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La vida es una lotería que nadie sabe jugar

Nohely Ron | 1 nov 2017 |
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Nohely Ron es una fotógrafa venezolana, de 24 años, radicada en Lima, Perú. Sus poderosas imágenes, compuestas en su mayoría por retratos en tonos sombríos de niños solitarios, se sumergen en una elocuente estética que habla de la orfandad, el desamparo y el terror. Retomando nuestros testimonios de creación, La vida de nos publica este texto en primera persona, en el cual ella habla acerca de su vida, sus caminos y su creación. 

 

Tenía 16 años cuando pisé por primera vez el pasillo de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Ahí empezó todo. No recuerdo exactamente qué día de septiembre era, pero sí me acuerdo de que en mi bolso llevaba una libreta con olor a nuevo, una chapa enganchada y en todo mi cuerpo el miedo impregnado al saber que entraría en un mundo tan diferente.

Jamás pensé que me sumergiría en aguas tan profundas. Yo no conocía a Tales, Anaximandro o las teorías completas de Pitágoras. En el colegio me habían hablado un poco de la Poética de Aristóteles, pero nunca presté demasiada atención hasta que tuve que leer su Metafísica, cosa que realmente odié. Prefería el mundo perfecto de Platón y su manera única de ver las cosas.

Por mi mente nunca pasó la idea de estudiar en la UCV para ser filósofa, pues, como muchos estudiantes que pisan sus baldosas por primera vez, no sabía qué quería estudiar. A mí solo me encantaba la idea de estar ahí para llamarme, y que me llamasen, “UCVista”. Sin embargo, estudiar filosofía hizo que me enamorara aún más de la vida. Qué manera tan bonita de ilusionarse.

También comencé a ver materias de audiovisuales en comunicación social, y ese fue el paso clave para descubrir lo que realmente quería. Me hablaron de la Escuela Nacional de Cine, leí el pensum de comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello y hasta pensé en dejarlo todo e irme a Mérida para estudiar audiovisuales. Pero había un problema: no tenía el dinero suficiente. No obstante, desanimarme no estaba entre mis opciones, por lo que seguí buscando hasta dar con la Universidad Nacional Experimental de las Artes; estudiando ahí me di cuenta de algo importante: la filosofía está en cada paso que damos y haber decidido quedarme con ella fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.

 

Mis primeras clases en la Unearte fueron con Ana Karina Roque, una profesora egresada de la UCV que, si no te da ánimos y motivación para estudiar, entonces, debes tener un problema. En mi primera clase de producción audiovisual el destino ya lo tenía todo pre-escrito: un ejercicio de profesiones hizo que todo jugara a mi favor, dándome la oportunidad de saber qué hace un “foto fija” en la producción de un film. Para esa tarea debía tomar una serie de fotos para que mis compañeros adivinasen qué profesión me había tocado. Al final, nadie adivinó, pero fue el momento en que empecé a tomarles fotos a mis primos pequeños, los cuales, más adelante, se convertirían en mis modelos recurrentes.

Tener una cámara propia se convirtió en mi objetivo. Me enfoqué en conseguir una económica, hasta que encontré una en 600 Bs.F –de esos que valían algo antes– que me fue muy útil. ¿Han escuchado la frase: “No es la flecha, sino el indio”? Teniendo esa cámara me di cuenta de lo cierto de ese dicho, puesto que la calidad de las fotos que salían con ella era terrible, pero intentaba siempre hacer algo para que la imagen tuviera siempre una buena composición.

El hecho de ejercer una carrera según tu talento no es algo que surge de la nada. Siempre es algo que está en nosotros de alguna manera, solo que nos damos cuenta de ello cuando nos interesa buscarlo propiamente. En mi caso, de pequeña muchas veces era yo quien tenía una cámara encima, pero jamás imaginé que eso sería lo que más me encantaría en la vida, y lo que me daría la fuerza necesaria para poder expresar lo que siento.

Ahora, cuando empiezas con un juego como este, es inevitable querer tomar fotos de todo en todo momento. Esto es algo que nos lleva a caer en el “sin sentido”, por lo que las fotos se vuelven demasiado comunes. En ese instante no me daba cuenta de que la fotografía, como muchas cosas en la vida, tiene un lenguaje que debemos aprender a controlar. Pero, ¿es esto fácil de encontrar? Para nada. Descubrir eso para mí no fue sencillo y es ahí donde la palabra “experiencia” toma un profundo sentido en mi trabajo fotográfico.

 

La vida es una lotería que nadie sabe jugar; es esa ficha de incógnito en el monopolio, es el azar en pleno sentido sobre la mesa. No sabemos qué pasará mañana o cuál será el siguiente movimiento hasta que lo tenemos frente a nosotros. En un día podemos tener todo, y para mí ese “todo” simplemente era cenar en casa con mi familia, o estar en la universidad, sentada en Tierra de Nadie, aspirando el olor a sueños rotos de las estatuas deprimidas, tomando café instantáneo con mi mejor amiga; mientras que al otro día ves cómo eres sacado de tu propia casa cual criminal, llevando en maletas invisibles los sueños que se plasmaron en una casa en ruinas. Pierdes tu mayor fuente de ingresos, los abuelos y las tías se vuelven desconocidos, no quieres saber nada de ellos porque pasas a tener un sentimiento de decepción tan grande en tan poco tiempo que eso te nubla la vista y, ojo, no confundamos decepción con resentimiento. Este último es un sentimiento tan grande y poderoso que es imposible para mí tenerlo, ya que quien sale más herido con él es uno mismo. Aunque, claro, muchos me han dicho que debería sentirlo y, a veces lo pienso, luego de escuchar a mi mamá decirme:

—Nohely, ya no sé qué hacer. No puedo más…

Verla llorar por primera vez frente a mí, mientras estábamos en una cama prestada, es algo que no se olvida tan fácilmente.

Ella, mi mamá, es quien me dio la fuerza en ese momento. ¿Cómo no hablar de ella sin sentir nostalgia y un poco de impotencia? Gracias a ella conseguí alcanzar muchos de los sueños que tenía. ¿Qué madre deja que su hija estudie filosofía y artes sin decirle que con ello no podrá hacer nada en la vida?

“Sigue tus sueños”, es lo que me decía. “Enfócate en lo que te haga feliz”.

 

Gracias a ella y a mi papá me compré mi primera cámara con lente removible. Al tenerla solo quería aprender a usarla correctamente, por ello busqué las mejores opciones en Internet sobre escuelas de fotografía en Caracas. Comparando ideas, opiniones y precios, decidí que me inscribiría en el curso de Digital 1 en la escuela de Roberto Mata.

Para ser sincera, y terminar de confesarme ante aquel extraño que me lea, yo nunca me destaqué en nada, nunca sentí la necesidad de hacerlo porque no era lo que buscaba. O eso era lo que pensaba. Sin embargo, estando en mis primeras clases de fotografía me daba cuenta de que a la gente le gustaba mi manera de ver a través del visor.

Natalia, mi primera profesora de fotografía, me preguntaba si yo dibujaba, pues la forma como componía las imágenes era digna de un pintor. Gracias a ella y al último ejercicio, llamado “lo más importante”, tarea en el que debíamos hacer siete fotos acompañadas de un texto que hablara de lo más importante para mí en la vida, fue que pude desahogarme y expresar lo que sentía en ese momento: había perdido mi casa, mis padres perdieron nuestra mayor fuente de ingresos, dejándonos con muy poco para sobrevivir; vivimos un tiempo con una de mis tías, después nos mudamos a una pieza con dos habitaciones y un baño, nada más, y éramos cinco. Tenía muchos problemas en ese tiempo, pero, al final, seguía teniendo un hogar gracias a la unión de mi familia. Eso, para mí, era lo que realmente me importaba.

—¿No quieres llorar, Nohely? —me preguntó Natalia, luego de revisar mis fotografías y escuchar mi texto frente a la clase—. Puedes hacerlo si es lo que sientes.

Pero por dentro estaba tranquila, ya había llorado lo suficiente y acababa de encontrar la mejor manera de desahogarme: la fotografía.

Mauricio, el profe de Digital 2, me enseñó a componer. Pero estaba de acuerdo conmigo con que para mostrar una realidad caótica, como es la vida, no se necesita demasiada perfección en el cuadro; las tareas de Roberto en Digital 3, en cambio, me llenaban de alegría y amargura en la semana. “Hay que pensar demasiado”, decían todos, pero a mí me encantaba el hecho de pensar una foto y ponerle sentimientos a pesar de que me costara un mundo llegar a ella.

En todas mis clases aprendí que la fotografía puede llegar a ser un mero registro de algo si no se hace con el objetivo de que tenga un significado. Fue ahí cuando me di cuenta de que el lenguaje fotográfico es muy importante, ya que es el que nos puede ayudar a expresar completamente lo que queremos.

Y si de seguro te preguntas qué quiero expresar con mis fotografías, qué busco contar con ellas, cómo es que tengo clara mi vocación, qué refleja mi mirada, mi búsqueda estética y todo lo demás que se te pueda ocurrir al ver mis imágenes, pues, simplemente es mi vida. Con cada experiencia que he vivido en estos 24 cortos años de vida solo quiero que la gente, de alguna manera, sepa lo que siento y saber yo, al mismo tiempo, lo que sienten al ver mis fotos.

 

La vida no es fácil, o, bueno, no ha sido fácil para mí y muchas veces me he sentido muy mal por ello. Nunca he sido muy buena hablando de mis emociones, de lo que me pone alegre o triste. Por ello, la fotografía se ha convertido en ese gran escape en el que me siento cómoda. Con ella quiero contar que gané una beca en Argentina en una de las mejores escuelas de fotografías de Latinoamérica, pero que, por cosas de la vida, no sé si pueda irme. Quiero contar que viví la muerte de mi mamá de principio a fin, que la vi morir en un hospital donde no habían insumos médicos, que la trataron como a un perro y que eso hizo que me diera cuenta de que los valores no los enseñan en una universidad; quiero contar que mi hermano tiene autismo leve, que su condición no lo hace menos que nadie y que es un gran artista también; quiero contar que me preocupa mi papá, lo enamorado que está aún de quien me dio la vida y cómo noto que su alma se apaga cada vez que no la ve en la casa; quiero decir que me preocupa mi país, que el problema no es el gobierno, sino la gente que no valora lo que tiene, que vivimos en una falsa patria que perdió el sentido de identidad hace mucho tiempo; que jamás pensé en irme de Venezuela, que mi sueño era graduarme en la UCV, en la Unearte, y que mi mamá hubiese podido asistir a mis actos de graduación, que se sintiera orgullosa y pudiera decir: lo lograste.

Pero esos son sueños que tenía hace un año.

Me fui de Venezuela detestando muchas cosas, situaciones y personas. No extraño nada de eso, pero sí a mi familia, amigos y lugares que me hicieron crecer y ser quien soy hoy. Recorrí rincones de Venezuela que me mostraron realidades que no sabía que existían. Caracas me enseñó a tener paso firme, a tenerle miedo y a quererla al mismo tiempo. Me hizo valiente, pero buscadora de una libertad que no se halla en sus calles.

Ahora, no sé qué puede depararme el destino en Lima, pero lo único que sé es que no me olvidaría nunca de una tierra que, aunque fue cruel en muchos sentidos, me hizo llorar, caerme y casi rendirme por todo lo que viví, pero también me enseñó que no todas las personas son malas, que muchas me pueden dar alegría, y que hay muchas maneras de levantarse cuando estamos en el suelo.

Mis pensamientos, sean buenos o malos; mis emociones, sean altas o bajas, y mi país, en crisis, desgracias y esperanzas, me hicieron fotógrafa, y todo eso es lo que podrás ver en mis cuadros.


Nohely Ron

Venezolana. 24 años. De alma UCVista y Uneartista de corazón, con la experiencia necesaria de levantarme cuando siento que caigo. Residente temporal en Lima, Perú. El destino me hizo fotógrafa, puesto que soy amante de plasmar en una imagen el devenir del universo que atraviesa mi mente.
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