Ya somos una familia

Texto:
Simeón Rojas
Fotografías
Álbum Familiar

Nieves Azuaje Azavache se ha dedicado a la docencia por décadas. A sus 62 años, todavía sigue dando clases en la universidad. Pero lo que más le apasiona es enseñar el dialecto baré, de su pueblo indigena, a los niños de su comunidad.

Nieves Azuaje Azabache duerme poco. Se suele acostar antes de las 12:00 de la noche, pero casi siempre se queda despierta escribiendo, leyendo o preparando material para el Kawei Jmiye, expresión baré que en español significa Nido de Guacamaya. Su día comienza a las 5:00 de la mañana (o a las 7:00, si se ha dormido muy tarde). Podría decirse que su labor docente le quita el sueño. Al menos Leonel, su esposo, la entiende y la acompaña en esa pasión.

Sí, Nieves es, esencialmente, una educadora. Lo es desde los 17. De sus 62, lleva 45 estudiando y enseñando. Egresó como profesora de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador y estudió una maestría y un doctorado en ciencias de la educación en la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Rómulo Gallegos. Ahora anda haciendo una especialidad en recursos didácticos. Pese a que ya está jubilada como docente estadal, sigue impartiendo clases en la Universidad Nacional Abierta.

Pero lo que ocupa la mayor parte de su tiempo es la enseñanza del idioma baré en el nicho lingüístico Kawei Jmiye (en el Nido de Guacamaya). Todos los días, a partir de las 3:30 de la tarde y hasta las 6:30, llegan niños a aprender de ella.

Los nichos lingüísticos son una idea de unos antropólogos que en la década de 1970 vinieron al Amazonas venezolano y motivaron a los docentes a participar en el rescate del idioma de sus pueblos indígenas. Omar González Ñáñez y Emilio Monzonyi andaban por Río Negro con la idea de promover la revitalización de esos idiomas. Ya el baré estaba debilitado porque había pocos hablantes. Abrieron un nicho lingüístico en San Carlos, adonde Nieves acudió a recibir clases de la abuelita Laura Vida; sin embargo, estuvo poco tiempo porque su papá la retiró.

A ella, desde pequeña, le había llamado la atención el idioma de sus ancestros porque cuando estudiaba y vivía en Rio Negro algunas de sus amiguitas hablaban algunas palabras en esa lengua, pero en su casa no se hablaba, pese a que su madre pertenece a ese pueblo indígena.

—Mi mamá no hablaba mucho el idioma —cuenta ella— tampoco mi abuela. Quienes lo hablaban eran los de la generación anterior. Mi mamá dice que cuando los niños llegaban les decían: “Váyanse de aquí, ustedes tienen que aprender el castellano para que puedan hablar con los blancos”. En ese tiempo a los indígenas nos trataban de manera despectiva, discriminatoria. Los llevaban para el monte a extraer goma, a cortar palo. Los trataban como esclavos. Por eso, las familias evitaban enseñarles el idioma a los niños para que no los identificaran como indígenas.

El proyecto del nicho en Rio Negro duró poco tiempo por falta de apoyo gubernamental y también de los mismos indígenas. Sin embargo, crecía en ella el interés por saber de su origen étnico, su idioma y la cultura de su pueblo.

Y así fue pasando el tiempo hasta que le tocó buscar el tema para su maestría en la Universidad Rómulo Gallegos. Decidió trabajar sobre los aspectos socioculturales del pueblo baré. Su investigación arrojó como resultado que el aspecto más debilitado era justamente su lengua.

Entre los años 2008 y 2009, Nieves Azuaje tuvo una nueva conversación con el antropólogo Omar González Ñáñez, y él le sugirió que abriera un nicho lingüístico. Ella, al principio, no estaba ganada para la idea, por las dificultades que suponía llevar a cabo un proyecto como ese. Pero después de mucho pensarlo se decidió. En 2010, inauguró el nicho lingüístico Puchuchúkuli Jmiye (Nido Pico de Plata). Nieves daba las clases y su hija Leidy, que era estudiante de educación preescolar, la acompañaba en las actividades recreativas.

Estuvieron varios meses trabajando ahí hasta que Leidy le sugirió que continuaran pero en su propia casa, ubicada en el sector San Enrique de Puerto Ayacucho. Nieves pensaba que era difícil, ya que no sabían si en la zona había niños baré y creía que no conseguirían. Pero no se amilanaron. El 12 de febrero de 2011 abrieron el nicho lingüístico Kawei Jmiye (Nido de Guacamaya).

Al principio, los niños y hasta los representantes no se sentían motivados.

—Mi hija se quedaba en la casa recibiendo a los niños que llegaban temprano y yo me iba en el carro y recogía a los que vivían en otros barrios. Les dábamos las clases y teníamos después que llevarlos a su casa nuevamente. Hasta les comprábamos merienda.

Y aun así, solo lograron reunir a unos 10 niños. Con el correr del tiempo, el Ministerio de Educación se dio cuenta de que la educación indígena era necesaria, de que había que revitalizar los idiomas que estaban extinguiéndose y entonces, a través de la División de Educación Indígena, el ministerio contrató a los docentes y a los sabios de cada nicho dándoles cargos de docentes no graduados. El sueldo es casi simbólico, pero por lo menos es un incentivo ya que antes no tenían nada, y con eso también se ayudan para comprarle algunos materiales a los niños. Al menos UNICEF y una ONG han sumado donaciones de materiales para trabajar con los más pequeños.

Pero surgió una situación que impactó la vida de Nieves Azuaje: su única hija, Leidy, enfermó de cáncer y falleció en febrero de 2016. El nicho estuvo un tiempo cerrado.

—Yo como que ya me estaba encerrando en mí misma, en la desesperación y la tristeza. Hasta que vi en el nicho una forma de continuar. A ella le gustaba, y sentí que retomar la labor me ayudaría a reconfortarme. Así lo he hecho desde entonces.

De su hija fallecida, a Nieves le quedaron sus dos hijos, uno de 8 años y otro de 1 año, cuya crianza Nieves asumió. Tiempo después, incorporó al más pequeño, llamado José Luis, a las clases. En su casa hablan mucho en baré; cuando lo dejan en la escuela se despiden en baré y cuando lo buscan se saludan siempre en baré. Se ha vuelto cotidiano y el niño ha aprendido mucho más que los demás estudiantes.

Nieves continúa con su proceso de revitalización del alma y de la lengua, ahora tiene registrados a 40 niños de su sector y áreas adyacentes. Señala que no se da abasto porque no posee una infraestructura adecuada ni el mobiliario necesario para atender a tantos, pero puede más su vocación de enseñar que las necesidades apremiantes.

Algunas personas colaboran con Nido de Guacamaya con cuadernos, con útiles escolares, con cosas sencillas pero muy necesarias. También algunos representantes colaboran, pero por lo general los gastos corren por cuenta de ella y de su esposo.

—Ahora estamos preparando una actividad con las niñas. Yo compro la tela y les hago los vestidos. Ellas mismas hacen sus collares, pero nosotros compramos los materiales. Esto se ha convertido como en un proyecto familiar, y bueno, ya estamos encariñados con los niños. Cuando tienen algún problema y nos comentan, nos preocupamos como si fueran nuestros hijos, estamos pendientes de ellos y si se enferma uno también estamos pendientes, ya somos como familia.

Enseñar la lengua de su pueblo a su nieto y a los niños de su comunidad ha sido el refugio de Nieves en los últimos ocho años, no solo por el dolor de haber perdido a su única hija sino también por la migración de sus dos hijos varones, quienes tienen años viviendo fuera de Venezuela.

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