Claudia Salazar pensaba producir el musical Los miserables hacia el final de su carrera como productora de espectáculos en Venezuela. Sabía que ese montaje requería una estructura que no tenía. Pero un día, después de no pocos tropiezos, pensando en la finitud de la vida, se decidió a intentarlo.
FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR Y KIKE ACUÑA
Los actores cantan a coro sobre las tablas del Imperial Theatre, en Broadway, Nueva York. La función de Los miserables está por terminar. En el público, aplaudiendo, está una adolescente venezolana de 13 años que viajó a esa ciudad gracias a un programa de intercambio.
Llevada por la conmoción que le ha producido presenciar el espectáculo, piensa que ella quiere formar parte de eso. De ese mundo de músicos, actores, directores. De ese mundo de historias. Podría decirse que en ese instante se encendió una llama. Para nunca apagarse.
Aunque no pocas veces ha flameado bajito.
Esa adolescente era Claudia Salazar. Dulce, su madre, era profesora de la Escuela de Campo Alegre (ECA), ubicada en la urbanización Las Mercedes de Caracas. Se trataba de un colegio muy particular: las clases, todas, eran en inglés; y allí estudiaban hijos de diplomáticos y empresarios anglosajones. Les permitían ser libres, explorar sus intereses, sobre todo en el ámbito artístico, cosa que no ocurría en otros colegios. Todos los años producían un gran musical.
Claudia cursó allí, becada, la primaria y el bachillerato.
Todo lo que veía en las aulas compaginaba con lo que su madre le enseñaba en casa. Dulce le había comenzado a inculcar a la niña el amor por el arte y la cultura; la llevaba al Teatro Teresa Carreño (incluso, una vez hasta viajaron a Londres para ver La bella y la bestia en el West End, la zona cultural de la capital británica).
En la ECA Claudia estudió baile, jazz y piano. Con el coro, donde cantaba, viajó a Estados Unidos a una competencia, como parte de un programa de intercambio. Estaba en 8vo grado. Fue en ese viaje que vio Los miserables, la tercera obra musical que más tiempo tiene presentándose de forma continua en Londres y Estados Unidos. Al volver, año tras año, ya picada por el gusanito de la actuación, aplicaba a todos los roles que podía en las obras musicales que montaban en su colegio. Siempre quedaba en papeles secundarios.
En algún momento, sus profesores la involucraron en el desarrollo de los guiones, en otros roles técnicos —iluminación, escenografía— y, en 5to año, la hicieron parte del equipo de producción. Sintió, por primera vez, la adrenalina que se vive tras bastidores de una obra musical y confirmó lo que había sentido aquella noche en el Imperial Theatre: ella quería hacer eso el resto de su vida.
Claudia se graduó de la ECA en 2003. Muchos de sus compañeros migraron. Solo ella y otra amiga se quedaron en Venezuela. Claudia comenzó a estudiar comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello, pero lo que encontró allí era distinto: una institución con un sistema de enseñanza muy estructurado, con poco espacio para la exploración cultural. El rigor universitario la asfixiaba.
La realidad venezolana no ayudaba. Fue dándose cuenta de que esos espectáculos musicales que soñaba hacer no eran tan factibles de realizar en el país. No había talento formado, ni estructura para llevarlos a cabo. Era 2003. Venezuela estaba polarizada políticamente, acababa de vivir un paro petrolero y comenzaba a implementarse un control de cambio.
Entonces se refugió en su colegio, que era su mundo conocido, su burbuja. Volvió allí para seguir ayudando con el montaje de las obras de cada año. Hasta que un día, Mariana Marval, una compañera de estudios de la universidad, la abordó para hablarle de una productora, llamada Palo de Agua, que estaba haciendo musicales en Venezuela, y buscaban asistentes de producción.
—¿En serio?
—¡Sí! Están montando una obra musical llamada El violinista sobre el tejado. ¿Por qué no te postulas? Tú tienes madera para eso.
Claudia se entrevistó con Yair Rosemberg, ejecutivo de la productora, y comenzó a trabajar allí: en tres años pasó de ser la 3ra asistente de producción a coordinadora de producción. Aprendió a gestionar la producción musical de proyectos grandes y se sintió feliz.
Pero un día los dueños le dieron una noticia inesperada:
—Claudia, nos vamos.
—¿Cómo que se van? —preguntó ella.
—Nos vamos del país y vamos a cerrar la productora.
Su espacio, sus sueños.
¿Dónde más se podía hacer teatro musical en Venezuela si no era en Palo de Agua?
La respuesta llegó de quien entonces era su novio.
—¿Por qué no creamos nosotros una productora? —le preguntó.
Claudia apenas tenía 25 años.
¿Podía hacerlo? ¿Ya había aprendido lo necesario?
Ella y el joven no se detuvieron en las dudas, y fundaron Escena Plus. Arrancaron montando La novicia rebelde, una exitosa obra de Broadway que ya era un clásico del teatro musical. Lograron que FM Center aportara parte del capital. El elenco era de 35 actores; la música estaba a cargo de la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, dirigida por Elisa Vegas. Entrando al Teresa Carreño, como productora de un montaje como los que hacía Palo de Agua, sentía que había llegado a donde quería.
La obra tuvo una temporada exitosa, seguida por una gira en Valencia y Maracaibo. Un día, en Valencia, cansada, recogiendo la utilería de la obra, recibió una llamada de un ejecutivo de FM Center: “Cuando llegues de Valencia, ven a la oficina porque tenemos que hablar”, le dijo.
Así lo hizo y se enteró entonces de que su novio y socio, el mismo que la había impulsado a crear su propia productora, había desviado los fondos recaudados por el musical en Maracaibo y Valencia a sus cuentas personales, en vez de transferirlo a las cuentas que FM Center y Escena Plus habían designado para ello.
Claudia lloró de impotencia, pero agradeció que sus aliados y financistas no la consideraran responsable. Ella no sabía nada de lo que estaba ocurriendo. Era una víctima del desfalco, tanto como ellos. Pero tenía que hacerse responsable de la deuda, lo cual la obligaba a cambiar sus planes.
Su próximo proyecto, una versión del musical Godspell —escrita por Stephen Schwartz y John-Michael Tebelak en 1970— ya estaba en marcha: los actores habían sido seleccionados y estaban ensayando. Claudia los convocó junto al resto de su equipo a una reunión para explicarles que estaba enfrentando una posible quiebra, que ahora tenía la responsabilidad de saldar una deuda inmensa y que Escena Plus ya no iba a seguir existiendo.
“¿Seguimos o nos detenemos? ¿Qué prefieren?”, les preguntó. La respuesta fue unánime: “Seguimos”.
Claudia registró otra empresa, que bautizó como Clas Producciones, y continuó produciendo Godspell. Mariana Marval, la misma que le había recomendado aplicar a Palo de Agua, acababa de regresar de estudiar teatro musical en Londres, y le propuso fundar un espacio de formación para que cada vez hubiese más talento capacitado para actuar en las obras. A Claudia le encantó la idea. En el programa de mano de Godspell llegó a aparecer el anuncio de que la productora musical iba a abrir La Escuela de Teatro Musical de Caracas.
A pesar del entusiasmo, Godspell no fue exitosa: la temporada tuvo pocas funciones porque apenas se estrenó murió el entonces presidente Hugo Chávez. Claudia no pudo recuperar su inversión, y quedó con más deudas por pagar.
“Puede que esto no sea para mí; puede que no esté lista”, se dijo entonces.
Entonces buscó empleo: “Al menos puedo trabajar en la industria del espectáculo, aunque sea para alguien más”, pensó. Comenzó a trabajar en centros culturales y otras productoras. Hasta que alguien tocó a su puerta para que volviera a soñar: Rodolfo Rodríguez, de FM Center, la llamó para contarle que la organización de medios tenía entre manos un proyecto —la obra Casi normal, un musical de Broadway que Claudia desconocía— y que querían que ella fuera la productora.
Claudia ni lo pensó: comenzó a dividir su tiempo entre su trabajo de oficina y el montaje de Casi normal, que se estrenó el 25 de febrero de 2016.
Por aquellos días, la actriz Mariaca Semprún, quien acababa de hacer un personaje importante en La mujer perfecta, telenovela estelar de Venevisión, la llamó para pedirle que produjera para ella Piaf, voz y delirio, una obra, con guion de Leonardo Padrón, que se valía del repertorio de canciones de la legendaria cantante y actriz francesa Edith Piaf para narrar su tumultuosa vida.
Esa obra se estrenó en 2017. Se fue de gira por distintas ciudades de México, España y Estados Unidos.
Otra vez la llama flameaba alto. La productora había vuelto.
Pero en el interín ocurrió algo que desencajó todo lo que parecía estar en orden. Una prima de Claudia, que vivía en Montreal, fue diagnosticada con cáncer. Era una jovencita de 13 años a quien quería mucho. Claudia fue hasta allá a apoyar a su familia, y luego regresó a Venezuela. Estaba por abordar el avión rumbo a Estados Unidos, donde estrenaría Piaf, voz y delirio, cuando recibió un mensaje que decía: “Tu prima falleció”.
Durante el vuelo sintió una fuerte migraña, vomitó, pensó que iba a desmayarse. En Miami, presenció un ensayo final que la llenó de orgullo. Pero al salir, lloró quién sabe por cuánto tiempo.
Pudo ir al funeral a despedirse. Y luego vinieron unos días muy movidos, porque la gira de Piaf, voz y delirio continuaba. Barcelona (España), Miami, Orlando, Nueva York, México, Madrid. En entrevistas, muchos periodistas le preguntaban qué obra soñaba con realizar ahora. La respuesta la llevaba casi por arte de magia a aquel momento en el Imperial Theatre de Broadway, 20 años atrás: “Los miserables”, respondía. “Ese es mi sueño… pero quizá como cierre de mi carrera”.
Sabía que producir Los miserables era una tarea titánica. Creado por Claude-Michel Schönberg, Alain Boublil y Jean-Marc Natel, tres figuras legendarias del teatro musical francés, esa obra se estrenó en París en 1980. El espectáculo, basado en la novela homónima de Víctor Hugo, fue muy exitoso desde el principio: su primera temporada contó con 100 presentaciones y medio millón de espectadores. Desde entonces, la obra se internacionalizó.
Con la muerte de su prima, Claudia comenzó a pensar en la finitud de la vida.
¿Por qué tenía que esperar el final de su carrera para materializar su sueño?
Un día, escribió un correo a la empresa que gestiona los derechos de la obra:
“Estoy interesada en los derechos de Los miserables para Venezuela. Tan pronto como estén disponibles, sepan que mi productora está interesada en aplicar”.
Dos meses después, recibió una respuesta. Le pedían su currículo, imágenes de afiches, programas de mano y cualquier otra evidencia que sustentara su experiencia. También debía llenar un formulario con sus datos. “Esto seguro lo hacen con todo el mundo”, se decía para no ilusionarse.
Pasaron dos meses más.
Iba manejando por la avenida Libertador de Caracas cuando le llegó un correo. Eran apenas dos frases: “Estimada Claudia, le escribimos para informarle que los derechos de Los miserables para Venezuela le han sido aprobados”. Se estacionó donde pudo, leyó y releyó el correo, y comenzó a llorar.
Y entonces llamó a su madre:
—¡Mamá, mamá, mamá!
—¿Hija, hija, por Dios, qué pasó?, ¿está todo bien?
—¡Me aprobaron los derechos de Los miserables! ¿Ay, Dios mío, y ahora qué hago? ¿Cómo voy a hacer?
—¿Cómo que cómo vas a hacer? Vas a producirlo y listo, hija.
—Pero para arrancar es necesario mucho dinero.
—¿Y cuánto hace falta para empezar?
No hizo falta que nadie dijera nada más. Claudia supo que tenía en sus manos la oportunidad de lograr su sueño. Y que tendría el apoyo de su familia.
La empresa que otorga la licencia debe aprobar al director de la obra. Al principio, Claudia pensó que sería fácil. A lo largo de 2018 postuló a 10 venezolanos: todos fueron rechazados. Y sin director, la obra no podía arrancar. Frustrada, comenzó a investigar quién había asumido ese rol en otros países. El canadiense Corey Agnew, quien lo había hecho en México, le dijo que no se animaba porque le daba miedo viajar a Venezuela, un país tan inseguro. Víctor Conde, que había asumido el rol en Madrid, le dijo que sí, pero esta vez fue la empresa quien respondió que no, que él no.
Luego de tantas negativas, los operadores de los derechos le sugirieron un nombre: Mariano Detry, un argentino que vivía en Londres y que estaba dispuesto a dirigir la obra en Venezuela. Claudia conversó con él. Hubo buena química entre ambos. Notó su entusiasmo y su experiencia. Firmó el contrato, entonces el proceso pareció moverse más rápido.
Vinieron las audiciones (parte del elenco seleccionado, para su grata sorpresa, eran alumnos egresados de su propia escuela de teatro musical) y los ensayos.
Llegaron las partituras. Solo para 16 músicos. Claudia pensó que estaban incompletas, pero le informaron que no, que la obra estaba compuesta para esa cantidad de instrumentos. Claudia, que en sus años con Palo de Agua siempre había trabajado con orquestas grandes, se le ocurrió que en Venezuela eso podría ser distinto. Se ocupó de que Mariano Detry viera el virtuosismo de los músicos formados en el Sistema de Orquestas venezolano. Y él, en efecto, impresionado, conversó con Claude-Michel Schönberg, autor de la música de la obra, quien autorizó que se escribieran partituras para 32 instrumentos adicionales, y que fuera estrenado exclusivamente en Venezuela.
Entonces vino un silencio.
En marzo de 2019 se produjo un apagón eléctrico nacional.
Sin saber muy bien qué estaba ocurriendo, Claudia salió muy temprano a un punto en la autopista que era el único desde donde su celular agarraba señal, y se comunicó con Detry, que estaba en Londres, para explicarle a la empresa operadora que el cronograma debía reestructurarse.
Ensayos cancelados durante dos meses.
El supervisor musical de la obra, Alfonso Casado, y Mariano Detry llegaron al país el 27 de abril de 2019. Solo tres días después ocurrió la Operación Libertad, una insurrección en contra de Nicolás Maduro durante la cual el líder opositor Leopoldo López se escapó de su prisión. En medio de la confusión y el peligro, Claudia resolvió sacarlos del país.
Los ensayos, nuevamente, quedaron suspendidos.
Con dos grandes retrasos y un país sumido en una crisis política, en Londres, la empresa productora y el propio Schönberg se preguntaban si en verdad Venezuela estaba lista para un musical como Los miserables.
La propia Claudia se cuestionó si realmente lo que se había propuesto era posible:
“¿No será una malcriadez mía? ¿De verdad Venezuela necesita este musical?”.
No desistió.
Se respondió que sí, que el país necesitaba ese espectáculo.
Cuando las aguas se calmaron, el cronograma retomó su curso. Y finalmente, en octubre de 2019, después de casi tres años de tropiezos, se estrenó Los miserables en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño. Las entradas se agotaron. Claude-Michel Schönberg vino a ver la presentación, y escuchó con mucho agrado cómo los músicos venezolanos ejecutaban su obra. Sonaba más fuerte, más elegante, más majestuoso.
Claudia lo llevó al aeropuerto para que regresara a Londres. La tensión en el carro se sintió, porque durante el montaje el creador había sido un tanto quisquilloso.
—¿Qué le pareció, señor Schönberg?
—La verdad es que ha quedado bien. Debo confesar que no creía posible que una obra como Los miserables pudiera producirse en Venezuela.
—Sí… hubo momentos en que también lo pensé.
—Pero tú eres terca. Y lo cierto es que gracias a eso, te estás convirtiendo en una heroína.
Terca.
¿Y qué tal si lo volvemos hacer?, se preguntó al tiempo.
Y tres años después, en 2023, de nuevo con la Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño llena, los actores cantan.
—¡Canta al pueblo su canción, nada lo puede detener…
Los miserables ha estrenado nueva temporada en Caracas, la función está terminando y al escenario salen, para cantar con los actores, los asistentes, los productores, los técnicos, los maquilladores. Todo el equipo. Todos, menos la productora general, Claudia Salazar: ella, vestida con un chándal y pantalón negros está entre el público, como estuvo hace décadas en el Imperial Theatre, cuando vio aquella obra por primera vez.
Desde allí, al lado de su madre, Dulce, canta, de pie, viendo el final.
—Si al latir tu corazón, oyes el eco del tambor…
Se abrazan, orgullosas.
—…es que el futuro nacerá ¡cuando salga el sol!
Entonces sale de la sala antes que toda la multitud. Y allí se encuentra con Mariano Detry: se abrazan y caminan juntos hacia los camerinos.