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Convertirse en luz en medio de la oscuridad

Manuel Llorens | 18 dic 2019 |
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El Zulia Fútbol Club entrenó para la Copa Sudamericana de Fútbol en una Maracaibo azotada por apagones eléctricos. En medio del sofocante calor, las noches calurosas se volvían insoportables sin aire, y no había agua corriente para ducharse. Sin embargo, lograron avanzar hasta cuartos de final. El psicólogo y escritor Manuel Llorens los acompañó y cuenta su hazaña.

Foto sumario: Prensa del Zulia FC.

 

Tenía casi veinte años sin ir a Maracaibo. La última vez durante los juegos Centroamericanos de 1998. En el camino del aeropuerto al hotel Kristoff pasamos frente a lo que fue la villa olímpica de esos juegos. En ese entonces era una cuadra vibrante. Ahora todo luce deteriorado. Me llama la atención la soledad de las calles. Maracaibo parece una ciudad evacuada. O los maracuchos se diluyeron en el resto del país, o se escondieron dentro de sus casas para no volver a salir. 

Evelio Hernández, capitán del Zulia Fútbol Club, me contó que durante el apagón de ocho días de marzo de 2019 el equipo continuó trabajando sin perder un solo entrenamiento. La cancha sirvió de refugio donde pasar unas horas sin pensar en las inclemencias de un país colapsado. Pero al salir del entrenamiento, tenían que bañarse con tobos, porque sin luz el tanque no podía alimentar las duchas; y al llegar a su casa, le tocó a él la expedición diaria de subir y bajar siete pisos por las escaleras cargando pipotes para que su familia pudiese tener algo de agua. A los ocho días de ese trajín, estaba agotado.

Al Zulia FC le ha tocado trabajar con la humildad del que solo cuenta con un pequeño espacio donde se tiene algo de control, en medio de un panorama caótico. En el caso de Evelio, ese espacio es el mediocampo. Lo conozco desde el año 2001 cuando fue capitán de la Selección Nacional Sub17. Yo era el psicólogo que trabajaba con el director técnico Lino Alonso, quien pregonaba que podíamos transformar el fútbol nacional.

En ese torneo, disputado en Arequipa, Perú, hicimos un partido histórico ganándole por primera vez —en cualquier categoría— a la selección de Argentina, liderada por un Mascherano adolescente, con un gol de Evelio en el minuto 87.

Ya, en aquel entonces, era un líder que comandaba con el ejemplo. De temple en los momentos difíciles y habilidad para repartir juego con calmada eficacia. De más está decir que me alegró mucho reencontrarme con él luego de varios años.

 

Ahora el Zulia FC estaba preparando el partido de vuelta contra Nacional de Potosí en la primera fase de la Copa Sudamericana. En el partido de ida el Zulia había ganado 1 a 0. Después de vivir dos años en Bolivia y haber trabajado con uno de sus equipos profesionales, conozco el fútbol de ese país. Por eso me invitaron a colaborar.

El comienzo del año no había sido auspicioso para el Zulia FC. Había llegado a estar en el puesto quince de la tabla de veinte equipos para la jornada catorce del torneo local. Pero sobre todo porque en Maracaibo las dificultades del país son un abismo. A lo largo del día, dependiendo de la zona de la ciudad y la hora, se retrocede del siglo XXI al XX cuando fallan las comunicaciones y se llega hasta el XIX cuando falta el agua y la luz. 

Luis García, el asistente técnico, me contó las rutinas que han tenido que adoptar para lidiar con los momentos impredecibles de la electricidad: cuando se va la luz, suben el jamón y el queso al freezer para que no se descomponga. 

Casi todo funciona al revés. Le pregunté al entrenador Francesco Stifano qué tan difícil resultaba lidiar con los largos viajes en bus cuando les toca salir de visitantes, dado los peligros de las carreteras del país, y me contestó: “No vale, si a los muchachos les encantan esos viajes, mientras más largos mejor”. Ante mi desconcierto, me explicó que el autobús es el único sitio donde tienen aire acondicionado continuo por varias horas. Si viajan de noche, pueden dormir seguido sin despertarse por el calor. 

Potosí es una ciudad tan o más difícil que Maracaibo. En alguna medida paralela, en otra, su imagen al reverso. A casi cuatro mil metros de altura, Potosí no es un lugar que invite a correr detrás de un balón; su frío es casi tan inhóspito como el calor maracucho. Nadie quiere ir a jugar a Potosí, ni siquiera los potosinos. La falta de oxígeno castiga a todos los visitantes. Así que el primer partido de la Copa para el Zulia había sido un reto especialmente exigente. 

Sin embargo, si había algún equipo del mundo que estaba disfrutando volar a Panamá, para luego ir a Santa Cruz de la Sierra, para luego agarrar otro avión a la ciudad de Sucre, para luego tomar un bus durante varias horas atravesando curvas en el altiplano hasta llegar, finalmente a Potosí, era el Zulia. Cualquier cosa que tuviese electricidad le parecía genial. No importa que, ya en el viaje en el bus, la mitad de ellos sintiera el mareo y las náuseas de la altura. 

Foto: Futboleros

El equipo planteó el partido que tenía sentido plantear: ser muy precavidos, defenderse bien atrás y esperar algún contragolpe que pudiesen acertar. Al fin y al cabo, si bien Potosí es un equipo también modesto, en ese momento estaban en el primer lugar de la tabla boliviana. 

En la última jugada de partido, cuando todos estaban extenuados por la falta de oxígeno, José ‘El Brujo’ Martínez acertó en lo que mejor hace: desviar ligeramente el balón del rival que se le encima driblando, darle la vuelta por el otro lado, recuperar la pelota mientras el atacante sigue de largo pensando que aún lo tiene en los pies y salir como un espanto hacia el campo contrario. Al llegar al área rival entregó el balón a Brayan Moya, quien venía en estampida para rematar a un lado del portero y sellar la primera victoria internacional del joven equipo.

La capacidad de tolerar la embestida continua de Potosí y terminar corriendo en el minuto 90 a cuatro mil metros de altura mostró que el equipo tiene algo especial. Pero eso había que confirmarlo cerrando la llave en Maracaibo. 

Por ello me invitaron a ayudarlos a mantener el foco y la serenidad suficiente para dar un paso que, en las condiciones de la ciudad, era significativo y, para muchos, improbable.

El partido de vuelta lo ganó Potosí una a cero. Le tocó al jugador con más años, el arquero Leo Morales, salvar al equipo en la tanda de penales. Como en Potosí, fue el hombre muralla: paró dos de los disparos. 

Foto: Prensa del Zulia FC.

Llegó la segunda ronda y, con esta, mi segunda visita a Maracaibo. Comencé a descifrar su absurdo. Escuché a maracuchos decir que la situación eléctrica se había estabilizado, lo que significa que nunca se sabe cuándo se va a ir y cuándo va a regresar, pero se tiene la esperanza de que en algún momento del día va a llegar. El siglo XXI existe solo en los hoteles de cinco estrellas como en el que generosamente me alojó el equipo. Avances tecnológicos como internet, luz y agua corriente tienden a encontrarse en sus habitaciones. Allí también está la familia de algunos jugadores que, para descansar mejor algunos días, traen a sus esposas e hijos.

El sector de la ciudad donde está el hotel es cuadriculado, pero los pocos autos que transitan la zona van siempre en zigzag, atravesando las calles llenas de cráteres como si condujeran, no sobre asfalto, sino sobre los restos de un desastre natural. En el hotel advierten amablemente a los huéspedes que no salgan a caminar por las calles, que es mejor quedarse encerrado, no vaya a ser que los pocos atracadores que salen bajo el sol se antojen de uno. Las personas que atienden están siempre sonreídas —me pregunto cómo, pero lo están—. En un momento llamaron a la habitación para avisar que el aire acondicionado central sería apagado durante cuatro horas por mantenimiento. Sin embargo, es falsa alarma, el aire no cesa y lo que se va es el internet. 

Nos tocaba enfrentar al equipo Palestino de Chile. Un equipo fundado por la comunidad de inmigrantes de ese país asociado a un banco. Esta vez tocaba jugar primero en Maracaibo y luego, a la semana, en Santiago. 

Con un poco más de tiempo para preparar los dos partidos tuve la oportunidad de conversar mucho con el entrenador Francesco y su cuerpo técnico, así como con varios de los jugadores jóvenes que estaba conociendo. 

Leonardo de La Hoz, de 18 años, me contó que su padre es colombiano y que fue deportado cuando el gobierno de Nicolás Maduro, hace cuatro años, sacó a los colombianos residenciados en Venezuela. Desde entonces su papá trabaja y vive en Barranquilla. Su mamá, mientras tanto, viaja cada tanto para allá y se queda con el papá trabajando. Cuando regresa trae algo de divisas para poder mantener a la familia. En esos períodos le toca al joven jugador hacerse cargo de su hermana menor junto a una tía que les ayuda. Como es juvenil, su sueldo es modesto. Hace grandes esfuerzos para ayudar a la familia mientras trabaja bajo la exigencia del fútbol profesional. Su barrio, que queda en las afueras de la ciudad, es muy caluroso y casi siempre se despierta cuando se va la luz porque los ventiladores se detienen. Por eso saca un colchón y duerme a las puertas de su casa, como lo hacen otros vecinos. 

Por la otra banda, en el lateral izquierdo, juega Gabriel Benítez, otro joven, pero con algo más de recorrido que Leonardo y con más confianza para desprenderse al ataque. Como muchos futbolistas venezolanos, es descendiente de un jugador que vino de afuera a hacer vida en Venezuela. Su padre jugó fútbol profesional con el Portuguesa, pero es su abuelo quien ocupa mayor espacio en la historia del fútbol. Paraguayo, fue miembro de la selección de su país que jugó el primer Mundial de la historia, allá en 1930, a los 19 años.

En el primer partido, los dos equipos sufrieron bajo el calor de Maracaibo. Los encuentros fueron programados para las 4:00 de la tarde, para evitar los problemas de luz. De igual manera, hubo que blindar al estadio con varias plantas eléctricas. Los directivos corrieron los días previos a los partidos intentando solventar todos los requisitos logísticos, a sabiendas de que nadie quiere venir a jugar a Maracaibo y a los organizadores no les temblará el pulso un instante para suspender la sede.

El Zulia y el Caracas son dos equipos excepcionales en la liga profesional, por no tener ningún lazo con el gobierno. La historia del Zulia la conozco bien porque es propiedad de César Farías, con quien he trabajado muchos años. César utilizó parte de las ganancias que ahorró como entrenador, pidió préstamos, sumó a Domingo Cirigliano, quien fue el dueño de Marinos de Oriente de la Liga Especial en su época de esplendor, y compró el equipo hace cuatro años cuando estaba al borde del descenso. 

Y en cuatro años han logrado ganar dos Copas Venezuela, un campeonato de Clausura, así como vender jugadores a la Major League Soccer, al fútbol italiano y al chileno. Muchas veces escuché las carcajadas de Lino mientras contaba cómo, con una nómina mucho menos costosa, habían logrado una y otra vez vencer a los rivales de la liga, armados con mucho dinero y poco criterio, en la mayoría de los casos. 

En esta versión 2019, aún más modesta que la de los años anteriores, al grupo de jóvenes lo acompaña un pequeño pero selecto grupo de jugadores experimentados y tres extranjeros.

 

Cuando hablé por primera vez con el equipo les comenté que efectivamente les ha tocado prepararse en circunstancias muy adversas. Es increíble pensar que podemos competir con equipos millonarios que se preparan en los lugares más privilegiados del fútbol mundial. Pero al fin y al cabo, esa es nuestra historia. Nos formamos entrenando en canchas mal mantenidas, en lugares de concentraciones modestas, con pocos recursos y sin mucha gente que creyera en lo que estábamos haciendo. Lino nos hizo entender que ahí estaba parte de nuestra fuerza, que debíamos convertir todas esas dificultades en capacidad de aguante. 

Antes del partido contra Palestino, el Zulia jugaba el último partido de la temporada del torneo nacional contra el Deportivo Lara, para intentar clasificar a la liguilla final. Después de languidecer por abajo en la tabla, había encadenado una serie de cinco partidos sin perder, por lo que era factible que pudieran entrar en la última jornada. Ganaron uno a cero con gol de Brayan Moya y lograron el pase a la liguilla.

La luz que escasea por toda la ciudad empezó a aparecer en el estadio Pachencho Romero. Tres días después, el equipo se enfrentó al Palestino. Al minuto 13, con un regate en el medio del área, Moya volvió a anotar lo que parecía ser una sentencia tempranera ante un contrario que sufría bajo el sol y los 51 grados de sensación térmica. Pero no fue así. En el minuto 93, tras un centro flojo que se escurrió entre los defensores pasivos, Palestino anotó un gol.

Pero lo que vino después es la muestra del convencimiento del equipo o los empeños del destino. Luego de recibir lo que parecía un golpe definitivo, el equipo fue a la mitad de la cancha y cumplió al detalle el libreto de la jugada de saque de media cancha que ensayan continuamente con Stifano. El central Jerry León corrió hacia el área como delantero para peinar un pase largo que, luego de una secuencia de pases, llegó a los pies de Moya que, convertido en el hombre del momento, volvió a marcar.

El dos a uno fue agónico para el equipo chileno que, en medio de las continuas quejas por el calor, la falta de luz en el hotel y el estado del césped, pudo celebrar escasos segundos en todo el periplo a Venezuela antes de volver a sentirse miserables al tener que haber estado en estos tristes trópicos.

 

Tres días después el Zulia FC. volvió a jugar en Maracaibo. Eran los cuartos de final de la liga local contra el Caracas F.C. Durante los días de apagón en marzo, los jugadores habían solicitado que se suspendiera la jornada del fin de semana; pero la liga y la federación no accedieron. En el estadio no había electricidad, por ende no había luz ni aire acondicionado en los camerinos, tampoco agua corriente, ni hielo. Pero la liga quería seguir como si en el país no pasara nada. 

Los jugadores del Caracas y el Zulia coordinaron una protesta silenciosa: cuando el árbitro pitó el arranque, se quedaron quietos sin tocar la pelota. La liga los podía obligar a presentarse en la cancha, pero no los pudo obligar a correr detrás del balón. Por ese gesto la Federación castigó a los equipos quitándoles el punto del empate cero a cero que resultó del partido. A pesar del castigo, ambos clasificaron a la liguilla final donde les tocó enfrentarse. 

El Zulia le ganó al Caracas 3 a 2.

Foto: Prensa Internacional

Ahora vendría el partido de vuelta contra Palestino en Santiago. El entrenador de ese equipo había declarado su molestia con lo que había vivido en Maracaibo. La grama, el calor, la ciudad; todo menos reconocer que había sido superado. Mi hipótesis era que si lográbamos mantener el cero, la sorpresa chilena se convertiría en desorden. Y así fue. El Zulia, fiel a su estilo, mantuvo una defensa ordenada, esperando cualquier error para contraatacar. Eso ocurrió al minuto 77 cuando el portero palestino derribó a Albert Zambrano en el área y Evelio Hernández ejecutó el jaque mate desde el punto penal. 

Regresamos a Venezuela con la sexta victoria en fila y la clasificación.

 

Estábamos en cuartos de final. El 22 de julio, el día previo al partido de ida contra Sporting Cristal, hubo otro apagón nacional, esta vez de varias horas. Según las noticias, al equipo peruano le tocó pasar la noche en penumbras en su hotel.

El lobby del nuestro estaba repleto. Durante los apagones la gente que puede costearlo se aglomera en los locales que cuentan con planta eléctrica. De pronto, como refugiados en una embajada en época de guerra, un centenar de personas acudió a cargar sus teléfonos y buscando wifi. 

Nuestro equipo estaba tranquilo. No había nada novedoso, ya estaban entrenados en seguir enfocados a pesar de que la ciudad pareciese estar derrumbándose. Al comienzo de la Copa compartimos la idea de que “nosotros somos la luz de la ciudad”. Nuestro grito de guerra comenzó a ser un rumor que recorrió Maracaibo.

Ordenados defensivamente, esperaron que Sporting Cristal se animara a atacar para que Leo Morales despejara un balón a los pies de Albert ‘Chácaro’ Zambrano, quien puso un pase a profundidad a Brayan Moya. Junior Paredes picó al primer palo arrastrando la marca y Frank Feltscher lo siguió para aprovechar el espacio libre, recibir el pase y enterrar una daga al imperio Inca. 

Otra vez el arco en cero, onceavo partido seguido invicto y tercera victoria en fila en Copa Sudamericana. Otro equipo extranjero, esta vez uno de los históricos, agarrándose la cabeza incrédulos de estar abajo en la serie contra un equipo que no tiene ni agua corriente para bañarse después del entrenamiento.

Foto: Prensa del Zulia FC.

El gol nos dio a todos especial alegría por haber sido anotado por Frank. Quienes conocen su historia saben que es uno de dos hijos de una madre caraqueña llamada Zaida, mudada a Suiza hace muchos años. Él y su hermano Rolf nacieron en Suiza pero vivieron un año en Caracas y ambos han jugado en la Vinotinto. Frank llegó a jugar con la Selección Nacional Sub19 de Suiza pero cuando César Farías lo invitó a jugar con la de Venezuela, junto a un grupo de jóvenes con doble nacionalidad que incluyeron a Fernando Amorebieta, Andrés Túñez, Dani Hernández y a su hermano Rolf, él fue el más entusiasta de todos.

Asimismo cuando César lo invitó a jugar con el Zulia accedió animado. De manera inexplicable para los maracuchos, Frank, que habla con jerga caraqueña y acento germánico, parece sentirse en casa en el calor cerca del lago a pesar de haberse criado en el frío de Los Alpes.

La vuelta a la semana siguiente en Lima prometió ser un reto. Sporting Cristal es de los equipos más caros de la liga peruana. Su entrenador, Claudio Vivas, ex-asistente de Marcelo Bielsa en la selección argentina, llegó de segundo en el torneo de Apertura anterior. Para contrarrestar el “estilo bielsista”, el Zulia salió a presionar desde el primer minuto y a los diez ya había robado varios balones y creado situaciones de peligro.

Al minuto once, un tiro de esquina ejecutado con precisión fue cabeceado por Andrés Maldonado, defensor central, para adelantarnos uno a cero. El gol tempranero condicionó el partido, pero Sporting Cristal empató al minuto 26 del segundo tiempo. Un segundo gol de tiro libre de Carlos Lobatón, al minuto 30, puso a Sporting arriba y a un gol de voltear la serie.

Foto: Manuel Llorens

Foto: Prensa Internacional

Vinieron minutos intensos en los que el público peruano se entusiasmó. 

En el minuto 87, con un saque de Leo, una peinada de cabeza de Miguel Celis y una corrida a velocidad de Moya, se decretó el juego, el set y el partido a favor de los improbables zulianos. El Sporting hizo un gol en el minuto 95, que les otorgó el consuelo de haber ganado el partido, pero quedaron fuera por nuestros dos goles de visitantes. 

A pesar de que la seguidilla invicta se detuvo en catorce, un equipo venezolano había logrado pasar por primera vez a cuartos de final de la sudamericana.

El juego de cuartos de final fue contra Colón de Santa Fe que, a diferencia de Cristal Sporting, venía de perder en la liga argentina diez juegos en fila. No por eso es un equipo modesto. Con una nómina en promedio de más de 300 mil dólares mensuales, que incluye a uno de los máximos goleadores de la Copa Libertadores del año anterior, valorado en unos 50 mil dólares mensuales. Su sueldo es más del doble que la nómina completa del Zulia.

Durante la semana del partido llegaron las noticias de los Juegos Panamericanos que se disputaban en Lima y sobre la desorganización de la gestión deportiva venezolana. Una nadadora de aguas abiertas tuvo que competir con un traje de baño que no era del material adecuado y sufrió de hipotermia durante la competencia. Otros, como el medallista olímpico Rubén Limardo, se quejaron por el abandono sufrido por los atletas. Finalmente Venezuela terminó en el décimo segundo puesto en el medallero, su peor ubicación desde 1975.

A contracorriente, el país volteaba la cabeza preguntándose cómo es posible que un equipo como el Zulia, que vive en las condiciones que vive, escale por las paredes inestables de un país que se derrumba. Quién sabe si parte del secreto ha sido precisamente tener que crecer huérfano.

El partido, como era de esperar, fue trabado. 

Los argentinos llegaron a Maracaibo bajo mucha presión, con amenazas al puesto del entrenador en caso de no lograr pasar de fase, por lo que plantearon un partido conservador, esperando armados atrás. Por primera vez en la copa nos tocó llevar el peso del juego y tener más porcentaje de posesión. Sin embargo, al minuto 36, Colón cometió un error cuando su lateral derecho, cumpliendo la orden de romper cualquier contraataque, pateó al Brujo Martínez, quien se desprendía, ganándose una bien merecida expulsión. El sol estaba más caliente que nunca, la temperatura llegó a 41 grados y la sensación térmica a 54. A pesar de eso, 14 mil fanáticos gritaban.   

Un gol por cada lado fue invalidado y parecía que Colón había logrado sacar el deseado empate cero a cero a pesar de jugar con diez hombres. Hasta que en el minuto 88, Abel Casquete, un joven ecuatoriano que se formó en las inferiores en el River Plate argentino y que ese día cumplía 22 años, anotó el gol que definió el partido 1 a 0.

Algarabía en las gradas, otra sorpresa maracucha. 

En la noche, Evelio Hernández tuiteó: “A dormir sin luz pero con la tranquilidad mental y el cansancio físico que te deja una jornada de trabajo positiva!”.

 

A la semana siguiente viajamos a Santa Fe de Argentina para el partido de vuelta. Una ciudad pequeña que gira en torno a sus dos equipos: Unión y Colón. Los hinchas de Colón nos retaban al vernos pasar mientras que los de Unión nos celebraron por haberle ganado a su gran rival. 

Al hotel se acercaron viejos amigos del fútbol, entre ellos Héctor Bidoglio y Javi López, quienes jugaron muchos años en Venezuela. Pero las visitas más sentidas fueron las de los familiares que han migrado a Argentina por la crisis. El fisioterapeuta compartió con lágrimas en sus ojos el agradecimiento al equipo, ya que gracias a sus logros, volvió a ver a su hija quien se mudó a ese país. El hermano del lateral derecho, Daniel Rivillo, se vino también desde Buenos Aires a verlo. Tenían seis años sin verse.

El estadio de Colón se llenó con unas 20 mil personas gritando.

El Zulia respondió cumpliendo el libreto en el primer tiempo. Se mantuvo ordenado. Las llegadas de Colón fueron escasas, mientras alguno de nuestros contraataques llevó algo de peligro. Pero la emoción se notaba. Nos apresuramos en algunas decisiones y, comenzando el segundo tiempo, Colón hizo un gol. 

Foto: Prensa Internacional

El Zulia logró estabilizarse, pero veinte minutos después subimos a cabecear en un córner y quedamos desbalanceados. Arrancó un contra golpe argentino. Dos defensores se resbalaron y la ‘Pulga’ Rodríguez, el ídolo local, anotó el segundo gol. 

A partir de allí la angustia se tornó en desespero. En menos de diez minutos nos llegaron dos expulsiones. Un jugador se resbaló y barrió del piso a un contrario, otro cometió dos faltas fuertes y salió por doble tarjeta amarilla. 

El temple que habíamos mostrado hasta ese momento se esfumó.

El resultado fue un mazazo a la ilusión del grupo. 

El camerino parecía un velorio. Algunos lloraban la caída de las alturas. El desafío a la realidad llegó a su fin. Por mi parte, sé que con el pasar de las semanas el equipo podrá ver en perspectiva las dimensiones de su logro. 

 

Un psicoanalista clásico, Wilfred Bion, definió su oficio como la capacidad de seguir pensando mientras las bombas caen. La afirmación no era tan metafórica, pues a Bion le tocó vivir en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. 

Novak Djokovic, el superestrella del tenis, ha contado varias veces cómo a los 12 años le tocó resistir los bombardeos a su ciudad de Belgrado mientras vivía con su abuelo durante la guerra de Yugoslavia. Sus padres se habían ido a otra ciudad en Kosovo donde podían hacer algo de dinero para mantener a la familia. Djokovic no dejó de entrenar. Su entrenadora del momento, Jelena Gencic, contó que entrenar era más bien la manera de no pensar en las bombas, y que a menudo trabajaban justo en el lugar que había sido bombardeado el día anterior, calculando que las fuerzas de la OTAN no atacarían dos días seguidos el mismo sitio.  

Djokovic ha declarado que atravesar esa época —que incluyó escuchar el sonido de los bombarderos de fondo, mientras cantaban feliz cumpleaños para celebrar sus 12 años— es una de las claves de su fortaleza mental: “Eso fortaleció el espíritu de los que sobrevivimos y me ha permitido apreciar el valor de la vida”.

La tarea del Zulia fue la de continuar jugando mientras el país se derrumbaba, no sin reconocer la gravedad del desastre y haciendo una pausa por los muertos cuando correspondió hacerlo.

El esfuerzo de seguir compitiendo contra los mejores del mundo, a pesar del desastre, fue por instantes, una luz en medio del apagón.

 

Foto portada: Manuel Llorens

Manuel Llorens

Psicólogo de futbolistas y de venezolanos regados por el mundo. Apasionado por los sobrevivientes, los que insisten. Entre mis libros están Terapia para el Emperador: crónicas de la psicología del fútbol (2012), La Belleza Propia: arte, adolescencia e identidad (2014) y Psicoterapia Políticamente Reflexiva (2015). Codirector de Reacin (Red de Activismo e Investigación por la Convivencia).
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