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Quieren ver el reverdecer de sus tierras

Aixtza Pérez | 1 nov 2020 |
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Rolando Sosa heredó de su padre el Fundo San Luis, ubicado en Calabozo, estado Guárico, en los Llanos venezolanos. En 200 hectáreas sembraba pasto, maíz y criaba reses. En diciembre de 2008, unas personas entraron a la finca argumentando que esas eran unas tierras ociosas, y que estaban dispuestas a aprovecharlas. 

Fotografías: Yovany Ramírez y Aixtza Pérez 


Rolando Sosa se encontraba frente a su casa, en el Fundo San Luis, rodeado de varios de sus trabajadores.
Les indicaba las tareas del día, como hacía cada mañana antes de comenzar la jornada. Entonces de entre los pastizales salió otro de los trabajadores.

—¡Patrón, nos invadieron la finca! —gritó. 

El hombre jadeaba, estaba sudando. Con la respiración entrecortada, continuó gritando: 

—Hay una gente que se metió por la parte de atrás de los terrenos. Yo mismo los acabo de ver porque estaba dando una vuelta al ganado que está pastando en esa zona.

A todos se les desencajó el rostro. Rolando se quedó en blanco. Después sintió ira e impotencia. Movido por esos sentimientos, su primer impulso fue ir hasta el lugar, confrontar a aquella gente y sacarla de las tierras. Esas tierras que eran el sustento de su familia y de las familias de sus empleados. 

Pero se contuvo. Trató de serenarse. Pensó que acudir a la violencia podía ser peor. Era el 3 de diciembre de 2008. Rolando sabía que el gobierno de Hugo Chávez apoyaba —y hasta aupaba— a grupos que tomaban acciones como esta. Así que sería mejor buscar mecanismos legales para que los invasores desalojaran sus tierras.

El Fundo San Luis está en Calabozo, un pueblo del estado Guárico, en los Llanos venezolanos. La propiedad de 200 hectáreas es un bien familiar que Rolo —como cariñosamente llaman a Rolando sus allegados— heredó de su papá en la década de los 80. Esas tierras significaban para él toda una vida dedicada al trabajo en el campo. Allí creció viendo a su padre sembrar, pastorear terneras y producir alimentos no solo para la familia sino para otros.

Desde que las heredó, Rolo se dedicaba a la cría de ganado, y a la siembra de pasto y maíz. Era un trabajo que disfrutaba. Allí, en esos linderos, construyó su hogar. A la casa de la finca se mudó con su esposa Jeanette y los dos hijos mayores cuando aún estaban pequeños. Allí nació la hija menor. Luego de la invasión, aquel diciembre de 2008 no llegó la alegría típica de la época navideña. 

Fueron nueve las personas que ocuparon 100 hectáreas del terreno. Cortaron el alambre de la cerca y se metieron a trabajar con un tractor. Alegaban que esas eran unas tierras ociosas, improductivas, y que las reclamaban para hacer uso provechoso de ellas.

Rolo buscó ayuda. Primero acudió a Poliguárico, donde formuló una denuncia. Consigo llevó los documentos de titularidad de la finca, en los que quedaba claro que era una herencia. Pensó que demostrar a las autoridades que mantenía la finca productiva les sería sencillo: bastaba con que se pasaran por allí.

Días después, fueron citados él y los invasores. Los funcionarios dejaron claro que la ocupación de propiedad privada era un delito establecido en el Código Penal venezolano y que podía castigarse con cárcel. Los invasores aceptaron abandonar los terrenos de Rolo y firmaron una caución, en la que se comprometían a respetar los linderos del fundo. 

Desde ese día, se instalaron en una carpa junto a la cerca, en la parte exterior. Como habían denunciado ante el Instituto Nacional de Tierras (INTI) que la propiedad estaba improductiva, en ese lugar esperarían por el dictamen del organismo del Estado. 

Y así pasó el tiempo. Hasta que el 2 de octubre de 2009, llegó a la finca una comisión presidida por William Lara, entonces gobernador del estado Guárico. Mientras se iban bajando de camionetas estacionadas frente a la casa, Rolo contó al menos 20 personas. Algunos de los vehículos tenían rótulos de organismos del Estado. Con Lara venían Porfirio Fajardo, alcalde del municipio Miranda, del que forma parte Calabozo; Jorge Sánchez, director de la oficina estadal del Ministerio para la Agricultura y Tierras; Luis Carrizales, asesor legal de ese ministerio; Jesús Cepeda Villavicencio, quien luego sería diputado electo del estado Guárico por el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela; José Bolaño, coordinador nacional del frente Ezequiel Zamora; Fernando Colmenares, coordinador regional del INTI; y Ramón Barreto, diputado al consejo legislativo del estado. También venía el equipo de prensa de la gobernación

Todos vestían franelas rojas. 

Estaban allí para notificarles a los dueños del Fundo San Luis que, a partir de ese instante, sus tierras pasaban a manos del Estado.

La noticia no tomó por sorpresa a la pareja. No solo porque sabían de la denuncia hecha por los invasores el año anterior, sino porque, un par de horas antes, un amigo de la familia, que tenía algunos contactos, los llamó y les informó lo que iba a ocurrir. Así que antes de que llegaran, con ayuda de los trabajadores, Rolo y Jeanette lograron sacar de la finca unos pocos animales y varios equipos de trabajo. No pudieron hacer lo mismo con los tractores, las rastras, unas 300 reses y muchas otras pertenencias. 

Rolo y Jeanette parecían calmados, pero en verdad estaban furiosos. Trataban de escuchar con atención lo que un funcionario del INTI leía en un acta. Cuando terminó, Rolo interpeló al gobernador: 

—¿Qué es lo que he hecho yo en estos 23 años que no sea trabajar?

—Esto no es un debate. Yo les pido, por favor, una conducta cívica. Se les entregará el documento y luego la fuerza pública se hará cargo de los bienes —respondió el gobernador batiendo las manos y alzando la voz—. No vamos a aceptar situaciones diferentes. Estamos haciendo uso de la norma constitucional que nos permite tomar posesión de esta tierra, que es del Estado venezolano. Se contabilizarán animales, bienhechurías, todo. A partir de este momento su finca pasa a manos del Estado. Espero que no haya resistencia. Que no nos obliguen a usar la fuerza.

Hizo una pausa y luego, en un gesto un tanto teatral, se llevó la mano derecha al corazón y agregó: 

—Yo, en nombre del comandante Chávez y como constituyente, les garantizo sus derechos.

Después, todos se marcharon. 

Rolo, Jeanette y sus hijos —que no terminaban de entender del todo lo que había sucedido— quedaron petrificados. 

Amigos y conocidos de Rolo se acercaron al fundo cuando se enteraron de lo que ocurría y vieron el procedimiento. Otros fueron los días siguientes. Los productores estaban temerosos: sabían que cualquiera de ellos podía ser el próximo en correr la misma suerte.

Luego de la expropiación, el fundo pasó a ser administrado por la Fundación de Capacitación e Innovación para Apoyar la Revolución Agraria (Ciara) y con ellos muchas cosas ya no fueron iguales en San Luis. Aunque a Rolo le habían quitado sus tierras, no podían sacarlo de la casa. Así que a él y a Jeanette les tocó vivir muy de cerca con quienes consideraban sus enemigos, y ser espectadores de la devastación: los robos se incrementaron, los animales se enfermaban y morían macilentos, las siembras se perdían.

Aunque llenos de impotencia, Rolo y Jeanette todavía conservaban la esperanza de que el Estado los indemnizara, como les había prometido el gobernador. Él acudió a los tribunales con la ilusión de recuperar su herencia: demandó al INTI, el organismo que había ejecutado la expropiación. Sus abogados argumentaron que la finca, bajo la administración de sus dueños, había sido verdaderamente próspera. Pero luego, el 28 de mayo de 2010, el Tribunal Supremo de Justicia declaró inadmisibles sus alegatos y ratificó el procedimiento del Estado.

Sin embargo, Rolo no se daba por vencido. Muchas veces viajaba a Caracas, a unas cuatro horas por carretera, para conversar con el director nacional del INTI, con la esperanza de llegar a algún acuerdo. Pero esas conversaciones eran infértiles. La noche del 20 de julio de 2014 salió a hablar con otra persona que, le dijo, podía ayudarlo a recuperar sus tierras. Jeanette quedó sola en la casa. Pero al poco tiempo, lo llamó diciéndole que se escuchaban ruidos alrededor, como si alguien estuviese merodeando la casa. Le pidió que regresara de inmediato. Cuando llegó a la entrada, lo sorprendió un hombre con la cara tapada y apuntándolo con una pistola. 

—Abre la puerta —le ordenó.  

Rolo notó que el hombre estaba con otros tres. No le quedó más opción que abrir la puerta. Los delincuentes se llevaron botellas de whisky, alimentos de su alacena y tres televisores. Desde entonces se dieron cuenta de que se exponían demasiado quedándose allí. Entonces decidieron irse de la que había sido su casa por más de 20 años.

Terminaron de entregar lo que les quedaba. 

Meses después de aquel episodio, ya en 2015, el presidente del INTI le preguntó a Rolando si quería que le devolvieran el fundo. Rolando se sintió tan sorprendido como indignado, y no supo qué responder.

—Esa finca es suya, porque nunca se la hemos pagado —agregó el funcionario.

Y, efectivamente, el 12 de junio de 2015 les devolvieron parte de las tierras: lo que establecía el presidente del INTI como condición era que debían donar 114 hectáreas —poco más de la mitad del total del terreno— a la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos; y a ellos les quedarían las 86 restantes. 

Ellos aceptaron, aunque con la sensación —más bien la certeza— de que se trataba de una enorme injusticia. 

Desde entonces, siguen viendo buena parte del fundo lleno de maquinarias abandonadas, con pocos animales, sin los verdes pastizales que ellos mantenían. Los esposos no pueden evitar recordar el tiempo en que los suelos estaban sembrados de pasto y los corrales y potreros llenos de reses. Jeanette atesora un álbum fotográfico de entonces. Los ojos se le llenan de lágrimas recorriendo las páginas con fotos de los jardines, de la familia en reuniones por Navidad o por algún cumpleaños. Aparecen juntos, sonrientes. Ahora alrededor todo es muy distinto. En el fundo levantaron ranchos en los que vive gente que ellos ni conocen. 

Rolo y Jeanette insisten en que, sin embargo, tienen ganas de volver a comenzar. Que quieren ver el reverdecer de sus tierras. Rolo mira a su esposa, luego hacia el horizonte, sonríe y pregunta: 

—¿Qué es lo que he hecho yo en estos años que no sea trabajar?

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Esta historia forma parte de La Ruta del Hambre, un proyecto editorial desarrollado por nuestra red de narradores, en el 3er año del programa formativo La Vida de Nos Itinerante.

Aixtza Pérez

Calaboceña, periodista egresada de la Universidad Bicentenaria de Aragua, locutora. Reinventándome en la era digital como directora creativa de un portal de noticias local. Todos tenemos historias que merecen ser contadas y varían según los ojos con que se miren. #SemilleroDeNarradores
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