Comenzó sin tener claro el rumbo, pero convencido de que estaba en el camino correcto. Daniel Picado fundó País Plural con la idea de apoyar a la población LGBTIQ+, de la que él forma parte. Uno de sus proyectos bandera es Prisma, un diplomado en asuntos de diversidad que ha formado a 257 líderes en tres cohortes.
FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR
Esta historia comenzó con una gran pérdida. La noche del 22 de marzo de 2018, Oswaldo Cali, profesor, activista y defensor de derechos humanos, falleció de un cáncer testicular que había hecho metástasis en su abdomen. Daniel Picado, su novio, no se imaginaba el futuro sin él, y quedó sumido en un duelo hondo que lo condujo a una depresión. Se sentía perdido, estaba atrapado en un mundo que ahora le resultaba gris, tenía ideas suicidas.
En algún momento, quizá para encontrar un sentido en medio del luto, tuvo la idea de fundar una organización que defendiera los derechos de los pacientes oncológicos. Muchos de ellos no tenían cómo atender la enfermedad. En ese entonces había escasez de quimioterapias, no servían las salas de radioterapia, los hospitales no funcionaban. Él lo sabía muy bien. Por la experiencia junto a su pareja, y porque es médico epidemiólogo. Intentó sacar adelante esa fundación. Le puso un nombre —“Oswaldo Cali seguir viviendo”—, se reunió con otras ONG e hizo algunas alianzas.
Pero el entusiasmo se esfumó pronto. En verdad, no tenía recursos económicos para sostener esa iniciativa y quienes lo acompañaban en el proyecto tenían otras responsabilidades, por lo que no podían dedicarle tanto tiempo. De esa experiencia le quedó la inquietud por ayudar a los demás. Solo que no sabía a quiénes ni cómo hacerlo.
La respuesta la encontró un par de años después mientras dormía.
En diciembre de 2020, tuvo un sueño. Fue uno de esos sueños nítidos que se sienten como si fueran reales: sobre una mesa negra vio un letrero que decía “País Plural”, junto a un logo con forma de escudo; después, miró hacia atrás y se topó con la imagen, vívida, de Oswaldo Cali. Sí, era él, ahí estaba.
Daniel despertó, emocionado, con una idea muy clara: fundar otra ONG, esta vez una que apoyara a las personas de la población LGBTIQ+, de la que él formaba parte. Sabía que Venezuela es un país atrasado en esos temas. Mientras el matrimonio igualitario es legal en ocho países latinoamericanos, aquí ni siquiera es un tema del que los políticos hablen públicamente. Y hay mucha discriminación.
Según la organización Acción Ciudadana Contra el SIDA, desde enero de 2009 hasta agosto de 2017, un total de 192 personas LGBTIQ+ fueron víctimas de violencia debido a su orientación sexual, identidad o expresión de género, y 109 personas LGBTIQ+ fueron asesinadas.
Él conocía esos datos. Y había padecido distintas expresiones de rechazo. Por ejemplo, cuando a su novio enfermo lo iban a operar, no le permitieron ser uno de los 10 donantes de sangre que necesitaba. Cumplía con todos los requisitos, pero como en un formulario Daniel declaró que había tenido sexo con hombres, se lo impidieron.
Aquel día, llevado por la súbita convicción que lo despertó, llamó a su amigo Javier Álamo, diseñador gráfico, y juntos crearon un logo que recogía lo que Daniel había visto en su sueño: un escudo con las banderas de Venezuela y de la comunidad LGBTIQ+. Así, en ese momento, nació País Plural. Quedaban muchas cosas por definir; en verdad no tenía claro el rumbo, pero contaba con el ímpetu para descubrirlo.
Poco después, el 31 de marzo de 2020, Día Internacional de la Visibilidad Trans, Javier y Daniel organizaron una videoconferencia con la abogada Tamara Adrián, primera transgénero en convertirse en diputada de la República. Estaban emocionados. Era la primera actividad de País Plural: se trataba de una conversación acerca de los desafíos de las personas trans. Era la oportunidad perfecta para que se supiera que ahora existía una organización llamada País Plural, que tenía muchas ganas de aportar ideas y soluciones.
Se conectaron unas 300 personas. Hubo un inusitado interés. Tanto que algunos fragmentos de la conversación se hicieron virales en redes sociales, lo cual ayudó a que muchas personas de la comunidad LGBTIQ+ comenzaran a seguir a esta naciente ONG.
Daniel sintió que, aunque no sabía el destino, iba por buen camino. Poco después se le ocurrió abrir una red de voluntarios para sumar personas que quisieran colaborar como activistas. Daniel y Javier crearon un formulario para recibir las postulaciones. Llegaron muchas solicitudes. Podría pensarse que se alegraron con esa respuesta. Pero tanta gente luego fue un problema: admitieron a muchos sin un análisis del perfil de cada voluntario, lo que comenzó a generar anarquía y desacuerdos dentro de la organización.
Ese episodio le reveló a Daniel que no estaba preparado para dirigir una ONG. Se sintió muy frustrado. Pero fue lo que lo motivó a cursar una maestría en cooperación internacional y ayuda humanitaria en el Instituto Kalu, una universidad virtual, donde a lo largo de un año aprendió a gestionar iniciativas como esa que ahora estaba empeñado en sacar a flote.
Parte de lo que Daniel aprendió en la maestría en cooperación internacional y ayuda humanitaria fue cómo formular y argumentar proyectos de impacto social. Echó mano de esos conocimientos cuando supo de un fondo internacional al que podía postular una idea que llevaba tiempo dándole vueltas en la mente.
Varios de los voluntarios de País Plural habían egresado de otros programas de formación sobre liderazgo, trabajo en equipo, resolución de conflictos o derechos humanos. Daniel y Javier pensaron que era pertinente crear un diplomado similar para personas LGBTIQ+, pues sentían que ellos casi siempre estaban excluidos de espacios académicos.
Su razonamiento era lógico: si se profesionalizaban iban a poder incidir de manera positiva en la sociedad, serían capaces de persuadir y convencer a quienes toman decisiones, e iban a promover la empatía por las minorías. De allí que llamaron el diplomado “Prisma”, como se denomina a un objeto capaz de refractar, reflejar y descomponer la luz en los colores del arcoíris.
Daniel se desveló durante dos semanas preparando el proyecto. Pensó en que el diplomado fuese una alianza multiacadémica, es decir, que en la ejecución del programa formativo participaran distintas casas de educación superior. Era un modo de garantizar que los contenidos tuvieran sustento académico. Que fuera un espacio para teorizar y reflexionar en torno a los asuntos de la comunidad. Y de contar con el aval de instituciones que cuentan con gran credibilidad en el país: la incorporación de estas casas de estudio sería una forma de validar, acompañar y respaldar las necesidades de la sexodiversidad.
Los participantes saldrían con un diploma en Asuntos de diversidad LGBTIQ+.
Ese fue uno de los elementos que llamó la atención de la institución que otorgaría el fondo. Poco después de que recibieron el proyecto, llamaron a Daniel para decirle que les había interesado su propuesta y para pedirle que precisara cuáles universidades estarían involucradas.
No tenía la respuesta. Pero ese mismo día él y Javier se reunieron con la abogada Andrea Santacruz, entonces directora del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Metropolitana, quien de inmediato les dijo que esa casa de estudios estaría encantada de ser parte del diplomado. Conseguir el apoyo de la Universidad Central de Venezuela también fue sencillo porque Picado estudió ahí y fue dirigente estudiantil.
Pero cuando se acercaron a la Universidad Católica Andrés Bello, que es una institución católica, encontraron un muro. Contactaron al Centro Internacional de Actualización Profesional (CIAP) y les respondieron que no podían sumarse porque tenían diferencias ideológicas.
Sin embargo, ellos decidieron insistir. Andrea Santacruz los puso en contacto con su esposo, Eduardo Trujillo, que fue director del Centro de Derechos Humanos de la UCAB, y lograron otra reunión con el CIAP. En esa reunión comprendieron los argumentos que sostenían la idea de Prisma. Y esta vez aceptaron. Eso sí, el nombre del diploma debía ser otro: Asuntos de Diversidad e Inclusión en lugar de Asuntos LGBTIQ+.
Semanas después les llegó la noticia de que Prisma había ganado el fondo. La primera cohorte se llevó a cabo de febrero a junio de 2022, y en ella participaron 66 personas. Desde entonces, lleva tres ediciones en las que ha recibido 1 mil 253 postulaciones y ha formado 257 líderes.
Como Gioconda López, de 24 años, quien estuvo en aquel primer curso. El diplomado no solo le enseñó sobre sus derechos como persona no binaria, también le dio una razón para vivir porque su orientación sexual en un país como Venezuela le hacía sentirse sin rumbo, con ganas de morirse. Después de esa experiencia, se convirtió en activista: hoy, de hecho, está al frente de la coordinación de voluntarios y es asistente de la dirección de País Plural. La organización le dio la oportunidad de crecer, de aprender, de conectar con instituciones importantes y es uno de los motivos por los que se levanta cada día.
Hay muchos casos como el de Gioconda. Hoy la ONG busca mantenerse realizando proyectos de desarrollo, asistencia, construcción de paz y resolución de conflictos, y ayudando a crear otras organizaciones regionales que tengan identidad propia.
Antes, Picado pensaba que País Plural se transformaría en un partido político, sin embargo, comprendió el valor social que tiene como ONG por sus aportes educativos, intelectuales y culturales. Se ven a sí mismos como el mago Albus Dumbledore, uno de los protagonistas de la saga Harry Potter y la mente maestra: sin ser la figura principal, detrás de la derrota del malvado Lord Voldemort.
Es decir, los miembros de la organización dicen que no sienten la necesidad de ser protagonistas en la lucha por los derechos LGBTIQ+, y que su mayor interés es abrirle camino a organizaciones nuevas que apoyen a las personas que son excluidas.