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Seres del agua ahogados por la tierra

Texto:
Johanna Osorio
Ilustraciones:
Madeleine Hernández

Añú significa gente del agua. Es una etnia que vive en palafitos sobre la Laguna de Sinamaica, y que según la historia es la piedra angular del nombre de nuestro país. Pero la contaminación provocada por el contrabando y el sedimento producto de dragados han enturbiado el agua donde nació la vida.

Cuenta la leyenda que el pueblo Añú nació de las profundidades.
Primero, eran personas pequeñas, muy pequeñas, que vivían en el fondo del agua. Después, fueron subiendo, sin llegar a la superficie, y se convirtieron en animales. Pero, una noche, un par de estos seres, se asomaron hacia afuera de la laguna y quedaron deslumbrados con la luna. Enamorados de ella, se bañaron con su luz. Entonces, el dios creador se los ofreció a la luna, y se convirtieron en hombres.

Esta es la historia que la abuela Josefita Medina, antes de morir a sus 105 años, contaba a la comunidad. Lo recuerda Félix Guerrero: que siendo un jovencito aprendía de las ancianas la historia de su etnia.  De eso ha pasado mucho tiempo. Ahora tiene 46 años y relata la misma historia a sus nietos. 

Los Añú habitan en la Laguna de Sinamaica, que está ubicada en la costa noroeste del lago de Maracaibo, en el estado Zulia. Viven sobre palafitos, construcciones hechas de mangle y enea que se sostienen sobre el agua, su fuente de vida. Para los Añú, su laguna es todo, por eso los abuelos hablan sobre su sabiduría, sobre la importancia de relacionarse con la madre agua. Según su cosmovisión, si la laguna desaparece, lo hace también con ella todo el pueblo Añú.

Y sus aguas están, cada vez, más contaminadas: ya no le sirven de espejo a la luna. 

Félix tenía 7 años cuando fue a pescar por primera vez con su abuelo. Para los Añú, es importante que los más pequeños aprendan de los mayores los oficios que les darán sustento; lo que les permitirá mantener a sus familias en el futuro. Cortar leña, construir palafitos y cayucos (sus embarcaciones), pescar. Ahora Félix es director de una escuela en la laguna. Sin embargo, como lo que le pagan no le alcanza, es pescando que puede mejorar sus ingresos, como su abuelo le enseñó.

A veces, iban a pescar desde las 4:00 de la madrugada hasta las 6:00 o 7:00 de la mañana. O hacia el final de la tarde, cuando ya estaba por caer la noche. Siempre dependía del sitio de pesca, pero algo siempre era seguro: las redes quedaban cargadas de peces. Bocachicos, Coritas, Coties, Manamanas, Viejitas, Carpetas, Robalos, Paletón, Bagres, Tilapia, Cachamas, Guabinas, Sardinas, Ojeras, Doncellas… Nunca llegaban a casa sin alimento. A Félix le emocionaba pescar; y desde luego que le hacía feliz ver en todo su esplendor ese espejo de agua infinito en el que navegaba (que era donde vivía).

Ahora, 30 años más tarde, los peces ya casi no habitan la laguna: muchos mueren por la sedimentación y la contaminación, y los que quedan no son suficientes para una comunidad cada vez más numerosa. La laguna tampoco es la misma. Ante la disminución de su caudal, el mangle ha ganado terreno; el barro producto de dragas en ríos que la abastecen han provocado también que caños completos queden aislados.

Aunque la Laguna de Sinamaica es uno de los reservorios de agua más importantes de Zulia, y en sus aguas confluyen el río Limón y el Lago de Maracaibo, su ubicación fronteriza ha sido a la vez virtud y amenaza. Según el Observatorio de Ecología Política de Venezuela, la laguna es una ruta de contrabando de gasolina, que sale desde Maracaibo hasta La Guajira, para ser vendida en Colombia. La investigación reporta que cuando las pipas son incautadas en el agua, si los traficantes se niegan a entregarlas, estas son destruidas en el sitio y todo el combustible cae a la laguna. Si bien el informe asegura que este negocio ilícito sigue en auge, Félix dice que sí, que esto ocurría, pero que hace unos 5 años todo está más tranquilo. Que, incluso, en algún momento el tráfico cambió de dirección desde Colombia a Venezuela, y que algunos pobladores de la laguna todavía cruzan al lado colombiano a comprar 60 o 70 litros de gasolina para sus embarcaciones. 

En todo caso, para él, el cambio más impactante en su laguna ha sido el sedimento y la sequía. 

Su abuelo le contaba que antes se podía pescar desde los palafitos, por la profundidad y abundancia de la laguna. Cuando era un niño, esta tenía más de 8 metros de profundidad; sin embargo, ya las jornadas debían hacerse, como ahora, en las ciénegas. Cuando, a sus 22, se casó con su novia—con quien tuvo dos hijas, una de las cuales ya es madre— su palafito estaba sobre unos 3 metros de agua. Pero ahora, no alcanza ni medio metro de profundidad y está turbia casi siempre.

En 2010, el pueblo añú se vio gravemente afectado por inundaciones. Aunque el agua fluye por los caños, la laguna está cada vez más vacía, con menos fuerza. Entonces no se limpia como antes, y los palos y el lodo se atascan. 

Los peces también sufren, pues el sedimento les tapa las agallas y mueren ahogados. 

Seres del agua ahogados por tierra, como los añú.

La sequía propicia también que los frutos del mangle se siembren más fácil, directamente en el suelo, sin el agua como obstáculo. Así, el espejo de agua de su niñez ha comenzado a desaparecer. Incluso, cuando hay marea seca, el frente de su palafito queda convertido en solo lodo. 

Marea seca y marea llena es la forma en la que los añú definen el nivel del agua, y establecen la dinámica diaria de la comunidad. Si un día, por ejemplo, la marea comienza a llenarse a las 8:00 de la mañana, los añú deben esperar entre 4 y 5 horas para que esté a tope. Es decir, al mediodía tendrán suficiente profundidad para trasladarse. Pero la marea llena solo se detiene unos 15 minutos, y comienza a retroceder en un proceso que le lleva apenas 45 minutos más. Entonces, deben esperar que vuelva a llenarse. Al día siguiente, la marea comienza a subir una hora más tarde, y así cada vez.

Como Félix es director del colegio, se levanta a las 5:00 de la mañana y se va navegando en su cayuco, con marea seca o llena. Pero toma la precaución, dependiendo del nivel del agua, de dejar su embarcación en un lugar donde no pueda encallar, para luego volver a casa después de las 2:00 de la tarde. Dice que los niños hacen lo mismo para ir al colegio, pero que algunas veces, si sus palafitos están muy adentro en la laguna y la marea es muy baja, el barro no los deja navegar y no pueden ir.

Como Félix, en el pueblo Añú hay todo tipo de profesionales, desde médicos hasta policías, y aunque algunos se dedican exclusivamente a la pesca y la recolección, todos han aprendido a hacerlo desde niños. En esto se basa su alimentación. 

No obstante, la disminución de la pesca ha modificado sus patrones alimentarios. Al haber menos peces, deben consumir comida procesada que compran en los mercados. La caída de la pesca afecta también los ingresos que generaban por la comercialización de peces y esto aumenta la pobreza.

Félix cuenta que cuando no hay peces, extraen del agua almejas y caracoles. Pero que, ciertamente, con familias tan numerosas, el dinero que se produce es insuficiente y se están desnutriendo. 

Para los añú, la crianza gira en torno a la abuela. Entonces, al formar su propia familia, la nueva construye su hogar alrededor del palafito principal. Son como el mangle, dice Félix: cae el vástago al agua y se siembra. La familia del profesor es pequeña, solo la componen tres núcleos.  Pero hay grupos que tienen hasta más de nueve.

Sin embargo, ante la pobreza, algunos pescadores han debido migrar a otras costas. Siempre en el agua, pero no en su laguna. 

La dinámica de las madres también se ha modificado. Aunque tradicionalmente la mujer añú se ha dedicado al tejido de enea, muchas han comenzado a trabajar para abastecer a sus familias. Entonces, los hijos más pequeños quedan a cargo de los más grandes, o de las abuelas. Una transformación de su cultura, que se suma a la casi extinción de su lengua, salvada por un hombre que lo aprendió de su abuela

Las ancianas decían que hasta donde llegara el agua, llegaba el pueblo añú. Que si la laguna moría, morían todos. Por ello, la comunidad se adapta pero no se va. Y sigue pescando y sigue navegando y sigue contando su historia a los más jóvenes.

Lo hacen porque aman a su madre agua: su fauna de manatíes, caimanes, babillas y chigüires; sus garzas, sus flamencos, sus patos, sus gallinetas; sus flores y vegetación, incluyendo a sus manglares, aunque se apoderen del horizonte.

Como aquellos pececitos que subieron una vez y se enamoraron, Félix recuerda la primera noche que salió a pescar. “Yo veía una laguna hermosa, y cuando salía la luna se veía el resplandor en el espejo de agua y lo cubría con su brillante luz”.

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