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Pensó que compartiría el destino de su padre

Raxy González | 14 jul 2020 |
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La crisis venezolana hizo tambalear el negocio familiar que Emanuel Silva asumió como suyo desde que a su padre lo mataron en 2016, en Buja (estado Monagas, en el oriente de Venezuela). Emanuel comenzó entonces a viajar hacia Trinidad a traficar iguanas. Hasta que un día fue interceptado por unos piratas de verdad.

Fotografías: Álbum Familiar

No eran piratas como los de los cuentos y películas: estos eran reales.

Aparecieron preguntándole a Emanuel Silva y a su amigo si traficaban drogas o armamentos. Ellos respondieron que solo tenían 300 iguanas que eran para vendérselas a unos trinitarios. Estaban en el Mar Caribe, entre Trinidad y Venezuela. Era una noche de enero de 2019.

—Estamos siendo muy sinceros —insistió Emanuel, aterrorizado porque antes ya había escuchado de piratas que desaparecían gente en esas aguas.

Algún movimiento extraño podía costarles la vida.

—Ustedes saben cómo trabajamos. Les disparamos y los lanzamos al agua —les dijo uno de los secuestradores.

 

Emanuel nació en 1989 en Maturín, la capital del estado Monagas, en el oriente de Venezuela. Es el hijo mayor de padres separados. De niño sentía mucha curiosidad. Desarmaba sus carritos para tratar de entender cómo funcionaban. Disfrutaba jugando al mecánico. Y a veces los juguetes quedaban inservibles. Pero con el tiempo aprendió a desarmar y armar, y con sus habilidades creció también la ilusión de ser, algún día, mecánico de verdad.

Se graduó de bachiller, pero en Maturín no había universidad alguna que dictara ingeniería mecánica, así que decidió estudiar ingeniería en petróleo en la Universidad de Oriente, núcleo de Monagas. Pero en la casa estaban en aprietos económicos; el dinero que ingresaba no era suficiente para que se mantuvieran su mamá, su hermana y él. Por eso tuvo que congelar sus estudios y dedicarse a trabajar.

Eso le permitió, más tarde, con un poco más de estabilidad económica, mudarse a Caripito, a pocas horas de Maturín: una universidad de allí, la Politécnica Territorial del Norte de Monagas Ludovico Silva, estaba ofertando una nueva carrera, la que él deseaba estudiar.

En su tercer año de carrera, su padre le propuso abrir un negocio de comida, víveres y licores en Pedernales, municipio del estado Delta Amacuro, cerca de La Morrocoya y Buja, a dos horas y media de Maturín. Emanuel frecuentaba estos pueblos de niño para compartir con su papá, mientras lo veía trabajar en pequeños abastos familiares que fueron creciendo con el tiempo.

Emanuel lo vio como una oportunidad de empleo fijo para evitar otro abandono en los estudios.

En sus vacaciones universitarias, ayudaba con el negocio familiar de frutería, licorería y restaurante. Fueron tres años de estudio y trabajo que le permitieron graduarse de ingeniero mecánico en 2015. Intentó ejercer su profesión, pero le era imposible cumplir con un requisito: tener experiencia laboral ¿Cómo podía tener experiencia? Apenas se estaba graduando y la industria ingeniera le estaba negando la oportunidad de trabajar.

 

En 2016 la familia recibió un duro golpe, uno que le cambiaría por completo su vida. Emanuel se encontraba en Pedernales trabajando cuando recibió una llamada de un amigo que estaba en Buja.

—Manuel, te tengo que decir una vaina… acaban de matar a tu papá.

—¡Con eso no se juega…! —respondió, pensando que su amigo le jugaba una broma.

Pero era la verdad.

No tenía cómo llegar a Buja. Unos conocidos que tenían embarcaciones lo trasladaron hasta el lugar donde estaba el cuerpo de su papá. Era una noche muy oscura. Fueron dos largas horas para llegar a su destino. Estaba sumido en una profunda tristeza, sin poder contener las lágrimas. “La mafia del pueblo mató a mi papá”, pensaba.

Lo encontró en el piso de su negocio, con una bala en la cabeza y mucha sangre alrededor del cuerpo.

A pesar de las investigaciones por el homicidio de su padre, cuatro años después, el caso no se ha resuelto. Tal vez el expediente siga guardado en alguna gaveta. En el pueblo se rumora sobre los posibles responsables, pero él nunca supo la verdad del asesinato de su padre. Las dudas continúan dando vueltas en su cabeza.

  

Entonces le tocó asumir las riendas del negocio en Pedernales.

Luego de la muerte de su papá, Emanuel compró embarcaciones pequeñas en las que transportaba los productos que vendía en el local. Y a eso se dedicaba cuando de pronto un amigo le propuso otro negocio: la venta de camarones. Y a él le llamó la atención porque la estabilidad financiera que le había brindado el local iba en declive. Eran los embates de una economía en picada.

Era un negocio ilegal. Vendiendo camarones podía obtener unos 750 dólares semanales de ganancia, sin contar los 300 dólares que —como “vacuna”— debía pagarle a la Guardia Nacional Bolivariana para que le permitieran continuar con esa actividad. Era algo que solo podía hacer en verano. Cuando esa época terminó, comenzó entonces a traficar perros siberianos, pájaros silvestres y miel. Pero la ganancia era poca, y a principios de 2019, No tenía dinero suficiente para mantener el negocio de víveres. Traficar iguanas empezó a ser una opción: podía vender el kilo en 7 dólares.

 

 Así llegó a aquella mañana de enero de 2019.

Era un día muy soleado. Más temprano había contactado por WhatsApp a los trinitarios a los que iba a venderles 300 iguanas. Les envió su foto vestido con una braga roja de PDVSA, una de la embarcación, otra de las iguanas. Acordaron que la entrega se haría en el hueco número dos de las aguas internacionales entre Venezuela y Trinidad. Los huecos quedan en la costa y son pequeñas playas entre estas aguas, allí se cierran muchos tratos y negocios de la pesca ilegal.

Como no tenía dinero suficiente, no pudo pagarle la vacuna a la Guardia Nacional Bolivariana antes de hacer la entrega de iguanas, sin embargo le fue permitido salir con la condición de pagarles al regresar. Solo debía avisarles a ellos en qué momento iba a salir, lo que le permitiría traficar libremente.

Salió en su pequeña embarcación, con temor de enfrentarse a un mar picado. Pero había buen tiempo. Las señas, las coordenadas, las fotos, la cantidad de personas en la embarcación y las vueltas… Cada detalle es importante, pero Emanuel cometió un error: olvidó decir a los trinitarios cuántas personas iban en su embarcación y preguntarles lo mismo.

Los involucrados que participan en el intercambio de mercancía ilegal usualmente deben llegar a un acuerdo de sincronización de señas, incluso gritar palabras claves.

Es un riesgo ignorar la manera de comunicarse de los pescadores en el agua. De hacerlo pueden suceder cosas malas.

Como robos.

Su seña en ese momento era hacer dos vueltas en círculo sobre su mismo eje.

Justo en el momento en que los trinitarios se acercaban, su compañero volteó hacia atrás y vio otra embarcación, de color blanco y con techo que se aproximaba a ellos. Era parecida a las que comúnmente usan las autoridades trinitarias o la Guardia Nacional Bolivariana, llamadas chantal.

Mantuvieron la calma.

Los trinitarios se alejaron. Emanuel pensó que lo hacían por temor a la autoridad.

Pero cuando se percataron de que no se trataba de alguna autoridad oficial ya era demasiado tarde.

Tenían frente a ellos una embarcación con piratas de río. Era la banda de Evander, que tenía la fama de secuestrar trinitarios.

—¡Manos arriba!

Inmediatamente llegaron otros dos chantales con más personas y armas de guerra. En una de ellas estaba Evander, el líder. El hombre saltó a la embarcación de Emanuel y empezó a hacerle preguntas sobre los trinitarios, sobre la entrega de iguanas, y amenazó con matarlos si encontraba armas o drogas. Fue entonces cuando Emanuel, atemorizado, insistió:

—Estamos siendo muy sinceros, solo tenemos iguanas.

Les quitaron 60 iguanas para su ejército, el poco dinero que tenían y sus celulares. Se fueron a su embarcación a coordinar el plan de secuestro.

—Ya saben qué hacer con estos dos —dijo Evander a dos de sus hombres de confianza.

Emanuel y su amigo sintieron que iban a morir.

Los piratas ordenaron seguir el plan de entrega de Emanuel. Su única opción era seguir las órdenes de los hombres o podían ser asesinados.

Así que dos de ellos se quedaron en la pequeña embarcación con las iguanas, Emanuel y su compañero, y retomaron el rumbo para encontrarse con los trinitarios, mientras los otros tres chantales de la banda de Evander se alejaban.

Divisaron a los trinitarios. Luego de un tiempo de espera los compradores decidieron regresar al punto de encuentro y dieron las dos vueltas en el mismo punto. Se acercaron de nuevo con precaución. Los secuestradores intentaban hacerse pasar por ayudantes de Emanuel. El mar comenzó a picarse.

Fueron minutos de angustia. Emanuel esperaba escuchar en cualquier momento el disparo que acabaría con su vida. “Que sea lo que Dios quiera”, se decía.

—No hagan ningún tipo de movimiento. Dejen que nosotros hagamos nuestro trabajo. Hagan lo que tienen que hacer  —dijo uno de los secuestradores minutos antes del encuentro para la entrega en la embarcación de Emanuel.

Al encontrarse con los trinitarios, empezaron a lanzar las iguanas de una lancha a la otra.

—¿Tuvieron problemas? Los vimos cerca de un chantal —preguntó uno de ellos.

—Eran unos amigos pescando y se acercaron a saludar —respondió Emanuel como si nada pasara.

A los lejos los trinitarios notaron la estela que dibujaban las embarcaciones que se aproximaban hacia ellos.

—¡Polis! ¡Polis! ¡Polis! —se fueron rápidamente gritando la palabra clave para referirse a la Guardia Nacional Bolivariana.

“Somos hombres muertos. Estos tipos no agarraron a esta gente y se van a desquitar con nosotros”, pensó Emanuel al ver el secuestro frustrado. No sabía si su destino era terminar con una bala en la frente como su padre o ahogado en las profundidades del mar.

—Hagan silencio. Vean hacia abajo y no se involucren en la discusión —dijeron los secuestradores, mientras se acercaban las tres embarcaciones piratas.

“Están arrechos. Nos van a disparar. Nos van a matar”, pensaban Emanuel y su amigo.

Pero estaban equivocados.

Al regresar en sentido Trinidad—Venezuela, uno de los secuestradores les entregó los celulares.

—Váyanse. Ustedes no han visto nada, ustedes no saben nada —les dijo.

Emanuel y su amigo se alejaron poco a poco. En silencio disfrutaron cada respiro y gozaron de los sonidos de la naturaleza. Regresaban agradecidos de sentirse vivos, felices de dejar la angustia atrás y pensando en abandonar los riesgos de la vida ilegal en un país en crisis.

Volvieron a Pedernales. A comer iguanas por varios días, porque no había dinero para más. Pero luego salió de ahí. Cerró el local, que alguna vez le dio buenos ingresos. Regresó a Maturín, trabajó mecánica por unos meses en la parte trasera de la casa de su madre, le generaba pocos ingresos. En febrero de 2020 vendió el palafito donde vivía en Pedernales y con ese dinero tenía la intención de comprar un pasaje para España; ilusionado ante la idea de comenzar un nueva vida.

Pero apareció la pandemia de covid-19 y estropeó sus planes.


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.

Raxy González

Estudiante de Comunicación Social del décimo semestre de la UCAB Guayana. Aprendo a investigar y escribir realidades del Oriente de Venezuela. Buscando la racionalidad en una sociedad que pierde el sentido humano y sorpresivo de su entorno. #SemilleroDeNarradores
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