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Medallas de plata, lágrimas de oro

Lizandro Samuel | 14 jun 2017 |
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La Vinotinto sub-20 le regaló al país la alegría de obtener el subcampeonato del Mundial 2017, celebrado en Corea del Sur. Para poder disputar la final debieron dejar en el camino a la selección uruguaya, avivando una vieja rivalidad. Rafael Dudamel, seleccionador nacional, fue el arquero del equipo que obtuvo el primer triunfo contra esa selección. Aquí la historia de ese periplo.

Fotografías: FIFA

 

14 de agosto del 2001. Rafael Dudamel gritaba a la grada del estadio José Encarnación Pachencho Romero, de Maracaibo, mientras sus compañeros se abrazaban. Disfrutaban de una sensación rara para el futbolista venezolano: ganar. En un estadio para 35 mil personas, no había ni 4 mil. Venezuela, por primera vez en la historia, vencía a Uruguay. El buzo del portero Dudamel era verde.

Verde esperanza.

11 años después, el 10 de mayo de 2012, Dudamel era anunciado como seleccionador nacional sub-17. Faltaban menos de un año para el Sudamericano que otorgaría cupos al Mundial de Emiratos Árabes Unidos 2013, pero el ex guardameta tenía fe en unos chamos que tocaban la pelota como él siempre hubiese querido. En especial, había uno que regateaba rivales con la misma naturalidad con la que regateaba normas de convivencia: Ronaldo Peña, quien se hizo famoso en el Sudamericano sub-17 de 2013 por ayudar a la Vinotinto a clasificar al Mundial, pero usaba el celular en las comidas, tuteaba a sus técnicos con arrogancia y se distraía cada vez que pasaba una mujer. Dudamel decidió dejarlo fuera del Mundial.

Aun sin su estrella, el técnico proclamó que el objetivo era ser campeones del mundo. La Vinotinto no pasó la primera ronda. El equipo regresó al país, Dudamel se convirtió en el DT del Deportivo Lara y luego, en el 2015, fue designado como entrenador de la Vinotinto sub-20.

La meta, en esta ocasión, era conseguir un pedazo de historia.

Cuando llegó el Sudamericano sub-20 de 2016, Venezuela tenía jugadores con experiencia en la selección absoluta: Wuilker Faríñez, Yangel Herrera y Yeferson Soteldo. Adalberto Peñaranda, por su parte, no pudo ser convocado. Estaba ocupado llamando la atención de toda Europa gracias a sus regates con el Granada.

Caso aparte era el de Ronaldo, quien junto a José Rafael Hernández era el único ex dirigido por Dudamel aún con edad de sub-20. Con cuatro años más de experiencia, no solo su cuerpo se desarrolló sino también su carácter. Respiró dos veces, bajó la cabeza y Dudamel lo convirtió en el delantero titular de la selección.

Venezuela clasificó al Mundial con la sensación de que le había costado demasiado, para tener una plantilla tan talentosa. Lo lógico era aspirar a pasar de ronda en la Copa del Mundo. Los jugadores sentían la tranquilidad de saberse listos para asombrar al planeta.

 

El Mundial de Corea 2017 inició el 20 de mayo, con un titular poco habitual: Venezuela derrotó 2-0 a Alemania. El triunfo alivianó el estrés: las calles venezolanas estaban llenas de protestas contra Nicolás Maduro y su pretensión de convocar una Constituyente. La represión resultaba alarmante. En el 2001, la selección nacional había sumado por primera vez cuatro victorias consecutivas en el torneo Eliminatoria Sudamericana para el Mundial. Al año siguiente se produjo un intento de golpe de Estado. Así crecieron los venezolanos que destacaban en Corea: hablando de fútbol y política.

Al exitoso debut le siguió una goleada a Vanuatu (7-0) y un trabajado triunfo sobre México (1-0). En cuartos de final, tocó enfrentarse a Japón. Los nipones jugaron con vértigo y dinámica. La Vinotinto resistió el picante sabor del wasabi ofreciéndoles una probadita de pabellón. La lucha culinaria llevó a la prórroga. Yangel Herrera, al minuto 108, se elevó –casi sin impulso– de una forma que bien pudiese haber inspirado un cuento de Roberto Fontanarrosa. El escritor argentino hubiese dicho que a Yangel le salieron alas para desafiar a quienes creen que la cabeza solo se usa para pensar: de un testarazo selló el primer triunfo de Venezuela ante Japón en cualquier categoría.

Mientras las protestas superaban los 60 días, el fútbol mutó en analgésico. En cuartos de final, la Vinotinto enfrentó a Estados Unidos. Los dirigidos por Dudamel dispararon 20 veces a puerta, pero el marcador no se movió y, en sus casas, los hinchas devenidos monjes siguieron rezando.

Peñaranda marcó el 1-0 en la prórroga. Luego llegó el segundo tanto y, por último, Estados Unidos rompió la racha de Faríñez de 507 minutos sin recibir gol. Ese 2-1 fue quizá el más mentiroso de todos los marcadores. A la superioridad venezolana solo le faltó la contundencia para marcar seis o siete goles. Pero al camino que la gloria escoja para llegar no se le ponen peros. Uruguay aparecía en el horizonte.

—¿Es la semifinal ideal? —le preguntaron al lateral derecho Ronald Hernández.
—¡Pero claaaaro! —respondió.

El pique entre uruguayos y venezolanos data del 2004, cuando la Vinotinto absoluta de Richard Páez visitó el Centenario de Montevideo. El técnico uruguayo, Juan Ramón Carrasco, pronosticó una goleada a los visitantes. Algún diario local titularía: “Venezuela, no existís”. Pero la Vinotinto goleó por 0-3, momento  histórico que se bautizaría como el Centenariazo.

—Venezuela sí existe. Hemos pagado una deuda de 36 años de humillaciones —declaró Páez.

Vencer a los uruguayos en cualquier categoría se convirtió en una especie de consuelo: como no se podía ganar títulos, asaltar el cielo Celeste era motivo de orgullo. En categoría sub-20, la última derrota ante los charrúas en torneo oficial databa del 2005.

 

La plantilla de una selección consta de 23 jugadores. En Venezuela habían muerto, en hechos relacionados con las protestas, 23 chamos menores de 20 años. Un día antes de que la Vinotinto sub-20 jugara la semifinal, Neomar Lander se convirtió en la víctima número 24. Venezuela y Uruguay disputaron un partido lleno de fricciones. Un penal puso adelante a los charrúas. El tiempo se acababa y, al minuto 90, Yangel cayó cerca del área. Se escuchó el silbato.

—¡Samuel, que la cobre Samuel! —gritó Dudamel.

—¡Deja la pelota ahí, voy yo, voy yo! —ordenó Peñaranda a Samuel Sosa, quien había entrado en el segundo tiempo.

—¡Peñaranda no! ¡Que la cobre Samuel! —volvió el técnico.

Peñaranda sentía que sus botas tenían el deber de convertir el punto y final que estaba por escribir el reloj en punto y aparte. Acomodó el balón y se paró frente a él. A la izquierda se ubicó Soteldo. A su derecha, Sosa. Sonó el silbato. Algo ocurrió en la mente de Peñaranda: hizo un gesto con la cabeza a Samuel y este arrancó la carrera. Le pegó al balón y lo vio entrar por la escuadra del arco. Samuel salvó al equipo. Tenía 17 años, tal como Neomar Lander.

El juego fue a prórroga, y de ahí, a penales. Con una pizarra 3-4 a favor de Venezuela, los uruguayos cobrarían su último disparo. Tras haberle atajado el segundo tiro a José Luis Rodríguez y haber adivinado otros dos, Wuilker se paró sobre la línea del arco y vio a Nicolás de la Cruz iniciar su carrera. El tiro fue a dar al botín izquierdo de un Wuilker que estaba en el aire. Como para Superman salvar la Tierra es cotidiano, el portero solo alzó los brazos en señal de festejo. Sus compañeros, mortales, se lanzaron sobre él. Dudamel, 16 años después de aquel primer triunfo ante los charrúas, sentía emociones más añejas: no tuvo fuerza para agitar sus puños con furia, su cuerpo se hizo flan y se arrodilló entre sollozos.

—Por favor, paren ya las armas. Hoy, la alegría nos la ha dado un chico de 17 años. Y ayer murió uno de 17 años. Presidente, paremos ya las armas, que esos chicos que salen a la calle lo único que quieren es una Venezuela mejor: ¡la que ría, la que sonría y la que disfrute de la vida! En territorio venezolano, como lo quieren esos muchachos vinotinto.

Dudamel pronunció esas palabras tras vencer a Uruguay. La Vinotinto era tema de conversación en todo el país. Millones que ni siquiera saben para qué sirve la media luna de las áreas se dispusieron a madrugar para ver la final ante Inglaterra.

—Hemos confiado en el trabajo que venimos haciendo por más de dos años. Estamos conscientes de que somos la mejor generación de nuestro país, estamos causando un gran revuelo pero lo tomamos con la mayor naturalidad, con la mayor seriedad posible —declaró Yangel.

Inglaterra tenía tiempo reestructurándose para justificar la cantidad de dinero que mueve. Al igual que Venezuela, mostraba rasgos inéditos. Pero que llegara a la final era menos llamativo. Los jugadores de la selección inglesa absoluta, concentrada para un amistoso, vieron frente a una laptop a su combinado vencer en semis a Italia. Aplaudieron. En Venezuela, luego de derrotar a Uruguay, la gente escribía por redes que estaba llorando.

1-0 fue el marcador. Inglaterra alzó su primera Copa del Mundo sub-20. Las cámaras alternaban los bailes ingleses con el llanto de los venezolanos. Los campeones hicieron un pasillo de aplausos para que los vinotintos pasaran a recoger sus medallas. Una vieja tradición hace que los subcampeones se quiten las preseas que certifican su derrota. Los vinotintos se las dejaron puesta.

—Yo me voy orgulloso, por eso no me la quito. Trabajé mucho para llegar a esto. Nadie me regaló nada para estar donde estoy. Lo conseguí con mucho trabajo y con mucha humildad. En Venezuela la guardaré como un buen recuerdo. Nos vamos con un sabor amargo pero ha sido el fútbol. No fue mala suerte, son cosas del partido. Dios nos premió con llegar a esta final y trabajamos mucho para llegar acá. Dejamos la piel en la cancha, todos los compañeros luchamos hasta el final. No se dio pero hicimos historia en Venezuela. No solo por lo que dicen las redes sino porque hemos visto videos y nos damos cuenta de lo que hicimos.

Las palabras de Ronaldo Lucena resumían el sentimiento del grupo. En la zona mixta, los vinotintos daban declaraciones. Nada se salía del libreto hasta que Ronaldo Peña habló para Directv.

—Primero que nada le doy gracias a Dios —inhaló— y a todas las personas en Venezuela que madrugaron para vernos, para apoyarnos —la mirada cayó al suelo—. Sé que este momento tenemos el corazón roto porque…. —las palabras huyeron— vinimos con una ilusión muy grande y… —lágrimas— de quedar campeón del mundo… estamos… apenados con nuestra gente… dimos lo mejor, nos preparamos siempre para hacer lo mejor… demostramos que… que no nos importaba el rival, siempre salimos a dar lo mejor de nosotros y yo creo que… que eso es grande y… felicito a mis compañeros por hacer lo mejor posible y espero que toda Venezuela se sienta muy orgullosa de todos nosotros.

La Vinotinto se llevó la medalla de plata, pero las lágrimas de los jugadores eran de oro.


Lizandro Samuel

Lector. Escritor. Entrenador y analista de fútbol. Codirector de Círculo Amarillo Producciones.
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