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Cuando a la esperanza se la traga el mar

Eva Riera | 20 ene 2018 |
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Treinta personas viajaban de Falcón a Curazao en una lancha rápida, con capacidad para 15, que zozobró en una zona de aguas turbulentas. Entre ellas iban los esposos de Nereida y Normery, dos hermanas de una familia de La Vela que conoce muy bien lo que significa atravesar ese mar de manera ilegal. Una tercera hermana, que lleva un Cristo en su pecho, también fue balsera y es la única que tiene a su esposo trabajando en Curazao.

Fotografías: Francisco Colina

 

Nereida Raaz no se imagina todavía la vida sin Oliver. Se aferra a la esperanza de que haya salido con vida del naufragio de la lancha en la que viajaba a Curazao, junto a 29 personas más, la madrugada del miércoles 10 de enero. Es así como la recibió el 2018 y, desde entonces, decidió permanecer en casa, encerrada con sus hijas.

Le han dicho tantas cosas sobre lo sucedido: que si lo estaban ayudando para salir del mar y se lo llevó una ola, que estaba preso, que estaba herido en un hospital. Lo único cierto para ella es que Oliver está desaparecido desde hace más de una semana. Y que el 12 de diciembre cumplieron 16 años de casados.

–Quiero que la próxima vez me digan la verdad, que no digan que lo vieron aquí o allá, si está vivo o muerto que me lo digan. No saber nada es una incertidumbre. Si está vivo, me pregunto qué golpes tiene, porque al ver cómo quedó la lancha tiene que tener golpes. O si está preso que me digan. Yo lo que quiero es una noticia.

El día que Oliver se marchó solo le dijo: “Me voy a la costa”. Y no es que a Nereida se le hubiera pasado ningún pensamiento específico y terrible por la cabeza, pero sintió tristeza al escuchar aquella despedida tan escueta. Ella sabe, como todos en Falcón, que atravesar ese mar hasta llegar a Curazao está lleno de peligros.

Es una travesía de casi siete horas, en lanchas rápidas que suelen estar desprovistas de las mínimas normas de seguridad. Sin salvavidas, a mar abierto, de noche y con solo las estrellas como lámparas y techo. Es el riesgo que corren quienes buscan ingresar ilegalmente al territorio insular holandés en busca de trabajo pagado en dólares.

 

La noticia le llegó a Nereida como todas las malas noticias, de golpe y cuando ya otros la sabían. Serían las 10:00 de la misma mañana del miércoles. Su padre llamó a su hermana. Se había enterado temprano, pero quiso corroborar la mala nueva y después fue que se animó a avisar.

No era una única mala nueva. Eran dos.

Tico, el esposo de su hermana Normery, había muerto en el accidente. Y Oliver probablemente también. Fue lo primero que escuchó Nereida. Que Oliver se había ahogado, pero no habían encontrado su cuerpo. Ella pensó, sin embargo, que estaba vivo.

Oliver Cuahuromatt Velásquez, de 32 años, salió de su casa antes de Navidad con la intención de viajar a Curazao. Nereida no sabe por qué, pero no fue sino hasta el martes 9 de enero cuando zarparon. O quizás lo sabe, pero no lo quiere decir. Su esposo le aconsejó “mejor no saber”. Por eso asegura desconocer de dónde salió la lancha y quién la conducía.

Su cuñado, Danny José Sánchez Piña, de 33 años, a quien llaman Tico, y la prima de él, Joselyn Piña, de 24 años, también iban entre los pasajeros. En Curazao eran esperados por el papá y dos hermanos de Nereida, así como otros amigos que trabajan en la isla desde hace meses. Se supone que fueron ellos quienes los ayudaron a costear los 10 millones de bolívares que cobran los coyotes. Oliver se animó a endeudarse confiado en que podría pagar cuando empezara a trabajar allá.

Son viajes clandestinos, que se contactan a través de terceros, en voz baja. Se organizan en La Vela de Coro, el llamado puerto real del estado Falcón. Ese en el que se sumaron Oliver y Tico, desde la playa de San José de la Costa, había sido abortado dos veces. Es lo que han contado los sobrevivientes del accidente a sus familiares. Primero por una avería en la embarcación, luego por impedimentos personales de uno de los dos motoristas que la conduciría.

La ilusión del viaje y los beneficios que obtendrían hicieron que Oliver y los otros 29 pasajeros se olvidaran de las fiestas de diciembre. Los días 24 y 31 transcurrieron para ellos “en el monte”, como llaman el sitio desde donde esperaban a que los motoristas indicaran que se harían al mar.

Oliver se fue antes del 24. Nereida no recuerda el día. Regresó el 26 y estuvo en casa hasta el 31 de diciembre en la mañana. El viernes 5 de enero volvió a ver a su niña enferma. Y el sábado 6, a las 5:00 de la mañana, se marchó por última vez. Ella no sabía dónde estaba, pero siempre llamaba y decía que estaba bien.

 

Era la segunda vez que Oliver viajaba a Curazao. En 2017 lo hizo y fue deportado a la semana siguiente. Lo capturaron el mismo día que llegó, al salir del monte. Esa vez también fue con Tico.

En Falcón, Oliver trabajaba en cualquier cosa que le saliera. No alcanzó a graduarse de bachiller porque la urgencia por llevar el sustento al hogar se lo impidió. Fue paramédico en el ambulatorio Simón Bolívar, de La Vela. Después consiguió trabajo en la Misión Vivienda Venezuela y eso le permitió tener la casa donde ahora Nereida lo espera, en la calle Proyecto del sector Barrio Nuevo, en La Vela de Coro. El padre de ella fue el maestro de obra, igual que de las otras tres casas de la familia. Una al lado de la otra, viven su hermana Normery, una prima y un tío.

Oliver le pidió matrimonio a Nereida cuando Gladys, la primera de sus hijas, tenía 2 años. Se habían conocido en la plaza La Antillana, de La Vela, un día en que él estaba de guardia como paramédico. Fuero novios por tres años, hasta que ella salió embarazada. Gladys estudia 1er año de bachillerato y Kerlys, la más pequeña, tiene 4 años y está en el preescolar.

Peleaban sí, como todas las parejas, a veces por tonterías. Él pocas veces salía solo. Cuando podían, iban con las niñas al Paseo de La Vela o a comer perros calientes. Tenía seis meses desempleado y ocupaba su tiempo en llevar a las hijas a la escuela o en cuidar a su madre que sufre de diabetes. Nereida presume que esa fue una de las razones principales por las que decidió migrar: para poder costear su tratamiento. El padre es vendedor de café. Tiene tres hijos más. Oliver es el tercero.

Nereida trabaja como ayudante de cocina en un restaurant en el sector Colombia Sur, aledaño a Barrio Nuevo, donde las cocineras son su hermana Normery y una prima. Su faena comienza bien temprano para tener listo el menú que ofrecen para el almuerzo: pollo guisado o a la plancha, bistec, chuleta, mondongo, frijoles. Pero a las dos hermanas las une, ahora también, la tragedia del naufragio.

Alguien le dijo a Nereida que no suspenderán la búsqueda de los desaparecidos. Si Oliver estuviese escondido, como han dicho de algunos, él habría buscado un teléfono, así fuese prestado, para llamarla a ella o a su mamá. Le han dicho que algunos de los sobrevivientes están presos en Curazao y otros en el hospital, pero no han querido decir quiénes son.

Normery, en cambio, tiene la certeza de que perdió a su marido, pero no ha podido enterrarlo porque las investigaciones del accidente no han concluido y el cuerpo debe ser repatriado como parte de una labor conjunta entre los gobiernos de Curazao y Venezuela, cuyas relaciones no se encuentran en su mejor momento debido al cierre de frontera ordenado por Nicolás Maduro.

—Estoy como si él anduviera por ahí, ni siquiera he llorado. Es como que no lo acepto, necesito verlo, para mí es como si está de viaje, por ahí.

A Tico lo conoció hace 13 años en una fiesta y a los dos meses decidieron vivir juntos. Ella ya tenía una niña de 2 años de edad que él crió como suya. Luego tuvieron a otra, que murió a los 2 años, un miércoles 10 de enero, el mismo día en que murió Tico. Después les nació otra niña que ahora tiene 6 años de edad. Ella tiene 35.

Tico trabajaba como mototaxista. Era la tercera vez que intentaba establecerse en Curazao, luego de dos deportaciones.

—Cariño, tú me dirás, ya hablé con mi mamá y ella me dijo que no me fuera —le dijo a Normery buscando convencerse de que debía quedarse en Venezuela.

—Si usted no se quiere ir, no se vaya —le respondió ella.

Tico le dijo que no se iría. Pero se fue.

El martes en la mañana la llamó desde el monte. Y le dijo:

—Cuídame a mis hijas, que las quiero mucho, diles que donde voy estaré bien y que no estén tristes.

 

Neeira llegó a la casa materna la mañana de miércoles y se inquietó al ver a tantas personas. Vio a Normery destrozada y a Nereida llena de angustia. De 26 años, es otra de las Raaz, una familia de 10 hermanos: 5 mujeres y 5 hombres. El padre y dos de los varones están trabajando en Curazao. También el esposo de Neeira, quien lleva dos años viviendo en la isla. Ella misma hizo el recorrido en junio de 2017, pero tuvo que volver.

—Me fui por dos meses porque tenemos una niña que convulsiona y no conseguía el medicamento, pero allá tampoco lo obtuve. Los policías me agarraron cuando iba a la bodega y me pidieron papeles. No me asusté porque es normal, sé que no soy de allá. Sin embargo, me trataron bien, estuve en una celda y me dieron la comida.

Entonces pagó 700 mil bolívares por el traslado en balsa. E hizo el mismo periplo que debieron hacer su esposo y sus dos cuñados.

Siempre uno se va como una semana antes para el monte, porque de pronto un día dicen: “Hoy nos vamos”. Nosotros llevamos comida para esos días. De aquí se sale como a las 5:00 de la tarde y se viaja toda la noche. En el viaje se siente de todo. Conversamos, rezamos, unos cantan para enfrentar el miedo. Nos dicen que si tenemos salvavidas los llevemos, pero la mayoría no lleva porque sabe nadar. Yo no sé nadar, pero eso no fue problema porque uno llega y lo bajan en la orilla.

Eso que pasó ahora fue un accidente, un error. Yo lo que hice fue caminar hasta cierto punto, pedí ayuda y me la dieron. A mí no me esperaba nadie. Trabajé en una casa de familia y me trataron muy bien, son muy buenas personas. Lo que gané se lo envié a los niños y compraron el medicamento para mi hija.

Hasta que la deportaron.

Y no quiso volver.

El haber dejado a sus niños con su mamá era una preocupación superior a sus deseos de quedarse con el esposo.

Por ellos no voy a regresar. Mientras esté con mi familia, no importa. Cuando llegué me enteré de que estaba embarazada. Ahora esa bebé tiene 3 meses de nacida. Vivimos en una pieza alquilada en el sector La Comunidad, pero quiero una casa propia. Para eso tengo que trabajar durísimo, porque yo no voy a esperar a que me la den.

La alcaldía del municipio Colina, cuya capital es La Vela de Coro, decretó tres días de duelo activo por la tragedia y prometió ayudar a los familiares de los fallecidos con las exequias. El gobernador, Víctor Clark, extendió el luto a todo el estado Falcón y se comprometió a vigilar el esclarecimiento de los hechos.

En el naufragio perdió la vida un número no determinado de personas. Por el relato de algunos sobrevivientes se supo que la lancha rápida en la que viajaban se partió en dos, por una enorme ola que la volteó estando lejos de la playa. Era una embarcación con capacidad para 15 personas, pero viajaban 30, entre los 18 y 33 años. El accidente se atribuye a un error de quien conducía la lancha, que se adentró a una zona de aguas turbulentas. Quienes no sabían nadar murieron al zozobrar la nave.

Las autoridades de Curazao han rescatado cinco cuerpos en el sector Koraal Tabak de la isla. De ellos solo cuatro han sido identificados: Yajaira Josefina Márquez, Jeanaury Guadalupe Jiménez Chirino, Jaires Leomar Loaiza Soret y Danny José Sánchez Piña, el esposo de Normery.

Acerca de los sobrevivientes, Protección Civil informó que algunos se han comunicado con sus familiares, pero desconocen cuántos son, dónde se encuentran y cuáles son sus nombres.

Regnal Lugin, director del cuerpo de policía de Curazao, informó que en 2016 fueron detenidas en la isla 60 embarcaciones ilegales provenientes de Venezuela, mientras que en 2017 la cifra llegó a 300. Y que al menos 12 mil venezolanos, como el esposo de Neeira, se encuentran en situación irregular.

Uno de los cinco detenidos en Curazao puede ser Oliver, el esposo de Nereida. Ella quisiera creer que así es. Pero la incertidumbre carcome sus días y los de sus hermanas.

Eva Riera

Amante del periodismo con propósito, convencida de que el periodismo que no edifica no merece ser ejercido. Incansable aprendiz. Me apasionan el periodismo para niños, la defensa del ambiente, los derechos humanos y el patrimonio. Son historias que no me canso de contar.
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