Desde pequeño, Shamir Mata sentía que no encajaba en ese modelo de hombrecito que se esperaba de él en su natal Puerto Ordaz, pero un viaje a Mérida le hizo descubrir en el drag una forma de desarrollar su identidad, llevándolo a un camino de aceptación, de su parte y de parte de su madre.
FOTOGRAFÍAS: ALBÚM FAMILIAR
Shamir siempre se sintió la oveja negra de su entorno. Algo pasaba en su interior. No sabía qué. Criado por su madre y su padrastro, era el único varón de una familia de cuatro hermanos, asentada en Puerto Ordaz, en el sur de Venezuela. Su mamá era una mujer estricta que le decía: “Defiéndete, demuestra que eres un hombrecito”. Quizá por eso Shamir no le contaba de las burlas que le hacían en la escuela. Y, por lo mismo, intentaba vanamente encajar en ese modelo de “niño masculino sin fragilidad”.
Con el tiempo, fue entendiendo que, aunque no quería ser peleón, si no se comportaba como el más fuerte, el bullying era aún mayor. Por eso en el recreo le gustaba estar solo. Entre menos se juntara con los niños, mejor.
En alguno de esos momentos de soledad que también buscaba en su casa, descubrió un programa de televisión estadounidense que le encantó: RuPaul’s Drag Race, una competencia en las que los participantes se esfuerzan por construir un buen personaje drag, ya sea drag queen (que resalta la feminidad) o drag king (que resalta la masculinidad).
Sabía que no era buena idea contárselo a su mamá, por lo que siguió viéndolo a escondidas. Allí empezó a cuestionarse su identidad. “¿Me gusta verme como niña? Nooo qué va, asco, yo tengo que ser un hombre de verdad, solo me entretiene ver el show”, se decía para calmar su angustia.
Pero siguió, durante un par de años, viendo Drag Race en su cuarto por la noche, encerrado, con nervios, porque temía que lo atraparan con las manos en la masa. En ese tiempo se percató de algo: los niños le llamaban la atención. Realmente, le gustaban. Y eso también debía mantenerlo en secreto. Si alguien sabía, mínimo, lo botaba de la casa.
Ya en el bachillerato, a los 13 años, conoció a Editzon Moncada, de quien se hizo amigo. Compartían risas, metas, sueños en común. Y también aquello de lo que no hablaba, porque le daba asco y se avergonzaba: a él también le gustaban los niños y ya se percibía como gay. Fiestas, salidas y demás fueron haciendo que Shamir comenzara a soltarse, a sentirse más libre.
Un día, llevó a Editzon a la casa. La mamá lo conoció, se acercó a él. Luego de un par de horas de conversación con Editzon, sintió la curiosidad de preguntarle cómo se sentía siendo homosexual. Él le contó la poca experiencia que tenía. A partir de entonces, la mamá de Shamir fue cambiando su percepción sobre las cosas. Poco a poco dejó de hacer comentarios homofóbicos.
Shamir y su amigo jugaban que estaban en concursos de belleza: se vestían con ropa de mujer y modelaban como misses. Las hermanas de Shamir se divertían con los shows que montaban.
A los 18 años, comenzaron a ir a discotecas. Una vez, de regreso a su casa, Shamir vio a Gema, un hombre que hacía travestismo, y se atrevió a gritarle desde el taxi que lo llevaba:
—¡Hey, hey! ¡Gema! ¡Súbete, súbete, vente!
Gema se subió al asiento delantero del taxi.
—Eres lo máximo, eres maravillosa, me inspiras, admiro tu trabajo, gracias por representar esa feminidad que no termino de saber cómo explotar.
Gema sonrió, y comentó:
—A la orden, soy feliz haciendo drag aquí en Puerto Ordaz.
—Algún día quiero ser como tú, ojalá y me atreva.
Al salir del bachillerato, Shamir decidió estudiar odontología en la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho, pero se dio cuenta de que esa carrera no le apasionaba. Confundido y sin norte, se fue a Mérida, a la Universidad de Los Andes (ULA), a ver si allí algo le llamaba la atención. Le había contado sobre la carrera de actuación y artes escénicas, y pensó que ejercer esa profesión —estar siempre en un escenario, bajo los reflectores— podía hacerlo feliz.
Pero no podía quedarse. Debía regresar a Puerto Ordaz, pues su mamá pronto se iría de viaje a Finlandia. De hecho, al llegar de vuelta, logró convencerlo de que se fuera con ella.
Y así fue.
Pasaron aproximadamente ocho meses en los que la vida se le hacía lenta, aburrida. No se adaptaba. No sabía cómo hacer amigos. Se la pasaba encerrado, esperando su permiso de residencia permanente, que jamás le concedieron, por lo que lo deportaron.
En el viaje de regreso, estando en el avión, tomó la decisión de irse a Mérida a probar suerte: presentó la prueba de la ULA para estudiar actuación. En ese examen, el profesor le dijo que no tenía el talento, que no iba a llegar lejos. Pero ese comentario no lo amilanó. Y eso que no tenía ni donde dormir. Pasó días de hotel en hotel, de posada en posada, hasta que logró rentar una habitación.
Los primeros meses en Mérida estuvieron llenos de dudas, incertidumbre y no saber qué hacer. Aún no anunciaban los resultados de la prueba de admisión de la ULA, y no encontraba trabajo. Esta situación lo llevó a refugiarse en el consumo de alcohol y en las drogas. Y aunque luego se enteró de que había sido admitido, mantuvo el hábito de beber cada fin de semana. Se enamoró. Se abrió a la oportunidad de estar en pareja.
Y así, con los vaivenes de su vida universitaria, llegó a 2021.
Shamir estaba a punto de presentar el show de imitación de una materia, donde personificó a Netta, ganadora del reality show Eurovisión de 2018. A la presentación fueron activistas del Movimiento Somos, que promueve la libertad y los derechos para las personas de la comunidad LGBTIQ+ en Mérida, quienes después llamaron a Shamir porque vieron en él a alguien con mucho talento.
Lo invitaron a la apertura del primer brunch de domingo en el centro comunitario LGBTIQ+ de Mérida, en pleno casco central de la ciudad. Creó un personaje, Dita Sea, inspirado en su propia madre. Estaba nervioso. Fue la primera vez que se puso su traje de drag, y maquillado, entaconado, a punto de salir a bailar, le agarró la mano a Verónica, una compañera drag queen.
—¿Qué pasa si se me olvida algo y no me sale bien?
—Lo harás increíble ¡Rómpete una pierna!
—Mi niño interior no puede creer lo que va a pasar, esto que voy a personificar hoy tiene la esencia de mi mamá, quiero que salga elegante.
—Así será, Dita. ¡A romperla!
En ese momento, supo que su vida estaba cambiando.
Eventos como ese se hicieron frecuentes y permitían visibilizar a otros artistas drag. Y fue lo que motivó que varios de ellos —Olivia Poison, Shamir Mata (Dita Sea) y Victoria Dávila (Victoria Empire)—, con el apoyo del Movimiento Somos y la Cámara de Comercio LGBTIQ+, crearan la Escuela Drag, donde fueron facilitadores durante febrero y marzo de 2023.
Estaba todo listo en la Galería de la Otra Banda, que se encontraba llena de personas. Al micrófono estaba Ivannova Armas, la directora del Centro LGBTIQ+ anunciando la inauguración de la exposición de fotografías Kings and Queens, que resalta la cultura drag en el mundo. Al otro lado del salón estaba Shamir. Llevaba un vestido rojo y una cabellera rubia. Los nervios la invadieron cuando escuchó el nombre de su personaje pronunciado por Ivannova: Dita Sea.
Shamir recordó esos días de su adolescencia en Puerto Ordaz cuando jugaba a ser miss. También recordó la vieja versión de su mamá, aquella que era homofóbica. Los nervios se fueron disipando cuando bajaba las escaleras de madera en su travesía, mientras comenzaba a sonar la música que lleva a Dita a hacer su performance, al ritmo de “Girls to have a Fun”.
Bajo gritos y aplausos, Dita se paseó entre el público generando emoción en quienes observaban el acto, que culminó con unos movimientos de caderas al son de la canción. Shamir no era Shamir. Era Dita Sea. Esa, la que ha abrazado entre los altos y bajos de su vida; esa, la que lo ha llevado al reconocimiento actual del artista que es.
Un día, estando de vacaciones en Puerto Ordaz, aprovechó para visitar a su familia. Luego de un café muy temprano en la mañana en la casa de la mamá, Shamir le comentó que su personaje drag estaba inspirado en ella. Reaccionó con risas y comentarios como: “No te vayas a burlar de mí”.
En noviembre de 2021, su mamá se casaría. Justo el día del matrimonio, una de las prendas que usaría terminó con el cierre roto… Allí estaba Shamir en mitad de la sala, frente a la cara de preocupación de la novia.
Corrió, pidió una grapadora y gafetes para ajustar el vestido de su mamá.
Volvió al salón y le dijo:
—Tranquila, yo soy travesti.
Mientras Shamir ajustaba el vestido de su mamá, ella decía feliz: “Soy Dita”, y los ojos de Shamir se llenaron de lágrimas al ver que su mayor inspiración, su personaje drag estaba frente a él viéndolo por primera vez.
Esta historia fue producida en la segunda cohorte del Programa de Formación para Periodistas de La Vida de Nos.