El joven poeta Carlos Egaña se llevó el Premio Lo Mejor de Nos en su segunda edición. El jurado del concurso, convocado por La Vida de Nos y Banesco, seleccionó también un texto de Reinaldo Cardoza como ganador de la mención Responsabilidad Social Empresarial, y textos de Irma Borges, Liamir Aristimuño y Norma Rivas como finalistas.
Su disposición de ir más allá de la confesión de un drama personal, con el fin de construir un relato que toca la sensibilidad del lector a través de la empatía y la escritura literaria, le valió al joven poeta y profesor Carlos Egaña (Caracas, 1995) el Premio Lo Mejor de Nos —organizado por La vida de nos en alianza con Banesco— en su segunda edición.
«La noche estrellada» se abrió paso entre 53 trabajos, “por tratarse de una historia que aborda la bipolaridad desde la primera persona y con una claridad tal que logra que el lector se conecte desde la empatía, el arte y la literatura y no solo desde el drama que implica la enfermedad”, argumentaron en su veredicto Jacqueline Goldberg, Oscar Medina y Fedosy Santaella, integrantes del jurado.
Junto a la «La noche estrellada», que llegó a manos del jurado bajo el seudónimo de “Keke”, fueron distinguidos como finalistas los trabajos «Semilla de caraotas al sol», de Irma Borges; «Soy mejor desde que él no está», de Liamir Aristimuño y «Quítenme esas marcas feas de la cara», de Norma Rivas.
De igual manera, la mención de Responsabilidad Social Empresarial recayó sobre el texto «Somos herederos de la fe y la alegría», presentado a concurso bajo el seudónimo Francisco Javier, correspondiendo a Reinaldo Cardoza. Profesor universitario y narrador.
Por otra parte, el jurado recomendó la publicación de las historias «El negrito de Acarigua», de Juan Ramón Pérez, y «La llamaron la 79», de Gregoria Díaz.
Siempre nos veremos obligados a recurrir al testimonio
Inquietante como la pintura de Van Goh que le da título, «La noche estrellada» revela lo dolorosa que puede llegar a ser la lucidez para quien tiene que lidiar con la bipolaridad. Un trastorno que a Egaña lo embriaga de soberbia igual que lo entierra en su pequeñez: “…algunos días me creo un dios, otros días me siento minúsculo”.
En esa extenuante lidia, el joven escritor —autor de dos poemarios— echa mano de la palabra para afirmarse y darle sentido a su vida. Lejos de evadirse de su dolor, no duda en hacerlo verbo:
“No dejaré de escribir sobre mis experiencias más vulnerables —si no, ¿para qué escribir?— Si lo que hice obstaculiza los destinos que me he planteado, asumo totalmente la consecuencia. Lo importante es que estoy aquí, que mis dedos teclean sin parar, que sonreír el día después me llena de vigor como pocas veces antes”.
Esta declaración, tomada de “La noche estrellada”, da pie a un breve intercambio con el ganador de Lo Mejor de Nos.
—Cuando dices que si no es para hablar de tus vulnerabilidades no ves para qué escribir, das pie a pensar en una continuidad entre tu poesía y este texto testimonial. ¿La hay?
—Más que una continuidad entre mi poesía y este texto testimonial, creo que toda mi poesía es testimonial. Y todo testimonio, si es trabajado con suficiente sinceridad, es poético.
—Entonces, ¿dirías que la intimidad que se confiesa es materia poética per se?
—Más que la intimidad, que a veces puede seguir un acto ritual, diría que la fragilidad es materia poética per se.
—¿Escribiste el texto para el concurso o ya tenías la idea de escribir algo así?
—Ya tenía bastante tiempo con la idea de escribir sobre mi trastorno, pero de algún modo me hacía falta una excusa, algo que me convenciera de traducir mis razonamientos en palabras. De tal forma que no escribí el texto para el concurso, pero la existencia del concurso fue lo que empujó a escribirlo.
—En tu testimonio hablas de un amigo que tuvo que huir del país por la persecución política. ¿Qué valor crees que tenga el testimonio para un país herido por una diáspora que se lleva a tantos jóvenes?
—Creo que el testimonio es valioso no por estar en un país tan devastado por el exilio, sino que es valioso en sí. Al final del día, pretender sistematizar todo tipo de creación es un error. Lo que siempre queda es la experiencia y la preocupación del autor detrás de la obra, de tal modo que siempre nos veremos obligados a recurrir al testimonio. Ahora bien, creo que en Venezuela —o para los venezolanos— más valioso todavía que el testimonio de quienes se han ido y han tratado de retratar sus durezas afuera, es el testimonio de quienes se han quedado y han tenido que redescubrir un país y una ciudad que cada vez parecen más un cementerio y un pueblo.
Del autor ganador de la mención RSE
Reinaldo Cardoza (Cumaná, 1984) es narrador e investigador de la literatura latinoamericana. Licenciado en Educación mención Castellano y Literatura egresado de la Universidad de Oriente y Magíster en Literatura Latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar, Caracas. Profesor de la UDO-Núcleo de Sucre de Literatura Latinoamericana y también de Didáctica de la Lengua y la Literatura. En 2011 resultó ganador del IV Premio Nacional Universitario de Literatura, mención Narrativa, por el libro de cuentos Bosque salvaje (2012). En 2014 obtuvo el 3er Lugar en la mención Cuento del II Premio Nacional de Literatura Rafael María Baralt. Participó en el Taller Itinerante de La vida de nos y sus historias se pueden leer aquí.