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Ganar a la venezolana

Lizandro Samuel | 28 ene 2017 |
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La escena transcurre en Ammán, capital de Jordania, el 3 de octubre de 2016. Más precisamente en el minuto 93 de un juego en el que, tras una prórroga de cuatro minutos, Camerún empata a Venezuela, amenazándola con sacarla del torneo. De narrar el histórico momento que ocurre a continuación, que tiene como protagonista a la joven estrella venezolana Deyna Castellanos, se encarga Lizandro Samuel, cronista especializado en fútbol.

Fotografías: Carlos Tato Celis

Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol”.
Eduardo Sacheri

 

Alexandra Takounda se sentía como en un cuento de hadas. Acababa de debutar en el Mundial femenino sub 17. Es el 3 de octubre de 2016. Solo cuatro años antes había entrado al fútbol organizado cuando David Abbo Hassana, el entrenador del Jeunsse Sportive de Mfandena, vio en la entrada del estadio Omnisports a una niña de 12 años que usaba un balón con una “técnica innata”. Y la fichó para su equipo. Luego vendrían los 17 goles que anotó para el conjunto Eclair de Sa’a, y de ahí el bien ganado puesto en la selección de Camerún, que logró su cupo para el Mundial con un gol suyo sobre el final del juego que igualó el marcador y forzó los penales ante Etiopía.

Ahora acababa de anotar ante las venezolanas. Y de taco. Camerún había perdido en su debut ante Canadá, por lo que para no ser eliminado necesitaba de este punto in extremis. Es el minuto 93. El marcador está 1-1. Alexandra corre de forma desordenada hacia el banco de suplentes. Su sonrisa alumbra todo el estadio Internacional de Ammán, en Jordania. Se deja caer de bruces. Con el rostro clavado contra la grama, cree haber dejado atrás el peor drama de su historia. Lesionada dos meses antes del Mundial y temerosa de que no la convocaran, había llamado una y otra vez a los entrenadores para decirles que creyeran en ella. Que una fractura en el pie solo le daría más valor a los goles que marcaría en Jordania. Y en efecto, terminaba de lograrlo. Ni se imaginaba lo que sucedería segundos después.

El estadio Internacional de Ammán, sede de lo que parece más dramaturgia que deporte, tiene una capacidad para 17.619 espectadores. Es un recinto pequeño, si se tiene en cuenta que los grandes teatros albergan entre 50 mil y 100 mil personas. Con todo y sus modestas dimensiones, ese lunes se veía desierto. No había más de 3 mil asientos ocupados. La cifra es insignificante si se compara con los 40 mil asistentes que meses atrás llenaron el estadio Metropolitano de Barquisimeto, en el último partido del Sudamericano sub 17, entre la Vinotinto y Brasil.

Con aquel marcador 1-1, las vinotintos sintieron que les estrujaban la fe. Verónica Herrera se llevó las manos a la cara. Gladysmar Rojas apoyó las palmas contra sus rodillas. Hilary Vergara suspiró, Yerliane Moreno vio el piso, Olimar Castillo borró toda expresión de su rostro. Solo Deyna Castellanos –dorsal 9 sobre la espalda, cinta de capitán apretada al brazo izquierdo– mantenía la vista alta, buscando la pelota para apresurarse a acomodar el guión que había alterado Alexandra.

En el banquillo de Venezuela, el hedor de un “coño de la madre” no nubló el juicio del director técnico Kenneth Zseremeta. Desesperado, envía al campo a Nohelis Coronel, quien sabe que cuenta con apenas segundos para escribir un plottwits. Con el 19 en la espalda, la chica espera junto al juez de línea que se produzca el cambio. La sustituida es María Cazorla, con el número 18, quien acababa de usar toda la energía que su cuerpo de quinceañera criada en la pobreza le había permitido. Sus gambetas, agilidad y las ganas con las que corre por la banda, la llevaron a ser una de las más jóvenes de la selección. Al finalizar el torneo, se despediría con cinco partidos disputados y un gol. Pero eso no lo sabe todavía. Por eso camina como si con el gol de Alexandra Takounda todo hubiese acabado, como si debió hacerle caso a las amigas que le dejaron de hablar por jugar ese “deporte de hombres”, como si su talento no fuera suficiente para sacar a sus abuelos y a su tío del rancho en el que viven en Puerto Cabello y donde la criaron desde que sus padres murieron.

Con el 1-1 estático en la pantalla digital y su derrota previa en el debut, Venezuela está quedando casi eliminada. El cambio de Cazorla por Coronel luce poco prometedor.

Un par de meses antes, Nohelis se dedicaba a frustrar ocasiones en vez de generarlas. Jugaba de portera. Destacó tanto en el Deportivo Lara, que Zseremeta la convocó como suplente de Nayluisa Cáceres para el Sudamericano 2016. Luego, empezó a hacer goles con el Lara. En eso andaba cuando la llamaron al módulo de preparación previo al Mundial. Como portera, obvio. Pero, un mes antes de que se oficializara la lista definitiva de convocadas, las vinotintos vieron que Nohelis dejó de practicar atajadas y comenzó a pulirse en la definición. Fue inscrita en Jordania como atacante.

Corre de inmediato hacia Deyna, que acomoda el balón sobre el círculo central. Aunque ahora, con el cambio de reglas de la FIFA, el saque puede hacerse hacia atrás y no necesariamente hacia adelante –por lo que suele realizarlo un solo jugador–, Nohelis se para en paralelo a su capitana, con la pelota de por medio.

—¿Dónde te la pongo? —pregunta.

El fútbol es ese raro juego en el que puedes sudar durante 90 minutos, pero basta que alguien haga una jugada para que aparezca en todos los noticieros. Con ese “¿Dónde te la pongo?”, Nohelis Coronel se convirtió en la venezolana que menos tiempo necesitó para dar una asistencia. No volvería al campo sino hasta el minuto 83 de la derrota 0-4 ante España, 18 días después, en el encuentro por el tercer lugar. Pero en este momento, en su debut al minuto 94, acata la señal de Deyna y, en segundos, protagoniza el relato que contará a sus nietos. Empuja la pelota hacia adelante y deja que la estrella haga lo suyo.

Deyna se imbuyó en ese estado de fluidez que algunos llaman “la zona”. Su cuerpo recordó las cientos de veces que había ensayado disparos desde la media cancha. Tantas que, justo en la práctica del día anterior, Carlos Tato Celis –jefe de prensa de la Vinotinto– le preguntó a Zseremeta: “Kenneth, ¿por qué estamos poniendo a Deyna a patear desde la mitad de la cancha? ¿Por qué siempre que sacamos intentamos disparar al arco, si sabemos que esto va a pasar una de cada un millón de veces que lo intente; probablemente no va a salir nunca?”.

Todas las vinotinto habían visto a Deyna intentar, en amistosos, ese gol que debe recorrer entre 45 y 60 metros para concretarse. Intentar, no lograr. Pero el cuerpo de la capitana creía en sus posibilidades como un evangélico en la palabra de Dios. Golpea la pelota y esta se eleva. Divide el cielo en una parábola que Carole Mimboe, portera de Camerún, debe impedir que culmine. La guardameta, que no está tan lejos de la portería como cabría esperar, mide el balón como quien teme que la mala suerte la noquee.

Tato Celis está detrás del arco, pero no presta demasiada atención a la escena. Acababa de anunciar el gol de Alexandra Takounda por las redes sociales. A unos metros de él, se encuentra Jennifer Socorro, una venezolana involucrada en el documental Nos llaman guerreras. Están agachados, ya que así ordena la FIFA que se encuentren los reporteros gráficos ubicados detrás de las porterías. Intercambian miradas con ojos de gato triste. “Listo, nos regresamos a casa”, pensó Tato cuando Alexandra usó la varita de su cuento de hadas. La resonancia del pensamiento le late en las sienes. Ve en su mente cada jornada de entrenamiento, cada gota de ilusión puesta en superar lo hecho en el anterior Mundial.

Con la esperanza empañada, nota que la portera de Camerún da un saltico ridículo con ambos brazos extendidos, como si espantara un enjambre de mosquitos. El gesto resulta inútil, pues el balón sacude las redes de su arquería.

—¿Ah?

Sin entender lo que acaba de ocurrir, Tato y Jennifer ponen sus ojos sobre el linier. Luego, sobre el árbitro central. De nuevo, apuntan a la cancha. Deyna se tira de rodillas, estira su camiseta y grita una de las pocas palabras universales.

—¡Gooool!

El cuerpo técnico y las suplentes invadieron el campo. Las jugadoras se tiraron sobre su heroína. Es ahí cuando los dos reporteros caen en cuenta: ganaron el partido. De pie, fundidos en un abrazo, sus corazones les gritan que están ante uno de los momentos más importantes de su carrera. Más tarde, cuando Tato se abrazó con Deyna y Kenneth, este, carcajadas de por medio, le espetó: “¿¡Viste!? ¡Te lo dije!”

Alexandra Takounda escuchó los tres silbatos como si recibiera un acta de defunción. Luego de que su equipo estuviese abajo en el marcador desde el minuto 23, realizase 16 intentos de gol, 6 disparos entre los tres palos y 7 fuera del arco, logró igualar el marcador al minuto 90+3. Habían dado cuatro minutos de agregado. Quedaban solo 60 míseros segundos cuando Deyna Castellanos se convirtió en la bruja de su cuento de hadas.

Minutos después, en la zona mixta, se abrió ante los medios: “Estaba en el banquillo, no sabía si iba a jugar. Antes de entrar, pensé que, aunque me diesen solo cinco minutos, tenía que marcar diferencias. Y el gol llegó. Durante un segundo, una piensa que está viviendo el mejor momento de su vida; y un minuto más tarde, es el peor. Estoy perdida. Y me hago la pregunta: ¿Debí haber marcado ese gol? No sirvió de nada. Quizá hubiese sido menos duro perder 1-0 que en estas condiciones. Todos los sacrificios han sido en vano. Toda mi vida es un milagro, excepto este último segundo”.

Entre 2008 y 2016, al menos diez partidos de la selección masculina fueron suficientes para que la opinión pública acuñase la frase “perder a la venezolana”; es decir, con bloopers de último minuto. Los fanáticos se regodeaban en su mala suerte: ¿Por qué Dios los hizo venezolanos en vez de colombianos o brasileños? Ese 3 de octubre de 2016 no tendría por qué ser la excepción. La mayoría de las personas que ese día celebrarían la victoria de Venezuela debían tener la misma expresión de la portera vinotinto, Nayluisa Cáceres: ambas manos sobre la cabeza, dejando caer la quijada en medio de una sonrisa. Los hinchas apenas podían creer que no se hubiera consumado otra derrota.

Comenzando el siglo XXI, los dirigidos por Richard Páez mostraron al mundo que en la tierra del béisbol también se podían patear balones. Miles de niños soltaron los bates y se dirigieron a las arquerías. En ese contexto nació Deyna Castellanos, quien se convertiría en el rostro principal de un fenómeno solo comparable al gestado por Páez: el de niñas que desafiaron el machismo, se negaron a las pasarelas y no idolatraron a las bombas sexys, regatearon el ninguneo de la Federación Venezolana de Fútbol y del Ministerio de Deporte y, en el caso de muchas, corrieron dentro de la cancha para huir de la pobreza. Alcanzaron el reconocimiento de un país acostumbrado a perder; una nación que, al fin, ve en ellas la posibilidad de ser parte de un equipo que no se conforma con superarse a sí mismo, sino que supera a los rivales.

Ese 3 de octubre ante Camerún, los fanáticos se emocionaron cuando vieron a Deyna caminar hacia las gradas y juntar ambas manos en alto, formando un corazón, para después darse palmadas sobre el escudo de su camiseta como tratando de evitar que los latidos se le escapasen del pecho. Entre el público, Yrene Naujenys imitaba el primer gesto de su hija. Hizo esa mueca de orgullo que pone una madre cuando ve a su retoño triunfar.

Michael Platini aseguró que el futbolista muere dos veces: cuando se retira y cuando deja de respirar. Se puede decir, entonces, que Yrene parió dos veces a su hija: cuando la trajo al mundo y cuando la llevó a su primer entrenamiento.

La pequeña Deyna acompañaba a su hermano Álvaro a cada práctica, llevándose un balón para entretenerse. Hervía de ganas de pisar la cancha, pero Richard, su papá, se negaba a verla en un deporte que sabía dominado por la testosterona.

Jorge Riera, el entrenador, aupó a Yrene a inscribirla. El dueto de chicas esperó a que quien llevaba los pantalones en casa tuviera que hacer un viaje de trabajo que lo ausentó por 15 días, y fue así como Deyna, a los seis años, tuvo su primera práctica. Desde entonces, Yrene ha sido tanto madre como agente. La apoyó cuando otros representantes gritaban a sus hijos: “¡Dale patadas, coñacéala, que esa es una marimacho!”. La niña corría a sus brazos: “¿Qué hago, mami?”. Y alcanzándole una botella de agua, esta le respondía: “Hazles un gol”.

También la acompañó en su primera incursión en televisión, en el 2008, cuando la niña presumió más trofeos y medallas que los que la mayoría de las personas ganan en toda su vida. Volvió a aparecer junto a ella en el programa peruano Enlace Deportivo, que en el 2011 le dedicó un segmento por su actuación en la Lima Cup. Frente a la cámara, Deyna rememoró un momento especial: “Tenía la pelota de espalda, me volteé, le metí de volea y se la clavé en la pepa”. Era su mejor gol hasta el momento. Y ella, que recién entraba en la adolescencia y solo pensaba en “llegar a ser grande”, parecía muy clara de lo qué significaba ese hasta el momento.

Cinco años después, cómo dudarlo, se había superado. Se lo dejaban saber en la zona mixta, donde fue la más vitoreada. Caminaba erguida, sonriente. Los medios se peleaban por una declaración suya. Hasta los voluntarios de la FIFA la buscaban y se fotografiaban con ella o con todo el equipo, ganándose un regaño del ente rector: andaban con el organismo internacional y no con la Vinotinto. Mientras, en las calles de las ciudades jordanas, a Deyna le pedían fotos y autógrafos. Casi como si estuviera en su país, en el que, hace unos meses, renovó la luna de miel que vive con los aficionados.

En el Sudamericano de 2016, el mito de la Cenicienta, tan arraigado en el fútbol local, se reescribió: Venezuela, por momentos, pasó a ser la madrastra abusiva. Las jugadoras, en el túnel de vestuarios, entonaban cánticos de barras: “Poropó, poropó, el que no salte es paraguayo maricón”. Al frente, en la formación, estaba siempre una Deyna de quijada alzada, altiva, con la mirada de un soldado a punto de liquidar a cientos de rivales. Fuera de la cancha, lucía cómoda con las pleitesías de sus fans: se movía entre el público hablando en voz alta y remarcando sus gestos. Parecía pedir una atención que hasta disfruta compartir con su familia. Álvaro, por ejemplo, incrementó sus seguidores en las redes, mientras accedía a tomarse fotos con fanáticos, por ser nada más y nada menos que el hermano de Deyna Castellanos.

En Venezuela se publican banalidades como “mira al posible novio de Deyna” o “conoce el nuevo tatuaje de la goleadora”. El rostro de la delantera se ha vuelto más reconocible que el de cualquier figura de la historia del fútbol venezolano. Es la imagen de una de las pocas noticias positivas del país con tanto peso internacional como las que hablan de muertes, corrupción y escasez. Destaca en Estados Unidos, es invitada a los Premios Univisión y a la gala de la FIFA. Su nombre se alaba como material de exportación en momentos en el que los venezolanos migran en oleadas alarmantes.

Quizá por eso el exitismo se abre paso alrededor suyo. Yrene visualiza a su hija, dentro de unos diez años, jugando en Europa y con “unos cuantos Balones de Oro”. Juan Arango, ex capitán de la selección venezolana, se refiere a ella señalando que “la calidad de los goles que ha hecho está al alcance de muy pocos jugadores, y estoy hablando tanto de hombres como de mujeres”, añadiendo que en un tiempo no muy lejano va a ser la mejor jugadora del mundo. “Para mí, la sucesora natural de Marta o Carli Lloyd sería Deyna”.

Pero en su entorno tratan de que mantenga los pies en la tierra. Aunque cada vez sea más difícil contactarla y el adjetivo de diva lo adhieran a su nombre algunas personas del medio. Si el boom vinotinto demostró que aquí también se juega fútbol, las selecciones femeninas, y en particular Deyna Castellanos, están dándole la vuelta a los clichés: enseñan a un país cómo se gana a la venezolana.


Lizandro Samuel

Lector. Escritor. Entrenador y analista de fútbol. Codirector de Círculo Amarillo Producciones.
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