Flor Pujol, bióloga investigadora del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), se fue en 2019 a Francia a pasar un año sabático en la Universidad de Lyon. Tenía el pálpito de que algo pasaría en Venezuela. Y aunque en Europa se sentía plena, decidió no quedarse allá más de cinco meses: cuando regresó, faltaba poco para que llegara la pandemia de covid-19.
Fotografías: Álbum Familiar
No sabía por qué, pero cuando se postuló para pasar un año sabático en el Collegium Lyon de la Universidad de Lyon, en Francia, Flor Pujol tenía el presentimiento de que algo iba a pasar en Venezuela. Algo trascendental e importante. Algo, quizá, como un cambio de rumbo político. Por esos días de 2018 sentía que, si eso pasaba, no podía estar lejos. “Tengo que estar para ayudar en la reconstrucción de mi país”, pensaba una y otra vez.
El Collegium Lyon es un instituto de mucho prestigio que financia a investigadores para desarrollar proyectos en ciencias humanísticas. A Flor, bioquímica con más de 35 años de experiencia, le daba mucha ilusión estar allí. Era un reto para ella y la oportunidad para investigar y relacionarse con profesionales de muchas partes del mundo. Nunca había vivido mucho tiempo fuera de Venezuela. Solo una vez pasó tres meses en Atlanta, Estados Unidos, mientras cursaba unas pasantías en el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades.
A Flor, la cultura francesa no le era ajena. Su padre llegó a Caracas en 1935 desde los Pirineos y se casó con su madre, una “criollita” de La Pastora. Así que en su casa se hablaba francés y español. Y cursó su bachillerato en un colegio francés. De modo que en Francia se sentiría cómoda, a gusto, como en su propia tierra.
De casi 100 profesionales que aplicaron al año sabático en el Collegium Lyon, solo 17 fueron escogidos. Ella era una de los dos latinoamericanos que integraban ese selecto grupo. Se sintió feliz y orgullosa. Pero, a diferencia de sus compañeros, optó por permanecer en el programa solo 5 meses en lugar de 10, que era el tiempo máximo al que podía aspirar. Aunque sabía que se trataba de una experiencia enriquecedora, ella insistía en que no quería ausentarse tanto de Venezuela.
—Con todas las dificultades que hay allá, ¿por qué no optaste por 10 meses? —le preguntó, incrédulo, Hervé Joly, director del Collegium Lyon.
Ella solo sonrió.
Y le habló de su corazonada.
En marzo de 1982, Flor se graduó de bióloga en la Universidad Simón Bolívar y, seis años después, obtuvo la maestría en biología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Su primer reto laboral llegó en 1988 cuando entró a Empresas Polar, la compañía industrial de alimentación más importante de Venezuela, a trabajar en distintos proyectos biotecnológicos. Al cabo de cuatro años, estaba satisfecha con su labor, pero sintió que debía cambiar de rumbo: lo que a ella más le motivaba era la investigación científica. A eso quería dedicarse.
Fue así que en 1992 entró al IVIC y descubrió su pasión: la virología. Comenzó a estudiar el virus de la hepatitis y luego el VIH en el laboratorio de biología y virus. Una década después, le propusieron que creara y liderara un nuevo laboratorio. Aceptó y echó a andar uno de virología molecular. Junto a sus colegas, se sumergió en los estudios de los virus: caracterizaban las cepas, el análisis de su variabilidad y hacían test genotípicos, con los cuales los pacientes con algún virus podían seguir la evolución en sus cuerpos para ajustar los tratamientos.
Sentía que sus aportes eran importantes.
Y por seguir haciendo aportes importantes desde la ciencia fue que, mucho tiempo después, en septiembre de 2019, se emocionó al irse a Collegium Lyon.
En Francia se relacionaba con lingüistas, cinematógrafos, psicólogos, historiadores, filósofos, y politólogos. Cada semana debía presentarles a sus compañeros los avances del proyecto que estaba desarrollando junto a la investigadora francesa Isabelle Chemin. Trataba sobre los diferentes tipos de hepatitis, especialmente de las variantes de hepatitis B que circulan entre los nativos de Estados Unidos (pues es allí donde los genotipos progresan a cáncer de hígado).
Su vida en Europa poco le hacía extrañar a Caracas. Lyon es la segunda ciudad más grande de Francia y es considerada su capital gastronómica. Flor, aparte de investigar, solía ir a restaurantes y, los fines de semana, aprovechaba para compartir con los demás investigadores, para pasear, para viajar a otros países del continente.
Para Flor, estar en ese sabático fue reencontrarse con la vida científica venezolana de hace más de dos décadas. Tenía años sin ver a tanta gente en los laboratorios trabajando. Se sentía plena. Tanto que, además de su proyecto en el Collegium Lyon, retomó junto a Isabelle Chemin un estudio que desarrolla desde hace 10 años sobre casos venezolanos de hepatitis C y de hepatitis D. A través de WhatsApp incorporó a sus colegas del IVIC en Venezuela, quienes con frecuencia se quedaban a trabajar en los laboratorios hasta más allá de las 6:00 de la tarde. Era una rareza, desde hacía mucho tiempo nadie trabajaba a esas horas.
En eso estaba en diciembre de 2019 cuando el mundo ya había comenzado a cambiar. Ella no lo sabía, pero la tranquilidad de Francia y de Europa estaba a punto de ser alterada. Los noticieros informaban de un nuevo virus que era muy contagioso y que estaba afectando a la población de China. Había miles de contagios y de muertos. Flor no les prestó mayor atención a esas noticias. Ni en ese momento ni cuando en enero de 2020 los reportes de contagios fueron más frecuentes.
El 25 de enero, Francia confirmó el primer caso de covid-19, la enfermedad provocada por el virus. Fue en Burdeos, en el suroeste del país, a poco más de 550 kilómetros de Lyon. Entonces Flor comenzó a sospechar el peligro que eso significaba, pero no se alarmó demasiado. Y no fue la única. Para ese momento, la covid-19 no era un tema de conversación entre sus colegas del sabático. Con las fronteras abiertas, su plan de regresar a su país permaneció inalterable.
Tres días después, el 28 de enero de 2020, aterrizó en Venezuela.
Al volver de Francia, Flor se reincorporó a sus labores en el IVIC y comprendió mejor lo que suponía la covid-19. Notó que en Venezuela había más preocupación por lo que sucedía. Casi a diario recibía llamadas de periodistas preguntándole sobre las medidas que la ciudadanía debía tomar ante la inminente llegada del virus al país. Paciente, respondía cada una. “Hay que informar a la gente”, pensaba.
Los tres laboratorios de virología del IVIC se encargaron de preparar el terreno para lo que venía. Su colega Héctor Rangel, sin haber visto el virus, había estado modelando virtualmente sus características. Por esos días, además, organizaron un seminario para informarle a la población lo poco que sabían hasta el momento: hablaron del origen de la covid-19, del diagnóstico y de eventuales tratamientos.
El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró que la covid-19 era una pandemia. Dos días después, el viernes 13, Flor caminaba por las calles de Caracas cuando se enteró de que habían confirmado el primer contagio en Venezuela. Vio cómo personas apuraban el paso, cómo los dueños de algunos negocios cerraban sus santamarías. Había caos. “Parece que hubiera saqueos”, pensó. Se fue directo a su casa y al llegar recordó el presentimiento que la había acompañado desde hacía dos años.
Algo importante estaba pasando. Y ella estaba para ayudar.
Había llegado justo a tiempo.
No era la primera vez que Flor trabajaba en una pandemia. En 2009 fue una de los tres investigadores que, junto con un equipo de más 12 personas, entre asistentes y estudiantes, analizaron la gripe A-H1N1 en Venezuela. Día y noche estudiaron la variabilidad del virus. Lo mismo hicieron años después con la aparición del ébola y de enfermedades como el zika y la chikungunya.
Pero sabía que ahora el esfuerzo sería mayor. Pensaba que tendrían que redoblar las horas de trabajo, no solo por la magnitud de la pandemia, sino por la merma de científicos en el país. Desde 2009, muchos han emigrado. También por eso entendía que sus aportes, en este momento tan trascendental, eran necesarios.
En marzo y abril, cuando surgían los primeros casos en el país, en el IVIC se enfocaron en lograr que el Ministerio de Salud les permitiera secuenciar los genomas virales. Es decir, que les dieran la oportunidad de caracterizar el virus que circulaba en Venezuela. Pudieron hacerlo en abril y entonces Flor sintió alivio, pero también una gran responsabilidad.
También se empeñaron en que el laboratorio fuera incluido entre los lugares habilitados para prestar el diagnóstico molecular (para detectar el virus). Después de meses de insistencia del doctor Héctor Rangel al Instituto Nacional de Higiene (INH), lo aprobaron en julio de 2020. La noticia la celebraron como un gran logro. Era un avance para agilizar la detección de casos positivos.
Entonces el Laboratorio de Virología Molecular del IVIC se convirtió en el único que cultiva el virus en Venezuela: el único que tiene la capacidad de reproducir o desarrollar el virus de manera controlada para estudiar sus características, evolución y métodos para aislarlo.
Desde diciembre de 2020, cuando empezaron a surgir las variantes de la covid-19, Flor pasaba más tiempo en los laboratorios del IVIC que en su casa, a cargo de la caracterización molecular de los virus. Durante esos meses, Gabriela Jiménez-Ramírez, Ministra de Ciencia y Tecnología, les pidió que crearan un sistema de vigilancia genómica (para analizar cada gen del virus). Sintió frustración porque no tenían la capacidad para secuenciar (o descifrar) el código genético completo. De manera simplificada, eran más de 30 letras del código genético que debían analizar. Pero eso no la detuvo. Decidieron secuenciar solo el código genético de una pequeña porción del virus con las mutaciones características de las distintas variantes.
A principios de 2021 aparecieron investigaciones científicas que confirmaron el surgimiento de una nueva variante de la covid-19 en Manaos, al norte de Brasil. Se decía que era más contagiosa. Flor sabía el peligro que significaba. Al ser la capital del estado brasileño de Amazonas, limítrofe con el estado Bolívar, en el sur de Venezuela, eran altas las posibilidades de que la variante llegara al país. Le angustiaba que la cepa ya estuviese circulando en Venezuela o que se esparciera sin control, de modo que decidió, junto con sus colegas del IVIC, enfocarse en analizar los virus que llegaban de los estados fronterizos y de los migrantes que volvían al país por trochas y aeropuertos.
A finales de febrero de 2021 descubrió en su laboratorio la variante gamma de la covid-19, también denominada linaje P.1. Esa noche las muestras se habían tardado en llegar al laboratorio. Apresurada, cuando las recibió, siguió el proceso que habían establecido para secuenciar el virus y fue cuando hizo el hallazgo.
Con su voz temblorosa por la preocupación, envió una nota de voz a sus colegas notificándoles el descubrimiento.
—Tenemos la variante brasileña.
Informaron enseguida al Ministerio de Salud. Debían actuar con cautela y rapidez. Primero notaron que eran casos aislados, luego fueron más frecuentes, y ya en abril y mayo era la variante dominante.
En el laboratorio que dirige Flor han hecho un descubrimiento tras otro. Encontraron la variante alfa, surgida en Gran Bretaña; la lambda o “cepa andina”; y, hacia finales de julio, la variante delta, la más contagiosa que ha surgido.
Ahora Flor piensa en que, de no haber sido por aquella decisión de ir solo cinco meses a Francia, no hubiera podido aportar tanto en estos tiempos en los que el mundo definitivamente cambió. No solo ella lo sabe. Hace meses estaba trabajando en su laboratorio cuando le llegó un mensaje desde Francia:
—Flor, recordé mucho tus palabras y la verdad es que sí iba a pasar algo.
Volvió a sonreír. Era Hervé Joly.