Obe tiene 22 años y padece déficit cognitivo, psicosis orgánica, agitación psicomotriz y desnutrición. Margarita y Robert, sus padres, no le sueltan la mano, aunque él, a veces, no pueda reconocerlos. Ellos hacen lo que está a su alcance para que reciba el tratamiento que no pueden costear.
Fotografías: Rodolfo Pimentel
Robertson López siempre se despierta temprano. Con ayuda de Margarita y Robert, sus padres, va al comedor, se sienta, come una arepa con huevos, su desayuno favorito, y luego regresa al cuarto. Algunos días ve televisión. Otros, se queda en medio de la habitación con la mirada extraviada, y allí pasa tiempo, quién sabe cuánto. Tiene 22 años. Los últimos ocho han transcurrido entre pañales, convulsiones y visitas a médicos.
Obe, como cariñosamente lo llaman, vive en Carorita Abajo, en el norte de Barquisimeto, estado Lara, junto a sus padres; dos hermanos, de 21 y 12 años; y su sobrino, de 4. En julio de 2010, culminó el 6to grado, pero la maestra les dijo a sus padres que él no podía seguir estudiando, porque todavía no había aprendido a leer. Lo llevaron a varios médicos. En las consultas solo les decían que el niño tenía un déficit para el aprendizaje de la lectura. Dos años después, a sus 14, luego de varios exámenes, llegaron a varios diagnósticos más precisos: déficit cognitivo, psicosis orgánica, agitación psicomotriz y desnutrición.
Y, en efecto, Obe no continuó los estudios.
Poco a poco, fue perdiendo capacidades intelectuales y físicas. Ya no habla con fluidez: apenas articula las frases necesarias para pedir comida y para llamar a sus padres. Su movilidad es reducida: debe caminar con la ayuda de alguien. Sus padres siempre están allí, aunque a veces a él se le nuble la mente y no logre siquiera reconocerlos.
A los 14 años, luego de que le inyectaran por error una medicina vencida, Obe convulsionó. Como vinieron muchas más convulsiones, lo internaron en un hospital. A los días, lo dieron de alta y le indicaron un tratamiento. Robert podía comprarlo porque trabajaba como chofer de una empresa y el dinero le alcanzaba. Pero años después, en 2019, quedó desempleado.
Comenzó a buscar trabajo con el mismo afán con el que trataba de encontrar los medicamentos de su hijo: Tegretol, Valpron, Risperidona y Clonazepam. Como no podía comprarlos todos, trataba de que al menos no le faltara Tegretol, un anticonvulsivante que escaseaba en las farmacias. Tanto él como Margarita pensaban que ese fármaco bastaba para mantener estable a Obe.
Robert logró un nuevo empleo en otra empresa de Barquisimeto y pensó que todo mejoraría. Pero llegó 2020, la pandemia de covid-19, el confinamiento y, por tanto, volvió a quedarse sin empleo. Decidió entonces vender orégano de casa en casa. Cuando consigue una cola, viaja a Caracas a vender todo el orégano que cabe en un saco. Lo hace porque le preocupa que a Obe le falten las medicinas, cosa que no ha podido evitar que ocurra, porque con el dinero que entra a la casa apenas pueden comprar algo de comida.
Entre marzo y abril de 2020, Robert quiso internar a Obe en el Hospital Psiquiátrico El Pampero, en Barquisimeto. Él y Margarita temían que el joven recayera porque le estaban suministrando el tratamiento de forma intermitente. Por eso, fue a buscar información al hospital, con la esperanza de conseguir una cama disponible para su hijo y que de esa manera le garantizaran el tratamiento completo, pero un hombre que limpiaba frente al centro asistencial le dijo que no lo hiciera, porque la situación adentro era peor que la que él estaba viviendo.
Se fue de allí apesadumbrado. Y en mayo ocurrió lo que querían evitar: Obe convulsionó. Después de ese episodio, vinieron otros más. El joven estaba muy delgado, apenas pesaba 25 kilos. Los padres decidieron llevarlo al médico. Pidieron una cola para llegar hasta el ambulatorio rural más cercano. La doctora que los atendió refirió a Obe a una nutricionista, quien lo diagnosticó con desnutrición crónica y le diseñó una dieta. Robert y Margarita se preguntaban cómo hacer para comprar esos alimentos y cómo hacer para pagar el encefalograma que otro médico de allí le indicó.
Volvieron a casa con más dudas que certezas.
Un día a una vecina se le ocurrió publicar en redes sociales una foto de Obe (en la que se le veía muy flaco y postrado en una cama) y dio algunos datos sobre su situación. Varias personas comenzaron a compartir la publicación, por lo que gente dentro y fuera del país, así como organizaciones no gubernamentales, contactaron a la familia para hacerles llegar donaciones de alimentos y suplementos. Gracias a eso, Obe logró subir 10 kilos de peso en un par de meses.
En diciembre de 2020, y luego de que la historia del muchacho fuera publicada en un diario regional, trabajadores de la alcaldía del municipio Iribarren los visitaron. Les regalaron un colchón y comida. Les prometieron asistencia médica y ayudarlo con el traslado a los hospitales, pero no regresaron más.
Algunas personas les dieron algo de dinero a Margarita y Robert. Lograron reunir 30 dólares y le hicieron el encefalograma. El resultado no lo ha visto un neurólogo ni tampoco un psiquiatra, pues no pueden costear una consulta privada.
Obe es un joven tranquilo, pero los padres siempre andan monitoreándolo. Ha ocurrido que se escapa para ir a donde los vecinos a pedirles comida. A Margarita y Robert les da miedo que le sobrevenga una convulsión en medio de la calle, o que se pierda y no sepa regresar a casa.
Una vez, Margarita dejó cocinando una auyama y Obe metió sus dos manos en la olla con agua hirviendo y tomó un trozo de verdura que se llevó a la boca, quizá porque tenía mucha hambre. Como estaba muy caliente, tragó rápido y se quemó la garganta. Tuvieron que llevarlo de emergencia al ambulatorio más cercano, donde pasó dos días en tratamiento para las quemaduras que sufrió en la faringe.
Después de ese episodio, Margarita se queda con él mientras Robert sale a comprar comida y a trabajar.
Luego de dos meses sin salir de su cuarto porque la debilidad que le causa la desnutrición no lo dejaba siquiera levantarse, ahora camina y anda por toda la casa. Algunas veces, de la mano de los padres, sale al patio para recibir un poco de sol.
Esta historia historia forma parte de La Emergencia Silenciosa, un proyecto editorial desarrollado por la red de narradores de La Vida de Nos, en el 3er año del programa formativo La Vida de Nos Itinerante.