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El gesto que Gretna nunca podrá olvidar

Liz Gascón | 12 nov 2019 |
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Durante meses vivió esta madre la pesadilla de ver que su hija Miranda, de 9 meses de edad, no lograba pasar de los seis kilos, que su organismo era incapaz de retener ningún alimento. Hasta que otra mujer en apuros se cruzó fugazmente en su camino, y con la ayuda que le ofreció le dio ánimos también para torcer un destino que parecía sentenciado.

Fotografías: Rafael Parra

Gretna El Halabi es la excepción de las mamás primerizas. El álbum de fotos de Miranda, su única hija, tiene carpetas vacías. La niña que tanto había deseado era menuda y frágil, más que el resto de los niños. La galería de imágenes en lugar de dibujarle sonrisas le sacaba lágrimas. Un día Gretna decidió deshacerse de más de un año de fotografías. Apenas se salvaron unas cuantas:

Miranda, a los diez meses, abrazando a su mamá. La ropa, que le apretaría a un bebé de seis meses, a ella le quedaba inmensa. 

Miranda, al año y ocho meses de nacida, posando con un sombrero de cerdita en la entrada de un parque; con una cinta de medir en la que no rozaba los 70 centímetros de alto, donde aparece recostada porque aún no aprendía a caminar.

Miranda, de dos años y cuatro meses, riéndose en una piscina y mostrando el primer par de dientes que comenzaban a asomarse. Ese día le había preguntado a su mamá por qué no tenía tantos dientes como sus compañeros.

Durante ocho años, Gretna intentó concebir. La elevada carga de testosterona en su cuerpo, le decían los médicos, se lo impedía. En 2008 quedó embarazada, pero tuvo una pérdida. Pasarían seis años para que otra vida se formara y creciera en su vientre. Gretna sufría de Hipertensión Inducida por el Embarazo (HIE), una de las principales causas de partos prematuros en el mundo. Y Miranda nació el 7 de noviembre de 2014 en Barquisimeto, estado Lara, a los ocho meses de gestación.

A los cuatro meses, Gretna se percató de que Miranda, en vez de ganar peso, lo perdía. Tomaba leche materna y fórmula y las regurgitaba. Una noche ya no fue leche sino sangre lo que vomitó. Asustada, la madre recorrió varias emergencias en Barquisimeto en busca de un pediatra hasta llegar a una clínica en la que ingresaron a la niña. 

Miranda estaba deshidratada y decaída. Debían tomarle una vía para administrarle suero, pero sus venas no eran visibles. Varias enfermeras la tomaron por los delgados bracitos y Miranda se desesperaba, lloraba y se sacudía hasta partir las agujas. Eso empezó a inquietar a Gretna; algo le decía que ese no era el lugar para quedarse con su hija. 

Movida por una corazonada, cargó a Miranda y la llevó al Hospital Universitario de Pediatría Agustín Zubillaga de Barquisimeto. Llegó pidiendo auxilio. Un médico residente agarró a la bebé, pudo tomarle la vía y la hidrató para estabilizarla. 

Este médico terminó por dar con un diagnóstico para el mal de Miranda: alergia a la proteína de leche de vaca y a la soya. La lactancia materna también quedó contraindicada por la sobrecarga de testosterona de Gretna.  

El doctor le recetó Nutramigen, una fórmula láctea para bebés con alergias severas. Además, debía consumir Glutapak —un probiótico indicado para restituir la flora intestinal— que no se encontraba fácilmente en Venezuela. De hecho, de las 27 marcas que se distribuían en el país, solo una lo contenía. Y para colmo, esos productos ya escaseaban en el mercado formal y eran revendidos en redes sociales. A cambio de una lata pedían otros artículos de primera necesidad ausentes de los anaqueles.

La espera de 6, 8 o 12 horas ya era cotidiana. La Guardia Nacional se hacía del control de los establecimientos y custodiaba el despacho de las cajas, mientras cientos de madres y revendedores estaban a la cacería de un pote de fórmula que solo duraba cuatro días.

A Gretna le tocó hacer colas y también pelear por los 400 gramos de alimento en polvo para la pequeña Miranda. Un día de julio de 2015 estaba en una farmacia en el centro de Barquisimeto. Tardó horas en acercarse a la puerta del local. Le angustiaba que se terminara la fórmula. Solo quedaban 12 latas. Llegó su turno, pero un militar le negó la entrada a la farmacia. Ella no tenía más opción que pelear con un informe médico en mano. Miranda solo podía tomar una fórmula y era la que quedaba en el estante.

Gretna discutió con el militar. Ya había presenciado arbitrariedades en las colas y lo increpó. Mientras los padres solo podían comprar una o dos latas, la Guardia Nacional salía con cajas completas o daba libre acceso a revendedores. 

Vas presa por grosera. ¡Súbete al camión! le dijo una funcionaria.

—¡No voy a ningún lado! 

La funcionaria no fue más allá, tal vez por lo airada de la respuesta de Gretna y por las reacciones a su favor por parte de la gente en la cola. Pero aunque el altercado se quedó solo en el mal rato, tuvo sus efectos. 

Pocos antes del Día del Niño, el primero que tendría Miranda, Gretna cambió los planes de celebración. Ese domingo no fue al parque ni al zoológico, sino que se apostó en las puertas de la farmacia donde le negaron la entrada semanas atrás para exigir el cese de los maltratos a los usuarios y la venta de fórmulas sin restricciones. Se le sumaron otras cincuenta mamás. 

Algunas ya la conocían por el choque con la Guardia. Esa protesta las unió y fue el primer paso en la formación de un grupo que poco a poco iría ganado fuerza hasta que, casi dos años después, daría nacimiento a la ONG Madres y Padres por los Niños de Venezuela (Mapani). 

Mucho antes de eso, en agosto de 2015, un mes después de la protesta del Día del Niño, cuando Miranda cumplió nueve meses, la única fórmula que podía consumir seguía desaparecida. Entre los 9 meses y los 2 años Miranda siempre mantuvo el mismo peso: 6 kilos 300 gramos. En todo ese tiempo Gretna intentó alternar con otros alimentos que su hija no toleraba.

Los cambios de ropa y pañales debía hacerlos con frecuencia agotadora: el estómago de Miranda no asimilaba las sopas, papillas ni preparados, los expulsaba. A los 2 años pasó 90 días consecutivos con diarrea. Gretna, para evitar que la hospitalizaran, la hidrataba después de cada deposición. La niña estaba pálida y descompensada.

Aunque era un hecho que no se conseguía el Glupatak, Gretna seguía caminando toda Barquisimeto, preguntando aquí y allá. 

Un día pasó al mostrador de un Locatel y pidió el producto. La respuesta fue la de costumbre: 

No hay. 

Pero una mujer, que había escuchado a Gretna, se le acercó.

Usted necesita siete sobres de Glutapak. Yo los tengo, los siete. Los busqué hasta por debajo de las piedras, pero igual se los voy a regalar. Yo estoy vieja y me puedo morir; su niña no le dijo la mujer, que padecía de cáncer y estaba buscando algunos medicamentos.

Los sobres de Glutapak los tenía en su casa. Sin dudarlo le pidió la dirección a Gretna para llevárselos. En un par de horas se vieron de nuevo y la señora le entregó el suplemento que Miranda requería.

El gesto de esa mujer con cáncer llevó a Gretna a replantearse su labor social. El donativo fue determinante para que Miranda comenzara a recuperarse. Y a medida que se estabilizaba y surtían efecto en ella los cuidados y la adecuada alimentación, su luchadora madre dio un paso más y asumió la causa de otras Mirandas que también estaban por perder la batalla del peso.

Así fue como finalmente nació Mapani, con el apoyo de Movimiento Vinotinto, organización concebida por Gretna para defender de los derechos humanos de los niños. Simultáneamente, desempolvó el título de abogada carrera que hasta entonces no ejercía para asumir la causa de Miranda. 

“Miranda contra el Estado venezolano” es el encabezado de la demanda que introdujo Gretna en el Tribunal Supremo de Justicia para que se eliminara la venta de fórmulas por terminal de número de cédula y en cantidades limitadas. La instancia no revocó la medida.

Después de esta acción, Gretna denunció en la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde) hechos de corrupción que vinculaban a fiscales designados por esta organización en el estado Lara. Mil fiscales fueron destituidos por irregularidades en la venta de fórmulas. 

Mapani ha crecido tanto como Miranda. Se convirtió en un centro de atención infantil gratuito con una sede colorida en la carrera 17 entre calles 29 y 30 de Barquisimeto. Una de sus primeras acciones, levantar un “censo por teteros” directamente en las colas, rápidamente atrajo la atención de otras mujeres urgidas por salvar a sus hijos de la desnutrición. Hoy se sostiene gracias a los aportes de venezolanos en el exterior y de organizaciones aliadas, entre las que se incluye Meals 4 Hope, dedicada específicamente a dar auxilio a niños venezolanos de las zonas más pobres.

Cuentan con banco de medicinas, salas de juego que sirven de consultorios y un equipo de médicos, psicólogos, nutricionistas y abogados que reciben un promedio de 180 niños mensualmente, de los cuales 120 forman parte del programa que combate la desnutrición infantil.

Uno de los pediatras de Mapani, de apellido Daza, es el joven que asistió a Miranda a los cuatro meses en el Hospital Universitario de Pediatría Agustín Zubillaga de Barquisimeto y le prescribió la única fórmula que le hacía bien.

Ahora Gretna se levanta a las 5:00 de la mañana para ayudar a madres que, como ella, cuidan a los niños menuditos. Ha enterrado a varios bebés que murieron de desnutrición y ha pensado en desistir. Pero cuando la asalta ese sentimiento, recuerda a la mujer con cáncer que le regaló siete sobres de probiótico. Ese gesto le da fuerza para volver a levantarse, por Miranda y por las otras Mirandas.

Su niña está por cumplir 5 años. Corre, salta, brinca, pasa las tardes en la organización dirigida por Gretna y habla con otros niños. Hoy el álbum de fotos de Miranda comienza a llenarse. La niña de ojos brillantes como el azabache y rulos suavecitos posa frente a la cámara de su mamá a diario. Pide con cariño que la retraten y le hace honor a su nombre «Miranda» que proviene del latín mirāri cuyo significado es digna de admirar.


Historia elaborada en el XIII Seminario de Periodismo Narrativo de Cigarrera Bigott 2019.

Liz Gascón

Soy periodista y me interesa contar historias que están fuera del radar. Corresponsal de El Pitazo en Lara. Formo parte del equipo ganador del Premio Gabo 2019 categoría Innovación por Mujeres en la Vitrina
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