Después de 10 años ejerciendo como médico, la doctora Carolina Medina dio con una especialidad que le interesó: la medicina integral, una rama que estudia cómo el cuerpo, la mente, las emociones y el espíritu pueden influir en la sanación de un paciente. Liliana de Sandoval, una paciente con cáncer terminal, fue su maestra. Con ella supo que estaba en el camino correcto.
ILUSTRACIONES: WALTHER SORG
A mediados de 2013, luego de finalizar uno de mis talleres sobre la importancia de los hábitos de vida que solía impartir a mis pacientes y público en general en Ciudad Bolívar, se me acercó una joven, en sus 30, llamada Rosaura Sandoval. Venía de la ciudad de El Tigre, ubicada a una hora de Ciudad Bolívar, donde yo residía. Llegó a mí por recomendación de una de mis pacientes. Quería que atendiera a su mamá, la señora Liliana, a quien le habían diagnosticado cáncer de páncreas. Revisé mi agenda y programamos la cita para la siguiente semana.
En la consulta, me di cuenta de que era tímida. Tenía 65 años. Era de estatura mediana. Delgada. Su espalda estaba ligeramente arqueada hacia adelante. Tenía ojeras, y se notaba algo de tristeza y cansancio, tanto en sus ojos como en su postura. Tenía el cabello canoso recogido con una gancheta. Llevaba un vestido de medio luto y unas zapatillas con tacón bajo.
En mi consulta siempre trato de escuchar al paciente para lograr esa conexión necesaria que me pueda orientar hacia su recuperación. ¿Cómo logro esta conexión? Primero indago sobre los signos y síntomas que presenta, y después reviso eventos de su pasado —afines con sus relaciones personales, familiares, laborales…— que hayan sido estresantes o detonantes de alguna patología previa. Liliana se quejaba de dolores en la parte superior del abdomen, se sentía débil y con poco apetito. Hablaba poco, pero me contó que había enviudado un año atrás.
Luego de terminar la evaluación, sabía que no había mucho que hacer para mejorar su calidad de vida. La pérdida significativa de peso y el dolor agudo confirmaban las imágenes de la tomografía. El cáncer estaba avanzado. “¿Y si abordo la enfermedad desde otro ángulo y logro un resultado más feliz?”, me pregunté. Pero nunca lo había intentado hasta ese momento. Ella era la primera paciente con una enfermedad tan avanzada y con un pronóstico tan desalentador con la que iba a poner a prueba mis conocimientos.
Liliana se había sometido solo a una sesión de quimio, pero ella y su familia decidieron parar el tratamiento por que los efectos secundarios estaban siendo feroces. Les expliqué que mi esquema era bastante diferente. Que estaba acompañado por varios factores, no solo de fármacos. Les planteé que iniciáramos con dos sesiones semanales y luego, después de evaluar el avance, pasaríamos a una semanal.
—De acuerdo, doctora. ¿Cuándo iniciamos? —preguntó Rosaura, Liliana asintió.
—Desde hoy —les respondí.
Desde pequeña, me veía sanando a las personas. Fiel a mis intereses, ya de grande, decidí estudiar medicina. Me gradué como médico cirujano en 1988. En mis primeros años de práctica observé que muchos médicos dejaban por fuera los sentimientos, los pensamientos y las emociones de los pacientes, y se limitaban a prescribir medicamentos. Sabía que mi carrera era más amplia. Después de 10 años de ejercicio por fin encontré una especialidad que me atrajo: medicina integral.
La medicina integral estudia cómo el cuerpo, la mente, las emociones y el espíritu pueden influir en la recuperación del paciente. Abordar la medicina desde esta perspectiva no es simplemente teoría, también requiere de un cambio interno del médico. Mi proceso estuvo conformado por varias etapas que se dieron de manera simultánea. Comencé a asistir a terapia. Con la ayuda de la especialista, descubrí que esa manera en la que veía y juzgaba el mundo que me rodeaba estaba llena de creencias insanas: interpretaciones exageradas y negativas de mi relación con otras personas, siempre debía tener la razón en las discusiones y era resistente al cambio.
Esas conductas incidían en mi sistema digestivo y urinario. Sufría de colon irritable y cistitis recurrentes.
Identifiqué qué parte de esas ideas provenían de mi crianza. Mi papá siempre estaba ausente por su trabajo y mi mamá, que se quedaba en casa, era muy estricta. De manera inconsciente, volqué esas frustraciones en los demás por muchos años. Hasta esas sesiones, donde entendí que ellos hicieron lo mejor que pudieron de acuerdo con su nivel de conciencia en ese momento.
Trabajé en el cambio de hábitos relacionados con mejorar la calidad y cantidad de mi alimentación, realizar ejercicios, serenar mi mente y usar la meditación como una herramienta de sanación.
Leí sobre física cuántica, donde explican el funcionamiento del universo a través de la energía. También sobre la psiconeuroinmunología (PNI), una rama de la medicina que estudia la relación entre el sistema nervioso, endocrino, inmunológico y su efecto sobre la salud.
Las aplicaciones clínicas, educativas y sociales de la psiconeuroinmunología fortalecieron las bases del trabajo que venía realizando con mis pacientes y conmigo misma. Mi trabajo, a partir de ese momento, no solo se centraría en el análisis de los síntomas clínicos, sino en orientar y educar desde una perspectiva médica y filosófica.
Con Liliana apliqué todas las herramientas nuevas que había tomado de la PNI. Primero abordamos su alimentación. Los alimentos son fundamentales en el proceso de recuperación del paciente. Necesitaba que su sistema inmunológico se fortaleciera no solo por medio de suplementos vitamínicos, sino a través de una dieta rica en nutrientes que su cuerpo necesitaba en ese momento de enfermedad. El tener una alimentación específica la ayudó a recuperar su energía. La fatiga, la pérdida de apetito y las náuseas disminuyeron eventualmente.
Luego iniciamos terapias con imaginación guiada. Con estas terapias el paciente participa en la conversación interna del organismo e interviene conscientemente en sus interacciones bioquímicas. El ejercicio consiste en imaginarse un tipo de glóbulos blancos, llamados natural killers, que actúan como unos tiburones que se encargan de destruir las células tumorales. En sesiones posteriores, observé cambios biológicos en su cuerpo, principalmente en su sistema inmunológico. Los exámenes de sangre reflejaban un aumento de glóbulos blancos.
Después pasamos a indagar sobre sus esquemas mentales. Es la fase más dura para los pacientes porque requiere energía y valentía identificar esas creencias y conductas que nos han formado como personas, desde la infancia hasta la etapa adulta, y que no son adecuadas para nuestra calidad de vida.
En un principio, Liliana tuvo mucho miedo. Se negaba a pensar en eventos estresantes de su vida, pero poco a poco logró encontrar esos momentos de dolor, sufrimiento, frustraciones y rabias que no manejó adecuadamente, sobre todo con su esposo, que la maltrató psicológicamente por muchos años.
Conectar con ella misma es algo que no había hecho nunca. Creo que la mente es muy poderosa, tanto que es capaz de enfermarte, así como de sanarte. Mi trabajo es buscar el porqué: ¿por qué se hizo eso a sí misma? Ella fue descubriendo cómo su cuerpo le habló y se manifestó a través de su cáncer. Y comprendió la responsabilidad que tenía sobre su propio proceso.
También le enseñé a concientizar y controlar su respiración. Esta técnica logra realizar cambios estructurales en el tejido cerebral, relacionados con los estados de ánimo, y los procesos cognitivos y emocionales. Liliana mejoró su gestión del estrés. Se sentía más optimista y con menos ira.
Se reconcilió primero con ella misma y después perdonó esa relación que vivió con su esposo. Se liberó de esas cargas que le restaban fuerza tanto física como espiritual y decidió vivir la vida con plenitud: reconectarse y disfrutar de sus hijos y su familia, y reencontrase sobre todo con uno de sus hijos, que vivía fuera del país.
A finales de 2016, al culminar una de las sesiones, me dijo:
—Doctora Carolina, puedo reconocer que he vivido con plenitud y me siento agradecida por eso, pero también estoy lista para partir. Lo dijo serena, tranquila, en paz.
Liliana falleció el 20 de noviembre de 2016. Contra todo pronóstico, vivió tres años más de lo previsto. Incluso viajó a Estados Unidos para estar con sus nietos, a quienes no conocía, y a compartir con su hijo.
Ha pasado un tiempo, y de tanto en tanto pienso en Liliana: ella fue mi maestra. Cuando la atendí en esa primera consulta, dudé que mis conocimientos pudieran hacer algo para brindarle mejor calidad de vida. El diagnóstico era tan definitivo como fatídico. Sin embargo, su disciplina durante esos años de tratamiento bajo mi guardia me enseñó mucho: ella me llenó de confianza para seguir atendiendo a más pacientes terminales o con enfermedades crónicas degenerativas que han logrado una mejoría en su calidad de vida o hasta su sanación física y espiritual.
La medicina actualmente reconoce que los pensamientos son energía. Ese es un gran paso. Todavía falta caminar hacia la importancia del amor y la compasión como aliados de la medicina moderna. De dejar a un lado lo que no depende del paciente para lograr ese espacio de trabajo en el alma. Esa sustancia, principio, parte, cosa, como lo quieran definir, que finalmente llena de vida nuestros cuerpos.
Esta historia fue producida en el curso Medicina narrativa: los cuerpos también cuentan historias, dictado a profesionales de la salud en nuestra plataforma formativa El Aula e-nos.