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Como si su lengua fuese su escudo protector

Carolina Azavache | 11 jul 2020 |
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En diciembre de 2015, la oposición venezolana logró, por primera vez desde que el chavismo llegó al poder, una mayoría calificada en el parlamento. Pronto el Tribunal Supremo de Justicia dejó sin efecto la elección de 3 diputados de Amazonas, tras denuncias que aseguraban que la oposición había comprado votos en este estado. Una de las pruebas utilizadas fue una conversación telefónica entre el profesor Humberto Yusuino y el entonces gobernador Liborio Guarulla. Esta es la historia de ese episodio.

Ilustraciones: Carmen H. García

 

El 30 de diciembre de 2015, en varias calles de Puerto Ayacucho todavía había fiesta. Como en muchas partes de Venezuela, en la capital del estado Amazonas, en el sur del país, la celebración había comenzado la noche del 6 de diciembre, cuando la oposición triunfó en las elecciones parlamentarias: de 167 diputados de la Asamblea Nacional (AN), la Mesa de la Unidad Democrática logró 112. Era “mayoría calificada”, lo que le permitiría hacer reformas a la Constitución, nombrar magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) e incluso convocar una Asamblea Nacional Constituyente. Era un triunfo histórico. Por primera vez, desde que el chavismo llegó al poder, las fuerzas que lo adversan obtenían el dominio del parlamento. 

En Amazonas, el profesor Humberto Yusuino, sin embargo, se sentía un poco al margen de esa dilatada celebración colectiva. Tenía un sinsabor desde el día de los comicios. Como presidente del centro de votación móvil Bambú Lucera, ubicado a unos 30 minutos de Puerto Ayacucho, notó que los coordinadores políticos de la oposición no habían hecho el trabajo de acompañamiento que les correspondía con los electores de Amazonas —familiarizarlos con las tarjetas de votación para que conocieran a los candidatos— y no habían garantizado el transporte a los votantes para que acudieran a los centros.

A sus 46 años, Humberto Yusuino era muy conocido en Puerto Ayacucho por sus más de 20 años como docente y también por la labor social que había desarrollado, junto con otros profesores, en las comunidades indígenas de Amazonas.

El número telefónico de Liborio Guarulla, entonces gobernador del estado, siempre ha sido el mismo y mucha gente lo tiene. Cualquier ciudadano podía llamarlo y él atendía. Yusuino lo hizo ese 30 de diciembre para comunicarle su inconformidad con la labor de los coordinadores políticos durante las elecciones, ya que estos dependían de la gobernación del estado.

—Es el profesor Humberto Yusuino, ciudadano gobernador. Mire… sabe que yo fui presidente de mesa del centro Bambú Lucera.

—¡Ajá!

—Entonces, ciudadano gobernador, el coordinador de la Unagente de allá…

—¡Ajá!

—…no hizo el trabajo allá, gobernador.

—Okey.

—Ya se lo dije a Mauligmer, le dije eso, le planteé esa situación. Entonces, él allá… ¡no hicieron el trabajo! La diputación indígena sí la ganamos por parte mía.

Se refería a Mauligmer Baloa, entonces diputada del Consejo Legislativo del estado Amazonas. El gobernador se limitó a responder: 

—Okey.

—Porque yo fui el que manipulé la máquina, porque los del PSUV marcaban arriba, y no sabían dónde votar por el indígena…

—Claro.

—Yo quiero que usted lo cambie de la gobernación y lo cambie del punto de Bambú Lucera.

—Cómo no, vale, yo lo anoto.

—¡Anótelo!

—Okey.

Unagente —Unidad de Atención a la Gente— fue una institución creada por la administración de Guarulla para descentralizar el manejo de beneficios sociales para las comunidades. En época de elecciones, se encargaba de captar a los electores para instruirlos en el proceso de votación y de atender la logística para que acudiesen a los centros.

Días después, el audio con la grabación de esa breve llamada sería divulgado por la dirigencia del PSUV como una prueba de lo que llevaban al menos dos semanas diciendo: que en Amazonas la oposición había comprado votos para favorecer su elección. Curiosamente, ese mismo 30 de diciembre en que el maestro habló con Guarulla, el TSJ declaró sin efecto la elección de los diputados de Amazonas, estropeando así la mayoría calificada. Y el parlamento alzaría vuelo el 5 de enero, día de su instalación, pero con un ala rota.

 

Nacido en Maroa, a 300 kilómetros al sur de Puerto Ayacucho, a Yusuino lo criaron una tía y su hermana mayor. Su papá los abandonó cuando él tenía dos años y su mamá murió cuando daba a luz a su hermano menor. Pertenece al pueblo indígena curripaco. Se graduó de maestro integral en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, en Puerto Ayacucho. De mucho hablar, pero conocedor del silencio de la selva y sus encantos, es de esos que le rezan al río para obtener una buena pesca.

Y le gusta cocinar. La mañana del 3 de enero de 2016, Yusuino fue al mercado y compró una gallina, verduras, mañoco (como llaman a la harina de yuca) y regresó a casa a montar una sopa. Aprovechó para agarrar agua en casa de un vecino, porque en la suya no llega por tubería. Almorzó y se sentó en el patio. Era domingo, 3:00 de la tarde, y hacía un tiempo fresco, muy diferente al calor habitual de Puerto Ayacucho.

Estaba en el patio cuando vio una camioneta estacionarse frente a su portón, de donde descendieron tres hombres que vestían jeans y franela. Uno de ellos, en cuya camiseta se leían las iniciales de la Universidad Central de Venezuela, se asomó por encima de la cerca de zinc de la casa, que no es muy alta, y preguntó por él.

—¿Profesor Humberto Yusuino?

Los hombres se identificaron como estudiantes universitarios. Le dijeron que necesitaban ayuda en una tesis de grado y que sabían que no había nadie mejor que él. Aunque no los conocía, a Yusuino esta petición no le pareció extraña. Muchos, al tanto de su vocación de maestro, solían pedirle ese tipo de apoyos. Ese día accedió a ayudarlos y salió de su casa como quien va a volver pronto: vestía short, franelilla, cholas y una gorra.

Apenas arrancó el vehículo, vio que uno de los sujetos estaba armado. Eso le preocupó. Y les pidió que le explicaran qué ocurría, pero ellos no le respondieron. No sabía a dónde lo llevaban. La camioneta iba muy rápido. Nadie habló, hasta que llegaron a la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), en la urbanización Alto Parima de Puerto Ayacucho.

Sentado y rodeado de funcionarios policiales en una oficina, le pusieron una grabación: era la llamada que le había hecho a Guarulla.

—¿Ese eres tú? —le preguntaron los funcionarios.  

—Sí, soy yo… Pero yo ahí no estoy haciendo nada malo.

Armaron un expediente con base en esa grabación. Yusuino había oído de los turbios procesos que manejaba el Sebin, así que desde ese momento supuso que le sería difícil salir bien librado de ese episodio. Imaginó que lo dejarían detenido y cuando preguntó el porqué, uno de los policías le dijo:

—Es por la llamada. Se escucha que estás pidiéndole plata y estabas comprando votos al gobernador. 

Yusuino pasó la noche esposado a una cama. El frío del aire acondicionado era insoportable. Pensaba en su hijo, en su familia.  

Su esposa fue al día siguiente. Era lunes. Le llevó ropa y comida, pero no la dejaron verlo.

En horas de la tarde, fue presentado en el Circuito Judicial del estado Amazonas. Le imputaron cinco delitos: sabotaje, daños a equipos informáticos, instigación pública, corrupción y asociación para delinquir. Fijaron como sitio de reclusión la sede nacional del Sebin, en el Helicoide, en Caracas. “Para mayor seguridad”, dijeron.  

Caracas es demasiado lejos de Puerto Ayacucho. Son al menos 12 horas por carretera.

Yusuino no entendía nada.

Antes de trasladarlo, le permitieron ver a su familia. Estaba esposado cuando su tía, su hermana, su hijo y su esposa se despidieron de él. Quería llorar; estaba muy preocupado por su hijo, que todavía era menor de edad, y con quien tenía una relación muy estrecha.

Era 5 de enero de 2016. Un día histórico. En el Palacio Federal Legislativo, en Caracas, se instalaba el nuevo parlamento. Días después el TSJ declararía en desacato a la AN por haber permitido la juramentación de los diputados de Amazonas cuya elección había sido impugnada. Según esto, todos sus actos serían nulos mientras ellos formaran parte. Comenzó así un infinito vaivén de sentencias y decisiones legislativas: el parlamento nunca podría operar con la mayoría calificada que obtuvo en las elecciones.

Rumbo al aeropuerto, Yusuino pudo ver las calles casi solas. En la base aérea militar José Antonio Páez, le pusieron una capucha negra para tomarle algunas fotos. Seguía esposado. Sobre sus piernas llevaba un bolso con dos mudas de ropa y una sábana. Era su primer viaje en avión. Cuando despegaron tenía un nudo en la garganta. Se repetía a sí mismo: “Algún día regresaré a Amazonas, algún día regresaré a Amazonas”.

Aterrizaron en La Carlota y lo llevaron al Sebin, donde lo esposaron a una silla. Al rato lo condujeron a otro lugar dentro del mismo edificio. Iba como quien camina en la selva, alerta por si se le atraviesa un tigre o una serpiente.

Entraron a una oficina grande, con micrófonos y cámaras. Lo sentaron frente a dos hombres que comenzaron las preguntas: “¿Ustedes compraron votos? ¿Por eso ganaron los diputados? ¿Tú sabes que Liborio trabaja con la guerrilla? ¿Conoces a Nirma Guarulla? ¿A Romel Guzamana? ¿Cuántos hijos tienes? ¿Qué profesión tienes?”.

Yusuino iba respondiendo y hasta les comentó, a modo de anécdota, que conocía al profesor Aristóbulo Istúriz, entonces vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela.

Después lo trasladaron a un gimnasio, donde varios detenidos se le acercaron a conversar. Uno de ellos le regaló un short nuevo, que Yusuino agradeció porque en su bolso solo tenía uno. Luego de cuatro horas allí, lo llevaron a la celda, donde unos presos políticos se le acercaron y le ofrecieron ropa y comida. Yusuino quería afeitarse. De algún lugar llegó alguien con una máquina y le pidió que, por favor, le raparan la cabeza. Para él, era el comienzo de una nueva historia.

En el Helicoide le hicieron varios interrogatorios. En el tercero de ellos, le ordenaban lo que debía contestar. “¿Los diputados estaban ahí? ¡Di que sí!” Yusuino se negaba a responder lo que ellos querían: “¿Te dieron plata? Di que sí”. “No me dieron un medio, no me dieron nada”.

Llevaba un rato asediado a preguntas cuando entró una funcionaria con un látigo con el que comenzó a pegarle. “¿Te dieron casa? ¿Te dieron carro? ¡Di que te dieron dinero!”, insistían, mientras lo grababan y le tomaban fotos.

Aquello hizo rabiar a Yusuino y para defenderse empezó a hablar en lengua curripaco.

Pjiume jhua cakuperri wakulricuite; warun talrikanati jnamakaru wasru! ¡Nawadapedanta jhuwakaschan! ¡Ah nakadalri jhua neen! —les gritó.

Decía que los indígenas tenían derechos, que debían respetarlo, que no podían tratarlo así, que no debían aprovecharse de que él estaba solo.

Los funcionarios, en silencio, no dijeron más nada. Nadie le preguntó qué les había dicho. Y aunque a veces escuchaba cómo torturaban gente, a él nunca más volvieron a agredirlo.

Fue como si su lengua se hubiese convertido en un escudo protector.

 

En el Sebin, Yusuino empezó a padecer constantes malestares estomacales. A veces, hacía sopa con los ingredientes que le daban otros detenidos, y eso le aliviaba el malestar. Su familia solo pudo visitarlo tres veces: Caracas está a más de 700 kilómetros de Puerto Ayacucho y se les hacía difícil costear el traslado. Un viaje que, estando detenido, él tuvo que hacer varias veces, porque las audiencias del juicio que le abrieron eran allá. Y lo trasladaban por tierra.

En el primero de esos viajes escuchó voces que pronunciaban su nombre. Cayó en cuenta de que estaba llegando a su pueblo y de que la gente lo apoyaba. Lo reconocían, le daban ánimo con frases de afecto. “Algún día vamos a ser gobierno”, pensó. Y se lo dijo a los funcionarios que lo custodiaban.

Mientras estaba preso en Caracas, leía libros como Liberen a los hermanos Guevara, de Robert Alvarado, sobre el caso de los dos expolicías acusados de asesinar al fiscal Danilo Anderson. Y leyó la Biblia, que le costaba interpretar. También escribía poemas. No los conserva porque un día en prisión se encontró con que alguien había arrancado las hojas de su cuaderno.

Una noche le dijeron que recogiera sus cosas: a las 2:00 de la madrugada irían por él. Regresaba a Amazonas. Sus compañeros en la prisión, a quienes ahora consideraba amigos, se alegraron por él.

Al llegar a Puerto Ayacucho, se enteró de que su esposa había decidido separarse de él. Y que su hijo había abandonado los estudios. Así que ahora que había vuelto, Yusuino se sintió más solo. Quizá por eso cuando el 23 de diciembre de 2017 le llegó la boleta de excarcelación —le otorgaron medida cautelar con presentación cada 30 días— decidió quedarse allí: los policías lo invitaron a la cena navideña. Se fue finalmente el 24 de diciembre, cuando su abogado fue a buscarlo.

Del Sebin se fue directo a ver a un tío que estaba muy enfermo. Luego se reunió con algunos familiares. Entonces se dio cuenta de que estaba feliz. Le dio gracias a Dios. Si aquello era una prueba, la había superado. El 19 de abril de 2018, la sentencia final de su caso le concedió la libertad plena. Pero en el parlamento no cambiarían las cosas. Los diputados electos por el estado Amazonas nunca podrían ejercer normalmente sus funciones —dejando sin representación a los 32 mil 396 ciudadanos que votaron por ellos— y la oposición nunca operaría con la mayoría calificada.

 


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.

 

Carolina Azavache

Periodista amazonense, activista de DDHH, hago radio, escribo y me gusta reportear. Vivo en Puerto Ayacucho. #SemilleroDeNarradores
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