Gabriel Sosa era un adolescente de 16 años cuando vio, en la arena de la playa, una eclosión. Decenas de tortuguillos se dirigían al mar. La escena quedó en su memoria por siempre. Ahora, mucho tiempo después, sueña con que Camurí Grande, donde siempre ha vivido, sea un espacio amable para que nazcan las cuatro especies de tortugas marinas (todas en peligro de extinción) que desovan ahí.
FOTOGRAFÍAS: GABRIEL HERNÁNDEZ
Cada mañana, de febrero a agosto, bajo el crepúsculo del amanecer, Gabriel Sosa recorre 2 kilómetros de la costa de Camurí Grande, en la parroquia Naiguatá, al este del estado La Guaira, con el único propósito de ver si alguna tortuga desovó. En caso de que así sea, hace cuanto puede por cuidar los huevos.
En eso ha estado por estos días.
Durante mucho tiempo —hace exactamente 28 años lo hizo por primera vez— ha hecho tal labor silenciosa, sin aspavientos, con una paciencia de orfebre. Puede que, en medio de las urgencias de estos tiempos, de las crisis sucesivas del país —y del mundo—, hay quienes piensan que lo que hace es un asunto menor. Que es poco; que eso en nada cambiará los problemas del planeta.
Pero a él no le importa.
Y vuelve a pararse de la cama para irse al mar, pensando en tortugas y tortuguillos.

Todo comenzó una tarde de julio de 1997. Era un adolescente de 16 años. Se bañaba en playa Pantaleta, ahí mismo en Camurí Grande, junto a un grupo de amigos. Conversaban, se reían, compartían como tantas otras veces. De pronto, algo les llamó la atención en la arena. Gabriel pensó que eran gusanos. Pero se acercaron y vieron que en realidad se trataba de una eclosión de huevos de tortuga. Estaban asombrados. Jamás habían visto algo igual. Más de 30 tortuguillos se dirigían a la orilla de la playa. Ellos, con ayuda de otros bañistas, los metieron dentro de un balde de plástico y los terminaron de acercar al agua.
Y entonces vieron, maravillados, cómo esas pequeñas criaturas se sumergían en su mundo.
La escena nunca se borraría de su mente.
De tanto en tanto, la recordaba como algo alucinante. Y se lo contaba a sus familiares y allegados. Quería volver a ver una eclosión. Siempre andaba atento. Pero las tortugas marinas tienen ciclos de reproducción circadianos (se repiten en períodos bianuales, trianuales), lo cual hace difícil predecir cuándo van a desovar. Y aunque Gabriel comenzó a trabajar vendiendo productos en la playa, pasarían 7 años para que pudiera ver de nuevo una escena similar a aquella que presenció a sus 16 años.
Era 2014. Anna María Saccoccia, una italiana enamorada de las costas del Litoral Central, llevaba muchos años viviendo en el pueblo de Camurí Grande, donde tenía una escuela de surf. Proteccionista de animales como era, quería impedir que pobladores de la zona y de Caruao, otra parroquia más distante, continuaran saqueando nidos de tortugas para el consumo y la comercialización de sus huevos.
También quería evitar que luego de la eclosión, los tortuguillos se distrajeran con las luces y el ruido proveniente de los edificios cercanos: muchos terminaban alejándose del mar y, finalmente, morían atacados por depredadores.
Ella entendía la importancia de esa labor: de las siete especies de tortugas marinas que existen en el mundo, cuatro —carey, verde, caretta caretta y cardón— desovan en Camurí Grande; y todas se encuentran en peligro de extinción, según los reportes de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Anna María entonces decidió reunir a un grupo de vecinos y surfistas para trabajar en la preservación de las tortugas. Gabriel surfeaba con ella y, cuando supo de la idea, recordando lo que había visto años atrás, no dudó en sumarse. En verdad tenían pocos recursos y conocimientos, sin embargo, contagiados de su buena vibra, comenzaron con la labor.
Eran en total unos 10 voluntarios. Recorrían las playas, recogían basura, ubicaban posibles nidos, señalaban el área y hacían vigilias para proteger los huevos de saqueos.
Poco a poco fueron aprendiendo el modo correcto de hacerlo.
En 2017 se pusieron un nombre: Guardianes de las Tortugas Marinas de Camurí Grande. Y paulatinamente el grupo creció: en los siguientes años, 10 nuevos voluntarios se fueron sumando. Y lograron el apoyo de Protección Civil del estado.
Pero Gabriel, por motivos personales, tuvo que retirarse. Se hizo adulto y la vida lo llevó por otros caminos. Muchas cosas ocurrieron con los Guardianes de las Tortugas: Anna María continuó al frente hasta que en 2019 se mudó a España, donde falleció en junio de 2023.
Aunque se distanció, a Gabriel nunca dejó de importarle la causa de las tortugas. Le dolió saber que, tras la ausencia de los Guardianes, los nidos estaban siendo nuevamente saqueados: los huevos de tortugas eran —son— un producto codiciado. Quizá llevado por la indignación, se dijo que no podía quedarse sin hacer nada.
Se le ocurrió buscar apoyo en vecinos y comerciantes. Él, que ha vivido toda la vida en Camurí Grande, sabe que en ese pueblo, de 1 mil 680 familias, casi todas —como la suya— se dedican al comercio en las playas. En 2021, en una asamblea de comerciantes, se le ocurrió plantearles:
—Quiero proponerles que me ayuden con la conformación de una organización. Tengo contemplado un proyecto que, además de proteger las tortugas marinas, haga de Camurí Grande un pueblo turístico bajo la temática de las tortugas —les dijo.
—Pero, ¿qué ganaremos nosotros con todo esto? —preguntó uno de los vecinos.
—La idea es potenciar Camurí Grande. Que seamos la ciudad de las tortugas marinas más grande de Venezuela. Esto aumentará la visita de turistas y todos podremos vernos beneficiados.

A todos les pareció una buena idea. Siguieron escuchándolo y fue como si él les inoculara esa pasión que había ido macerando con el tiempo. Construir un museo. Construir una plaza. Una plaza con un corredor, de 3 kilómetros, con murales de tortugas. Una escuela de surf.
Sonaba como algo grande, de envergadura. De hecho, Gabriel llamó a esta nueva organización así: “Ciudad de las Tortugas Marinas de Camurí Grande”.
Sabía que no podrían hacerlo solo, que necesitaría ayuda de expertos. Así recordó a Yolimar Rodríguez, una gestora ambiental a quien había conocido años atrás cuando formaba parte de Guardianes. Yolimar es la coordinadora regional de diversidad biológica y especialista en tortugas marinas. Llegó allí cuando funcionarios de Protección Civil le notificaron sobre un nuevo desove y ella se acercó e intentó conseguir el nido para trasladar los huevos a un nidario seguro, pero no fue posible porque la arena era muy gruesa. Aun así, decidió marcar un área de playa por las huellas que había dejado la tortuga, para protegerla de los turistas. Los vecinos se comprometieron a cuidar el nido por un tiempo de 45 a 60 días, lapso estimado para que los huevos hagan eclosión. Hacían guardias. No había ni una hora en que lo dejaran sin vigilancia. Yolimar se encargó de explicarles, paso a paso, cómo debían hacerlo.
Ahora, en esta nueva etapa, Gabriel volvió a llamarla. Ella ofreció un taller a la recién conformada organización: asistieron 10 voluntarios, que aprendieron, por ejemplo, que los tortuguillos no deben lanzarse al agua, sino ponerlos en la arena para que ellos mismos hagan el recorrido hasta el mar. También aprendieron que no podían mover los huevos del nido si habían transcurrido más de 8 horas del desove.
Ya en 2022, al menos 20 proteccionistas vigilaban los nidos que se quedan in situ, trasladaban los huevos que se encontraban en áreas muy lejanas a 3 nidarios que habilitaron en los clubes de Camurí Grande, Puerto Azul y Tanaguarena. Y se conformó un grupo, los tortugueritos: un grupo de 3o niños interesados en la preservación, el desove y liberación de los tortuguillos.
Muchos vecinos se fueron interesando en el proyecto. Incluso, profesores de la Universidad Simón Bolívar-sede Litoral (USB), donde dictan las carreras de turismo, gestión de la hospitalidad y administración hotelera, se acercaron a conocer más. Les pareció tan pertinente esta labor, que comenzaron a mandar a sus estudiantes para que hicieran allí su servicio comunitario. Del mismo modo, ocurrió con estudiantes de la carrera de artes plásticas de la Universidad Nacional Experimental de las Artes-extensión La Guaira (Unearte): estos crearían los murales de la Ciudad de las Tortugas Marinas.
En 2022 contabilizaron 24 desoves y liberaron 600 tortuguillos.
Fue la cifra más alta registrada en Camurí Grande o por cualquier otra organización encargada de la preservación de las tortugas marinas de Venezuela ese año.

El 6 de junio de 2023, distintas organizaciones de tortugueros —de Miranda, Los Roques, La Sabana y Camurí Grande— se reunieron en el primer encuentro de tortugueros del país. Autoridades de la Gobernación de La Guaira se acercaron. Y mostraron interés en el proyecto de Gabriel. De hecho, 14 días después, integrantes de la Fundación Luz Marina y de la Ciudad de las Tortugas Marinas de Camurí Grande se reunieron para esbozar un plan de trabajo con la Gobernación.
—Me parece que tienes una propuesta muy interesante. Desde la Gobernación estamos considerando financiar el proyecto —le dijo una funcionaria— por ahora te vamos a enviar materiales de construcción para que levanten nuevos quioscos playeros, además de pinturas para el mural.
Un mes después, en efecto, comenzaron los trabajos.
Vecinos, comerciantes y estudiantes que hacían su servicio comunitario se sentían comprometidos y muy, muy entusiasmados.
Pero no duró mucho.
Pronto los recursos menguaron: los materiales apenas alcanzaron para construir 2 quioscos y pintar menos de 100 metros, de los 3 kilómetros que tiene el corredor.
Gabriel solicitó más financiamiento, pero no obtuvo respuesta.
Siguieron en la búsqueda de posibilidades, esperanzados, aunque con ciertas dudas.
—Gabriel, ¿crees que ahora sí podremos tener la ciudad que tanto soñamos? —le preguntó una integrante de la organización.
—Nada estaremos perdiendo con intentarlo. Es mucho lo que hemos trabajado. No podemos dejar a un lado el interés —le respondió Gabriel.
—Es que ya han sido muchos años de entrega, reuniones y de promesas no cumplidas.
—Cuando estamos seguros de lo que queremos, a veces no importa cuánto tiempo pase para conseguirlo.
Las palabras de Gabriel fueron determinantes para convencerla a ella y al resto del equipo: no podían rendirse.

En 2024, una sola tortuga llegó hasta Camurí Grande para desovar, y un solo tortuguillo hizo eclosión. Esto desanimó a los miembros de la organización, pero entendieron que el desove siempre es impredecible. El 10 de febrero de 2025 tuvieron una reunión: venía una nueva temporada de desove (que siempre son de febrero hasta agosto).
—¿Qué les sucede? No parecen ser los mismos de cuando se conformó la organización. Los veo muy desanimados.
—Creemos en el proyecto, pero es difícil llevarlo a cabo sin contar con el apoyo de organismos públicos o privados —le respondió una de las integrantes.
—Puedo entender su decepción y frustración. Pero con pocos recursos hemos logrado mucho, incluso, más que otras organizaciones que sí cuentan con el respaldo económico y material que se necesita. Yo creo en ustedes.
Esas palabras fueron tan mágicas como aquella escena en la que vio, por primera vez, a unos tortugullidos adentrándose en su mar. Los convenció, acordaron un plan de trabajo y ahí siguen, con la esperanza de ver culminada la Ciudad de las Tortugas Marinas de Camurí Grande. No importa que parezca una utopía. Para ellos no lo es.