventos privados, la maestra pedía un presupuesto para pagarles a las bailarinas y cubrir sus gastos, cosa que no ocurría.

¿A dónde iba ese dinero?

La danza dejó un hueco en su cotidianidad. Padeció las bromas de sus compañeros respecto a que ahora sí tenía tiempo para ir al cine; se sintió aburrida con tanto tiempo libre; extrañó las presentaciones.

Tiempo después, Milagros organizó a las niñas de la comunidad para hacer una presentación navideña. Entre octubre y diciembre, 50 chicas se mantuvieron ocupadas bajo su dirección. Antes de despedirlas les dijo que si se animaban a regresar en enero, ella las recibiría con todo gusto. El año nuevo le trajo más alumnas: 120 niñas. 

Había nacido la Fundación Danzas Acuarela.

Milagros tenía 17 años. Faltaban meses para que cumpliera la mayoría de edad. Llegado el momento, antes de inscribirse en el Consejo Nacional Electoral, registró su fundación. A los funcionarios les costaba tomarse en serio a esa muchacha. Y no eran los únicos. Hubo alguna madre que la descalificó por el mismo motivo. Para ese entonces, en paralelo, Milagros daba clases en otra escuela de Barquisimeto.

La idea de Danzas Acuarela era utilizar el baile como un medio para sembrar valores y fortalecer a niñas y niños. Darles una estructura que los dotara de mejores herramientas para sobrevivir en un entorno lleno de violencia, que les permitiera evitar el embarazo a temprana edad. Al principio, se mantenían con donaciones de productos que hacían algunas empresas. Luego, se organizaron para ofrecer servicios educativos a los colegios privados de la zona más pudientes de Barquisimeto y luego, con el tiempo y la formación que fue adquiriendo Milagros, lograron aliarse con empresas privadas —nacionales e internacionales— que podían aportar capital.

El mayor desafío al que se enfrentaron, aparte de los inherentes a la situación del país, fue el hecho de que Danzas Acuarela era presidida por una joven mujer. Quien no dudaba de ella por su edad, la tomaba poco en serio alegando que las finanzas y el emprendimiento son cosas de hombres. Una organización latinoamericana quiso excluirla de la selección final para una beca, luego de haber superado muchas etapas, bajo el argumento de que en el equipo directivo —compuesto por Milagros y dos mujeres más— debía haber un varón.

Enviaron una carta quejándose y, al final, resultaron ganadoras.

 

En 2017, Danzas Acuarela ganó un concurso de la Embajada de Francia, en Caracas. Allí conocieron a personas involucradas en la organización del Concurso Ideas, un certamen anual que reconoce emprendimientos con impacto social, quienes les sugirieron que se postularan. A Milagros la motivó en especial el hecho de que entre las menciones había una destinada a proyectos que estuvieran impulsando desarrollo comunitario a través de la prevención de la violencia. La visión de Danzas Acuarela es “ser luz para las comunidades”.

Se postularon. Clasificaron para semifinales y recibieron capacitaciones en el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA). Luego de hacer su exposición, el jurado quedó impresionado. Les impactó la historia de un muchacho que decía que había cambiado las armas por pinceles, un joven que había crecido delinquiendo y que se había reformado con la ayuda de Danzas Acuarela. Milagros lo llevó ese día y cuando el jurado se enteró decidió invitarlos a almorzar.

Para la premiación, en el auditorio del IESA, les permitieron llevar acompañantes. Un autobús lleno de bailarines entró al instituto, ante la sorpresa del vigilante que no paraba de repetir: “Esos jóvenes no tienen pinta de estudiar aquí”. Era la primera vez que tantos miembros de la fundación asistían juntos a un evento de ese tipo. La idea de Milagros era que pudieran compartir con ella la experiencia. Y la experiencia, porque a veces el destino es así, devino en jolgorio: ganaron el Premio Efecto FEMSAación, que otorga Coca-Cola FEMSA a iniciativas sustentables que ayuden a mejorar la convivencia en el entorno en el que funcionan.

Gritaban, saltaban, hacían vítores: después de tantos años, les agradó que una organización tan prestigiosa reconociera el trabajo social que venían haciendo.

Lo que ni remotamente se esperaba Milagros era ganar el 1er premio de todo el evento.

Cuando hicieron ese anuncio, se quedó viendo al vacío. Detrás de ella, su equipo la invitaba a levantarse y subir a la tarima, pero ella no reaccionaba. Fue una mujer, de otra de las organizaciones en competencia, quien le chasqueó los dedos en la cara.

—¡Mira, mira, despierta: ganaste! —le dijo.

Y Milagros vio a su alrededor. Solo entonces cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo. Temblando, se puso de pie y caminó al estrado.

Danzas Acuarela había ganado otros concursos, pero con ninguno de los anteriores Milagros se había sentido tan emocionada. Este era un galardón que no solo reconocía el trabajo artístico que la fundación venía desarrollando, sino también el impacto que tenía en la comunidad. Fue eso lo que la llenó de satisfacción. Era una palmada en el hombro, una señal de que iba por el camino correcto.

Milagros se graduó de licenciada en desarrollo humano. Ahora vive en Caracas, en donde trabaja en la Asociación Civil Trabajo y Persona, otra ONG. Danzas Acuarela sigue funcionando en José Gregorio Hernández, y además tiene incidencia en municipios cercanos como Urdaneta y Cubiro. Son alrededor de 120 personas las que se benefician de la fundación.

Lo que más ha tenido que desarrollar Milagros es desapego. Si bien es cierto que muchas cosas son más fáciles desde Caracas, ahora se ha conseguido con que hay niñas de la fundación que ni saben quién es ella. Luego de ser madrina de 13 niños, llegó el momento de que se desprendiera un poco y se dedicara solo a dirigir el proyecto.

Actualmente, hay tres áreas. La primera se encarga de hacer actividades artísticas para captar niñas y niños. La segunda es la formativa. Hay quienes van a ver clases de danza a la sede. Allí también se organizan bailes en los que además les dan charlas sobre distintos temas. Deben asistir el niño o la niña con su representante. Asimismo, se hacen ferias de talento en las que ponen stands con poetas, narradores y pintores para que los jóvenes puedan conocer a fondo estos oficios y saber que también son válidos para la vida. Por último, está el área de sostenibilidad, que durante la pandemia logró que una organización chilena les donara paneles solares, equipos e Internet satelital, para que los niños y niñas pudieran ver clases a distancia.

Una de las bailarinas más destacadas de Danzas Acuarela es, por cierto, Kimberly, la hija de Mercedes, aquella amiga de Milagros que quedó embarazada.

El premio FEMSAción fue un espaldarazo enorme. Milagros, pese a todos los giros, está cumpliendo los dos sueños de su vida: estar relacionada con la danza y hacer trabajo social. La niña se hizo mujer para descubrir que su verdadera África quedaba en la esquina del barrio donde creció.

Esta historia pertenece a la serie #MujeresQueTransforman, una alianza de Coca-Cola FEMSA y La Vida de Nos.

Lizandro Samuel

Lector. Escritor. Entrenador y analista de fútbol. Codirector de Círculo Amarillo Producciones.
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