Cuando en 2016 Belmer salió de su Barinas natal rumbo a La Serena, una ciudad al norte de Santiago de Chile adonde habían migrado varios de sus amigos, lo hizo con la idea de estabilizarse económicamente y más adelante poder recibir a su familia. En abril de 2018 la historia tomó un giro que nadie pudo haber previsto. Le tocó volver, pero de una forma que los suyos jamás hubiesen deseado.
Ilustraciones: Carmen Helena García
Hay planes que el destino se encarga de desdibujar.
Desde que llegó a Chile, el 16 de diciembre de 2016, Belmer descansaba poco. Se repetía constantemente que debía concentrarse en ser productivo para logar una vida mejor y menos austera para él y para la familia que había dejado en Barinas, en los llanos venezolanos, donde nació 24 años atrás. Ese era su objetivo. Ese era su plan. Aunque se graduó de ingeniero civil, nunca ejerció su profesión en su tierra. Se dedicaba al comercio: compraba y vendía productos, y fue eso lo que le permitió, durante algún tiempo, cubrir sus necesidades y aportar a la casa. Pero la inflación en Venezuela se desbordó como un río revuelto y arrasó con esa mínima estabilidad. El dinero dejó de alcanzarle y comenzó a angustiarse.
Ya entonces varios amigos suyos, afectados también por una situación económica insostenible, se habían mudado a Chile. Le contaban a Belmer que les iba bien. Con los ingresos que obtenían en sus empleos podían mantenerse. Y se sentían seguros andando por las calles, incluso de noche, cosa que en Venezuela hacía mucho tiempo no experimentaban.
Lo convidaron a seguir sus pasos. Le decían que migrar no era fácil, pero que valía la pena. Que yéndose podía ayudar más, si es que era eso lo que le preocupaba. Él aceptó y Claribel, una amiga que había llegado allí ayudada por otro vecino de Barinas, se encargó de recibirlo. Fue ella, junto a Carlos, otro de esos amigos que había migrado tres meses antes, quienes se ofrecieron a darle hospedaje y ayudarlo a conseguir trabajo.
Apenas llegó a Chile, comenzó a trabajar los fines de semana como mesonero en el restaurant Café Cerro Grande, donde Carlos era el chef. En su nueva vida, pensaba mucho en todo lo que había dejado atrás; eso que, al mismo tiempo, lo impulsaba a no desistir. Pensaba en Belkys, su madre, a quien habían despedido del puesto que tenía en la Universidad Experimental de Los Llanos Ezequiel Zamora por no comulgar con las ideas del chavismo. Y en su tía Thay, quien debido a una lesión grave en la columna apenas podía moverse, y de quien él se encargó hasta que cruzó la frontera. Y en Ramer y Almer, sus hermanos mayores.
Soñaba con recibirlos a todos en Chile a mediados de 2018. Esos eran sus planes.
Al principio, vivía con Carlos y Claribel en La Serena, a 5 horas por carretera al norte de Santiago de Chile, la capital. Compartían el mismo espacio y entre los tres pagaban los servicios, el alquiler, la comida. Luego Belmer y Carlos se mudaron a otra residencia, también en La Serena, procurándose un poco más de comodidad.
A Belmer, un empleo de solo los fines de semana no le era suficiente. Necesitaba generar más ingresos para poder ayudar a los suyos en Venezuela, que seguían pasándola mal entre la escasez de alimentos y la hiperinflación. Fue por eso que emprendió la búsqueda de un nuevo trabajo, que pronto encontró: lavaría platos en un restaurant de sushi. No duró mucho haciendo eso. Por su responsabilidad y dedicación lo ascendieron a ayudante de cocina y, luego, a mesonero.
Atendiendo los dos trabajos sintió cierta holgura económica, eso que sus amigos le habían prometido que lograría en Chile. La rutina, ciertamente, era extenuante: jornadas demoledoras de 12 horas continuas. Le quedaba muy poco tiempo libre, pero no le importaba.
Para su fortuna, en La Serena —zona muy atractiva para los turistas por estar a la orilla de la playa— se habían residenciado, antes que él, varios conocidos de su Barinas natal. Como Belmer, fueron llegando allí uno a uno, ayudados por otro que hubiese llegado primero. Con algunos, Belmer salía a distraerse de vez en cuando. A otros a veces se los cruzaba por la calle, cosa que agradecía.
Tan lejos de casa, encontrárselos era un guiño de familiaridad.
Poco a poco su círculo de amigos fue haciéndose más grande. Belmer, muy carismático, se vinculaba fácilmente con chilenos y con otros venezolanos que iba conociendo. Pudo empezar a enviar dinero para ayudar con los gastos en su casa de Barinas. Y el sueño de recibir a los suyos a mediados de 2018 parecía comenzar a tomar forma: era una idea menos utópica, más real.
Pero llegó la noche del 17 abril de 2018, cuando la historia se desvió por un camino que nadie podía haber previsto.
Belmer salió del restaurant de sushi junto a Christopher, un chileno de quien era vecino y amigo. Iban en la moto de este último a la casa de otro amigo a buscar un suéter que había olvidado allí. Cuando atravesaban la calle Gabriel González Videla, un carro a contravía en el que viajaban cuatro delincuentes que huían tras un intento de robo, los embistió sin que ellos pudieran intentar esquivarlos.
Christopher falleció instantáneamente. Belmer lo haría mientras lo trasladaban al hospital de La Serena.
Uno de los amigos se comunicó con la familia, en Barinas, para darles la infausta noticia.
En medio de la conmoción de las primeras horas, la desolada familia manifestó su deseo, firme, de que el cuerpo fuera repatriado para darle sepultura en su ciudad.
Cuando la noticia llegó a sus oídos, Carlos quedó desconcertado. No podía creerlo. A la mañana siguiente, fue al centro médico a reconocer el cuerpo de su amigo. Y cuando constató que era cierto, quedó en shock.
Por no tener ningún familiar cercano en el país, las autoridades pusieron trabas para que trasladaran el cadáver de Belmer del hospital al Servicio Médico Legal para que se le practicara la autopsia. Sin embargo, entre todos los amigos que acudieron, les explicaron que se trataba de un extranjero y que toda su familia estaba en Venezuela. Que ellos podían encargarse.
Fue así que los trámites continuaron.
Repatriar el cuerpo implicaba una alta suma de dinero que la familia no podía pagar. Belmer aportaba buena parte del ingreso familiar y él ya no estaba. Carlos y sus amigos, abrumados y conmovidos, iniciaron una recaudación de fondos a través de redes sociales para hacer posible el traslado a Barinas.
Alguien tuvo la idea de contactar a Roberto Dueñas, locutor de “Los dueños de la tarde”, un popular programa de radio en La Serena. Le contó lo que había ocurrido y le pidió que lo ayudara a promover la campaña de recolección de dinero en su espacio radiofónico.
Y funcionó. Venezolanos y chilenos, conocidos y desconocidos, se sumaron a la causa. Apenas dos horas después del anuncio en la radio, habían alcanzado el monto total que requerían.
En La Serena, sus amigos hicieron una misa. Durante unas horas lo velaron antes de que fuera trasladado a Venezuela. De La Serena llegó a Santiago de Chile, donde lo tuvieron cuatro días en un área especial. Allí vinieron diversos controles en los que certificaron las condiciones del cuerpo y se diligenciaron los permisos correspondientes para que continuara la ruta. Luego lo trasladaron a Cúcuta y después, finalmente, a Barinas.
Trece días después de su fallecimiento, Belmer estaba en su tierra.
Entre lágrimas, conmocionados, esa tarde lo recibieron familiares y amigos. Habían organizado un velorio en la Funeraria El Pilar para despedirlo. Lidiando con la tristeza, con la rabia y con la impresión de su repentina pérdida, recordaban el hombre que fue Belmer, cada quien tenía una anécdota junto a él.
Belkys, su madre, una mujer sencilla que no se afana demasiado en derrochar coquetería, ese día se arregló con esmero.
—Me puse bonita para mi hijo —decía en medio del dolor.
Al día siguiente, lo sepultaron. En un cementerio de Barinas, como era la voluntad de la familia.
Ramer, el hermano mayor de Belmer, migró en 2018. Está en La Serena, allá donde su hermano dio su último suspiro, la misma zona donde él soñaba con recibirlos a todos. Una parte de ese sueño se hizo realidad. Solo una parte, porque esos no eran los planes.
Esta historia fue producida dentro del programa La vida de nos Itinerante, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para periodistas, activistas de Derechos Humanos y fotógrafos de 16 estados de Venezuela.