Este trabajo, publicado por el medio cubano El Toque, el 17 de marzo de 2021, dibuja el panorama de la agricultura en Cuba. Una situación similar a la que hemos padecido los venezolanos en las últimas dos décadas. Es la razón de que lo presentemos como parte de la Red de Periodismo Humano, y con el que cerramos nuestra participación en esta iniciativa.
Fotografías: Jorge Beltrán
Municiones. Así llamaba El Viejo a las viandas (frutos y tubérculos que se sirven guisados), y no había forma de que se sentara a la mesa sin que su veterana esposa le pusiera, junto al plato de arroz y frijoles y la “fibra” que hubiese (huevo, carne, jamonada), otro plato con boniatos (chaco o batata), yucas, calabaza o malangas hervidas (ocumo chino), que él iba picando y mezclando armónicamente con el resto de la comida.
No faltaban en su casa campesina de la carretera a La Coloma, en Pinar del Río, en el occidente de la isla, esos suministros “de combate”. No faltaron ni siquiera en los críticos años 90 del pasado siglo, cuando Cuba atravesaba la durísima crisis que el poder bautizó con el pintoresco nombre de Período Especial.
En sus últimos tiempos, ya viviendo en la ciudad vueltabajera, medio inválido, imposibilitado de sembrar y a merced de lo que sus hijos compraran en el agromercado, El Viejo extrañaba recurrentemente aquellas “balas” que le hacían más disfrutables sus almuerzos y cenas.
El Viejo, en su lenguaje guajiro, lo resumiría sin rodeos: “Estamos fritos. No hay quien gane una guerra sin municiones”.
De “yuca y ñame” pero sin ninguno
“Mi reino por un boniato”, clamaba el economista Juan Triana, en un artículo de junio de 2020. En el texto, el académico bromeaba con que el humilde tubérculo, siempre preterido por quienes prefieren a las renombradas papa y malanga, y hasta la yuca y el plátano, ahora casi llora de emoción al ver a tanta gente preguntar a los tarimeros (vendedores ambulantes de estos rubros) por él.
“El boniato, que antes rendía entre 15 y 16 toneladas por hectárea, ahora debe aportar unas 8. El plátano se calcula sobre las 15 y rondaba las 50. La yuca podría descender de 15 a 8”, detallaba el semanario Invasor, a mitad de 2020, con cifras de Ciego de Ávila que bien podrían servir de vitrina nacional.
“La caída estrepitosa de los rendimientos es causada, en lo fundamental, por la ausencia de productos químicos; vicisitudes que eran crónicas en la pasada campaña de frío cuando, incluso el tomate, habitualmente protegido con su paquete tecnológico para garantizar su entrega a la industria, llegaba a noviembre con menos de la mitad de sus 1 mil 980 hectáreas aseguradas. La fórmula completa sería una ironía regada en los campos”, ampliaba la reportera. El panorama, ocho meses después, no ha hecho más que empeorar.
Si lo fuéramos a resumir con una frase de la cultura popular cubana, quizá algunos recordarían —como el poeta Álex Fleites— aquello de que la cosa está “‘de yuca y ñame’ pero, inexplicablemente, sin lo uno ni lo otro”.
Por un cultivo “amoroso”
Desde que tenía 8 años, y casi roza los 60, anda Rodolfo metido en la tierra. Labriego como su padre, este campesino pinareño con una finca en la zona de San Andrés, municipio La Palma, perteneciente a la provincia de Pinar del Río, comenzó a sembrar viandas alrededor de 1980. A partir de ese momento fue subiendo en área cultivada y llegó a producir 100 quintales de malanga y unos 500 de yuca anuales, pero ahora, no solo no puede alcanzar estas cifras, sino que está girándose a otros negocios agropecuarios —como la ganadería—, a ver si encuentra mejor suerte; porque las viandas no le dan la cuenta.
“A mí me luce que nunca los insumos para las viandas se han garantizado plenamente. Se habla de un ‘paquete tecnológico’, que casi nunca llega, y cuando llega, lo hace atrasado. Por eso es que el campesino no se ve estimulado a sembrar estos renglones”.
Sentado en un viejo sillón, en el patio de su casa, Rodolfo evoca los tiempos en que participó en el movimiento de los 1 mil quintales de viandas. Y afirma que ni en aquel entonces tuvo acceso al apoyo necesario para producir.
Cuando le pregunto por otras causas de la baja productividad de estos rubros, me habla de la falta de rotación de cultivos y de “descansos” para los suelos. Antes también se les daban reposos a las parcelas: a veces, hasta de cuatro años, para que incorporara otros nutrientes y se recuperara de la fatiga”.
El proceso de cultivo, a su juicio, antes era más “amoroso” con el terreno. “Hoy, muchas veces, se rotura con el tractor, a simple vista todo está en buen estado, listo para cultivar, pero no es así. Los fertilizantes de ahora sí son mejores que los de antaño; pero el tema es que casi nunca los hay. O en el mejor de los casos, no los suficientes”.
Otra espina que constantemente está desinflando los proyectos campesinos es la de los impagos, con frecuencia mencionados en la prensa nacional. Rodolfo cuenta que agricultores de su propia cooperativa se han pasado tres meses y más para cobrar la producción que entregaron. El problema se denuncia, prometen que lo enmendarán y sigue afectando.
“En una misma cooperativa, yo soy productor de viandas, produzco yuca de cochino y hay otro campesino que es productor de cochinos. No le puedo vender directamente a él, tiene que pasar por el centro de Acopio. Entonces, si Acopio me paga a mí el quintal a 70 pesos, el cochinero debe pagárselo a Acopio a 100. Se encarece todo. Tanto Acopio como la cooperativa se quedan con un por ciento de ganancias. ¿Para qué dos intermediarios?”.
Estrategia, política y un boniato entre tres
Cuba no presenta, de acuerdo con datos históricos y comparativos en la región, rendimientos agrícolas altos, según normas científicas, en la mayoría de los frutales, granos, hortalizas y viandas, dijo la socióloga Annia Martínez en el panel de la revista Temas “¿Podemos producir todo lo que nos comemos?”.
De acuerdo con datos oficiales de la ONEI (Oficina Nacional de Estadística e Información de Cuba), la producción de viandas entre 2014 y 2019 tuvo un ligero avance (de 2 millones 507 mil 057 toneladas el primer año hasta 2 millones 670 mil 127 el último). Sin embargo, las hortalizas decrecieron en mayor cuantía: de 2 millones 498 mil 960 toneladas en 2014 a 2 millones 97 mil 99 en 2019.
Y cuando se entra en el desglose de cultivos, se observan pérdidas significativas. Por ejemplo, la malanga pasó de 269 mil 590 mil toneladas (2014) a 164 mil 13 (2019). Entre las hortalizas, la cebolla se movió de 112 mil 779 toneladas el primer año a 85 mil 69 toneladas el último. Con razón los precios de este apetitoso bulbo —que alcanzan más de 20 pesos promedio por cada unidad— hacen llorar más que las propias sustancias que desprende.
En cualquier caso, las subidas o decrecimientos en cada rubro hay que “aterrizarlos” en lo que toca finalmente a la mesa de cada familia, como decía la periodista Katia Siberia tras mencionar en un reportaje el aumento de distribución de varios productos agrícolas en Ciego de Ávila, al comparar el primer trimestre de 2019 con el primero de 2020. “Con una calculadora a mano, esas toneladas —convertidas y divididas entre cada mes y habitante— nos dejan casi ocho libras de platanito, media de yuca y menos de un cuarto de libra de malanga. Una cuenta que, obviamente, no sacia nuestro apetito”, apostillaba la analista.
Con la estrategia económico-social que definió el país para sortear la dura crisis económica y la nueva Política de Comercialización de Productos Agropecuarios, anunciada en noviembre último, la cantidad de rubros con precios centralizados disminuyó de manera considerable.
Igualmente, la normativa incluye facultar a los gobiernos locales para concertar precios por acuerdo de acopio y minoristas a los renglones del agro que no tengan costos centralizados, y publicar semanalmente todos los precios.
Esto contribuiría a eliminar las distorsiones de procedimientos y falta de información que muchas veces redundan en insatisfacciones de las demandas ciudadanas en cuanto a estos alimentos.
No obstante, la nueva política dejó bien claro que “el Estado realizará el papel regulador en el seguimiento y control de la producción, la contratación, el establecimiento de las prioridades en los destinos, los balances de productos, el control de los precios, la comercialización en condiciones excepcionales, en la intencionalidad de la siembra y el uso de la tierra”.
En todo caso, ha apuntado con realismo el ministro de Economía, Alejandro Gil, las carencias se resuelven “con más producción: cuando la producción es escasa y hay que repartir un boniato entre tres es muy difícil”.
Agromercados: “bancos de sangre”
De estirar una vianda para que rinda tres y cuatro comidas bien sabe Noelia, una anciana de Holguín, en el este de Cuba, que varias veces a la semana sale a montear colas y precios del agro. Cuando le pregunto cómo ha arrancado 2021 en cuanto a viandas, hortalizas y frutas, admite que la cosa ha aflojado un poco respecto a los meses finales de 2020, que sí fueron terribles.
“Ahora se siguen haciendo largas colas, de horas, pero por lo general siempre se coge algo: yuca, boniato, calabaza, fongo (plátano burro), tomate; a veces, remolacha y zanahoria”, comenta. De los precios, refiere resignada que andan altos; pero tampoco los ve excesivamente abusivos respecto al costo de la vida después de los reajustes del ordenamiento.
“Antes la gente le decía ‘banco de sangre’ a los mercados de oferta y demanda —porque te desangraban el bolsillo—, y ahora más o menos hay que hacer ‘donaciones’ en cualquiera de los dos”, bromea la anciana.
Lo que sí extraña Noelia es el paso y el vocerío de los carretilleros y carretoneros, que venían desde distintos puntos, a veces de zonas rurales, y por lo menos existía la opción de comprar, o no, en la puerta de la casa. Ahora, lamenta, “con la persecución que le tienen los inspectores, casi no se ve ninguno en la ciudad”.
Cierta mentalidad con bastantes seguidores en el país parece creer que controlando a estos intermediarios o topando precios (controlando, fijando un máximo) se resuelve totalmente o en gran parte la carencia de los productos; cuando la lógica elemental no lo indica así.
Cuenta la holguinera que hasta en los organopónicos —parcelas de agricultura urbana— hay que ir muy temprano y dispuestos a pasar horas en la fila; también allí han tomado por hábito hacer “combos” de productos, por ejemplo: tres mazos de lechuga por tantos pesos; dos repollos de col por otra cantidad, etcétera.
Ella, que gana una pensión mínima menor de 2 mil pesos, afirma gastarse en un día de compras normal en el agro 100 y tantos y hasta 200 y virar a la casa con muy pocos productos. Algunos, incluso, casi parecen un lujo incosteable. “Imagínate que un plátano macho ha llegado a venderse en siete pesos. ¿A cuánto sale una mano?”.
¿Paraíso tropical o infierno burocrático?
“Las frutas de la memoria”. De esa forma tituló en 2020 una crónica el periodista y narrador Leonardo Padura, en la cual evocaba a su abuelo Juan, quien vivió de recolectar y vender estos manjares. “El dueño de la finca le vendía la arboleda por un precio, Juan Padura le pagaba en el acto o se comprometía a hacerlo en una fecha concreta (…) y luego se encargaba de recolectar las frutas, envasarlas y trasladarlas en su carretón de mulos al Mercado Único de La Habana, donde ofrecía las cajas, sacos, canastas a los dueños de puestos de venta», evocó el único escritor cubano con el Premio Princesa de Asturias.
Anones, chirimoyas, aguacates, caimitos, nísperos, mamoncillos… de todo recogía con sumo cuidado el tenaz comerciante y en un plazo no mayor de 48 horas los productos llegaban a sus destinatarios, gracias a la tenacidad y sabiduría ancestral del hombre.
¿Se ha perdido en Cuba esa sabiduría? ¿Depende solo de ella que el “paraíso tropical” que podría ser de frutales por excelencia los tenga más bien en una categoría de raras exquisiteces? ¿Cuál es el problema fundamental de la filosofía del agro? ¿Cómo resolverlo? ¿El ordenamiento económico, en su filón agrícola, podrá saltar tantos baches de ineficiencia?
La agricultura urbana, suburbana y familiar —productora de buena parte de las hortalizas que se consumen en el país—, amén de sus avances sostenidos en las últimas tres décadas, ha enfrentado algunos de los mismos agujeros que minan la agricultura en sentido general. Según declaró Elizabeth Peña Turruellas, directora del Programa Nacional de esta modalidad de cultivos, la recuperación de la infraestructura de riego constituye la mayor dificultad con la que lidian; igualmente, se necesita un impulso a la producción de semillas, recuperación de los bienes dañados por el tiempo y los eventos meteorológicos, así como mejores formas de gestión en pro de rendimientos superiores.
Una de las empresas insignias del país si de alimentación se trata, la Agroindustrial Ceballos, de Ciego de Ávila, cerró el primer mes de 2021, tras al reajuste económico, con “las matemáticas ajustadísimas”, según reportó Invasor.
“Casi no podemos hacer pasta de tomates, por ejemplo, porque subieron el quintal de tomate a 262 pesos, pero nos toparon la lata de 3,2 kilogramos a 96,97 pesos (precio mayorista). Eso no cubre el costo de la materia prima. Olvídate de la corriente, el agua, la semilla…”, declaró a la periodista Saily Sosa, Eumelio Alberto Donis García, director contable financiero de la entidad.
Y en cuanto a las posibilidades exportadoras, más que necesarias para la vida de la institución, afirmó el directivo: “Es imposible, en términos de costos, exportar y ser rentables. Las materias primas con precios centralizados subieron cinco veces. Si eso es así con el mango y la guayaba, ¿qué podríamos hacer nosotros con la piña o los cítricos (más costosos en su producción)? Los precios fijados para los insumos hacen que ninguna producción sea rentable”.
A fin de cuentas… ¿qué?
“Muchas veces se ha intentado lograr que las viandas, las hortalizas, los granos y las frutas estén al alcance de todos los cubanos, ‘pero por diferentes causas nunca se ha materializado este objetivo, que es complejo, pues se requiere —además de recursos materiales y financieros— organización, voluntad, inteligencia y el entendimiento de todos los participantes; unido a la integralidad en los análisis para planificar de manera local una producción continua, diversificada, con calidad y suficiente para satisfacer las necesidades de la población’”, admitió la vicepresidenta de la Comisión Agroalimentaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), Yanisbel Sánchez Rodríguez, en 2018.
Para investigadores como Pedro Monreal y Mario Valdés Navia, una clave imprescindible para comenzar a revertir la ineficiencia del agro en la isla estaría en acabar de liberar las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes). “El modelo que ha regido la agricultura durante tantos años debe hacerse a un lado. Si quienes la dirigen hasta hoy sin resultados no aceptan nuevos enfoques deben hacerse a un lado también”, razona el también economista y profesor Óscar Fernández.
El intelectual pinareño David Horta lo resume con más radicalidad: “A Cuba le hace falta una nueva reforma agraria, una en la cual al que produce no solo se le reconozca la propiedad simbólica de la tierra, sino que con ella se le devuelvan todos los derechos sobre la tierra, y sobre lo que la tierra produce. Cuba no necesita más ‘mercados libres campesinos’, Cuba lo que necesita es un mercado de campesinos libres”.
El nombre de los entrevistados ha sido cambiado para proteger sus identidades.
Este trabajo fue originalmente publicado por El Toque, de Cuba, y es republicado como parte de la Red de Periodismo Humano, integrada por ocho medios latinoamericanos.