El escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón fue invitado a participar en la presentación de Florecemos en un abismo —una reciente antología poética de Rafael Cadenas— que se llevaría a cabo en Barcelona, España. Cumpliría así lo que había deseado días antes, mientras veía la transmisión de la ceremonia en la que el poeta recibía el Premio Cervantes de Literatura, el más importante galardón a las letras en español. Esta es la historia de lo que vivió. ¡Y es nuestra historia 700!
FOTOGRAFÍAS: CASA AMÈRICA CATALUNYA Y PAULA CADENAS
Para Paula y Silvio
El 24 de abril de 2023 tuvo lugar en Madrid la entrega del Premio Cervantes de Literatura 2022 a Rafael Cadenas. Al igual que muchos de mis compatriotas dentro y fuera de Venezuela, seguí la transmisión de la ceremonia en vivo a través de YouTube. Desde Málaga, donde vivo, viendo aquellas imágenes, sonreí y solté mi lagrimita. Me hubiera gustado estar ahí y saludar al poeta, fue lo que pensé. A Cadenas me une una larga admiración que, por generosidad suya, se ha convertido en una amistad de gestos esporádicos, puntuales, preciosos.
Al día siguiente, recibí una llamada de Javier Martín, de la Agencia Carmen Balcells, que ahora representa a Cadenas, para invitarme a formar parte de la presentación de Florecemos en un abismo, la antología de su poesía que el Fondo de Cultura Económica editó para la Biblioteca Premios Cervantes. El evento se realizaría la noche del 2 de mayo en la Casa de América de Barcelona.
Así, vería cumplido el deseo que ni siquiera me había dado cuenta de que había formulado en la víspera.
Me hospedaron en el Catalonia Hotel de Diagonal Centro, el mismo donde estaba Cadenas y su familia. Habíamos quedado en encontrarnos a la 1:00 de la tarde en el lobby, pero Javier me dijo que el poeta había pedido retrasar la cita media hora. Ya sabía yo de la fatiga tremenda que lo agobiaba desde que se hizo pública la noticia del premio. Incluso, hubo que reprogramar la agenda para limitar las actividades a las estrictamente necesarias.
A la 1:30 se abrieron las puertas del ascensor y lo vi llegar. El paso comedido de sus 93 años no impidió que su mirada, entre tierna y pícara, se le adelantara como un cachorro que se escapa de su dueño. Saludos desbordados de emoción entre la agencia, la familia y yo. Su hija Paula, que fue quien orquestó mi presencia allí, me pidió que acompañara a Rafael. Me indicó que me pusiera a su derecha, pues de ese lado oía mejor y así se iba acostumbrando a mi voz para el evento de la noche. Nunca había presenciado un protocolo tan entrañable. Yo, por supuesto, me puse a la derecha de Rafael e hice de báculo.
Nos dirigimos a un restaurante que quedaba justo en la esquina. Allí almorzamos y pude ponerme al día con los intríngulis de la entrega del premio. Nos reímos mucho de la viveza barquisimetana de Cadenas para no ponerse corbata, lo que generó un impasse diplomático que, según entendí, el propio rey Felipe VI resolvió alabando con caballerosidad la impecable camisa de cuello Mao que vistió el homenajeado.
Después del almuerzo, nos retiramos cada uno a nuestras habitaciones para descansar. La actividad en Casa de América sería a las 7:00 y duraría una hora como mucho. Me tocaría compartir mesa con el poeta y profesor argentino Edgardo Dobry. Si a eso sumábamos las palabras de presentación, en realidad era poco lo que debíamos hablar.
Aún no sabíamos si Rafael iba a recitar. Dependía de cuán repuesto se sintiera, por lo que entre Edgardo y yo debíamos tener lista una selección de los poemas por si nos tocaba a nosotros leer. Me quité los zapatos, me puse cómodo y me eché en la cama a repasar el libro para escoger algunos textos.
La antología se titula, como ya dije, Florecemos en un abismo y fue preparada por el propio Cadenas con Paula, su hija. Cuenta con un prólogo de Arturo Gutiérrez Plaza, quien pondera con justeza dos de las joyas más preciadas del volumen: la selección misma, que implica un examen del poeta sobre su propia obra en su momento de mayor consagración, y la primera sección, titulada «Poemas de Trinidad», que contiene seis poemas escritos en 1954 y que habían permanecido inéditos hasta ahora.
El primero dice:
País
Te has quedado dormido
entre espadas
sin la prometida luz.
Ninguna mañana viene a despertarte.
Los militares son eternos.
A las 6:30 nos volvimos a encontrar en el lobby. La Casa de América quedaba a pocos metros de nuestro hotel (el cuidado de la Agencia Balcells con sus autores es legendario). Hice de báculo nuevamente. Poco antes de llegar, nos detuvimos mientras Cadenas reposaba unos segundos.
Fue entonces que sentí una presencia a mis espaldas. Unas tres o cuatro mujeres venezolanas, que venían al evento. La expresión de sus rostros al ver a nuestro poeta fue, no puedo encontrar otra palabra, de veneración. Así debían de sentirse los viandantes rusos a principios del siglo XX cuando tropezaban en la calle con Tolstói, pensé.
Por supuesto, la Casa de América estaba abarrotada desde una hora antes. Tuvieron que habilitar una sala contigua, donde el resto del público se acomodó como pudo, arrejuntado y contento. La entrada al recinto fue una de las experiencias más emocionantes de mi vida. Una sala llena de gente aplaudiendo a su poeta. Un país desmigajado por la migración vuelto a reunir, por el breve lapso de una noche, en torno a la milenaria hoguera de la poesía.
Edgardo Dobry y yo hicimos nuestra la lección del autor de Cuadernos del destierro y tratamos de usar las palabras justas. La velada se desarrolló en un ambiente de cálida intimidad y Cadenas se animó a leer sus poemas y a desgranar varias anécdotas que hicieron reír y reflexionar al público. Yo cometí el error de sentarme a su izquierda, de modo que Rafael no pudo escuchar muy bien mis palabras esa noche. Después me pidió que se las pasara por escrito. Aquí aprovecho para hacer yo también una pausa y transcribir los dos párrafos que preparé:
Borges fue el primero en señalar que, en la literatura, los países suelen elegir autores que no se parecen demasiado a ellos. «Como si cada país pensara que tiene que ser representado por alguien distinto», dijo, «por alguien que puede ser, un poco, una suerte de remedio, una suerte de contraveneno de sus defectos».
En el siglo XX venezolano, ese escritor fue Rómulo Gallegos. Un civil, un maestro y un demócrata que fue como una brizna de paja en el viento de las asonadas militares, los golpes de Estado y la ignorancia. En el siglo XXI, en el que los demonios de nuestra historia han mostrado su cara más violenta, los venezolanos hemos escogido al más callado, sabio y pacífico de los hombres: Rafael Cadenas. Buscamos en su vida y en su poesía, que en su caso son dos manifestaciones de una misma energía, un remedio a la palabra inane, a la palabra mordaz, a nuestra propia desmesura.
La velada terminó con un número musical a cargo de la violinista Leslie Urdaneta Mendoza y el cuatrista Luis Eduardo Galián, ambos venezolanos, quienes pusieron a toda la audiencia a corear «¡Ah mundo Barquisimeto!, dijo un barquisimetano / yo digo ‘¡Ah, mundo el Tocuyo!’, porque yo soy tocuyano». Luego, Luis Miguel Palomares, el director de la Agencia Balcells, me comentaría que al escuchar aquel coro tuvo que hacer un esfuerzo para que no se le soltaran las lágrimas.
Al día siguiente, quedé en encontrarme con Rafael a la 1:00 de la tarde en el lobby para despedirnos. Bajó primero Paula con sus hijos. Alan, el menor, sacó un tablero de ajedrez y nos pusimos a jugar. Cuando llegó Rafael, sonrió y se sentó a vernos. Pocas cosas parecían divertirle más que estar allí, compartiendo en silencio.
Al rato dijo:
—En la cárcel, Darío les ganaba a todos.
Se refería, por supuesto, a Darío Lancini, el mayor palindromista del idioma español, eximio ajedrecista y gran amigo de Cadenas desde los años 50 del siglo pasado.
Al terminar la partida, arrimé mi silla a la de Rafael y nos pusimos a hablar. Estuvimos hora y media conversando. Hablamos de los amigos conocidos que teníamos tiempo sin ver, del misterio de la vida y de los achaques de la vejez, de los seres amados que ya no están con nosotros, de ese dolor compartido que es la Universidad Central de Venezuela, de las enseñanzas de Rafael López-Pedraza y de muchas otras cosas más que guardaré en mi memoria como oro en paño.
Llegó la hora de despedirnos y quedamos en vernos cuando yo volviera a Caracas. Salí del hotel a caminar por Barcelona sin ningún plan. Me sentía despojado y sereno, como si entre mi corazón y el mundo no se interpusiera nada. Ni siquiera la poesía. Solo una infinita voluntad de asentimiento ante la vida. De agradecimiento.