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Samuel apareció como un presagio

Ronny Rodríguez | 23 feb 2019 |
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El pediatra Manuel Velásquez no estaba tranquilo sabiendo que, a consecuencia de la pobreza que arropa a tantas familias en su Monagas natal, muchos niños requerían asistencia médica. Por eso desde 2011 no ha dejado de ofrecer jornadas gratuitas en diversos rincones del estado. Los recorridos lo han enfrentado con una realidad pasmosa: 6 de cada 10 pequeños atendidos tienen algún grado de desnutrición.

Fotografías: Luis José Boada

Un niño indígena famélico llegó al maltrecho bulevar en el que, al fondo, el río Orinoco deja verse a sus anchas. Iba acompañado de su madre y sus dos hermanitos. Apoyándose en uno de ellos, caminó hasta sumarse a la fila de 200 niños que esperaban para recibir atención médica.

El pediatra Manuel Velásquez había convocado a un grupo de nueve médicos, activistas políticos y voluntarios para llevar a cabo jornadas de salud en esa comunidad. Al sur del estado Monagas, en el oriente venezolano, aunque flota en petróleo, el municipio Sotillo ya era una zona empobrecida. Era el año 2015. El ambulatorio estaba desabastecido; ni siquiera tenía medicamentos para tratar a quienes tenían malaria, enfermedad que se había vuelto recurrente allí. Y el hambre hacía estragos en familias enteras. El doctor Manuel sabía que eso era así. Por eso, cuando vio al niño Samuel fatigado, dando pasos muy cortos como si estuviera en sus últimos suspiros, supo que pertenecía a una de esas familias, y que requería ser atendido de inmediato.

Lo pasó de primero en la fila y, poco tiempo después, lo examinó: le detectó una insuficiencia cardíaca por anemia.

—Señora, a Samuel debemos llevarlo ya a Maturín o se nos va a morir. Y yo no voy a permitir eso —le dijo a la madre.

—Doctor, pero eso tiene que autorizarlo mi esposo —respondió la mujer, luego de quedarse pensando unos segundos.

—¿Pero dónde está él, señora? ¡Dígale que venga porque estamos ante una emergencia!

Impaciente, el médico comenzó a pedir a gritos que buscaran al papá del niño.

El hombre, que estaba muy cerca del boulevard tomando licor con unos primos, se acercó unos 10 minutos después, y dijo:

—Mi hijo se queda con nosotros.

Si se lo llevaban a un centro médico en Maturín, a unas dos horas en carretera, la madre debía irse con él, y eso no le agradaba al papá del niño. Manuel, sin embargo, insistió:

­—Así tengamos que ir a la jefatura civil si usted se opone, nos vamos con el niño a un hospital de Maturín, porque si no se va a morir.

Samuel es uno de los 140 mil niños que el pediatra Manuel Velásquez —nacido en Maturín, ojos color de mar, canoso, de amplia calva— ha atendido en 33 años.

Sí, él lleva su propio cálculo.

Pudo haberse ido a las Fuerzas Armadas, porque estudió en un liceo militar. Pudo ser el primer ingeniero aeronáutico del país, en la década de los 70, porque se le cruzó por la mente estudiar esa carrera. Pero alentado por su madre, optó por la medicina.

—Manolo, si no llego a verte graduado, cada vez que atiendas a un niño, hazlo sonreír, porque en cada sonrisa allí estaré yo —le dijo ella entonces.

Y es lo que él ha procurado. Se fue a Caracas, donde estudió en la Universidad Central de Venezuela y se especializó como pediatra en el Hospital Domingo Luciani de El Llanito, para luego volver a su tierra. En Maturín hizo el rural, período que legalmente debía durar un año, pero que él —dado que en la comunidad en la que estaba no llegaban médicos— prolongó hasta cumplir 23 meses. Más tarde desarrolló una carrera en la administración pública. Y allí sigue, pasando consultas en una clínica de esa abandonada ciudad oriental.

Atendiendo pacientes, palpando precariedades mayúsculas, en 2011 se percató de que debía embarcarse en jornadas humanitarias.

Aquel día de 2015, Manuel convenció al padre y llevó a Samuel al Hospital Universitario Doctor Manuel Núñez Tovar, en Maturín. Allí, luego de varios exámenes, precisaron el diagnóstico: padecía una anemia grave multicarencial y desnutrición moderada, que era producto de la mala alimentación, la falta de hierro y vitaminas. Además, tenía un sangramiento, provocado por parásitos que le habían perforado el intestino. Para estabilizarlo, necesitaron transfundirlo tres veces. Pronto mejoró, y le compraron medicinas, ropa y alimentos.

El papá insistía en que debían devolverse a Barrancas, en el municipio Sotillo, donde vivían. Aun así, el niño pudo estar hospitalizado los cinco días que requería. Y se salvó.

Manuel Velásquez no deja de recordar a Samuel. No ha vuelto a saber de él, pero repasa aquel caso en su memoria y ahora, casi cuatro años después, reconoce que fue un presagio de lo que venía. Han sido muchos Samueles: la pobreza se ha profundizado, se ha vuelto más nítida. Por eso decidió ir más allá y en 2015 creó el movimiento Por amor a ti, y en abril de 2018 lo registró como asociación civil para formalizar las jornadas médicas, y la búsqueda y distribución de ayudas.

A través de esa organización, recibe donaciones de personas de diferentes partes del mundo. Y al menos 30 profesionales, entre pediatras, gineco-obstetras, ortopedistas, empresarios, voluntarios y profesionales de diversas áreas, participan en actividades médico-asistenciales que emprenden cada dos sábados en distintos rincones de Monagas.

Se han encontrado con una realidad pasmosa: 6 de cada 10 niños que van a las jornadas tienen algún grado de desnutrición. No solo atienden a los niños, sino que además los involucran en actividades recreativas y les dictan talleres informativos a las madres sobre temas como cáncer de útero, prevención de enfermedades y les enseñan a utilizar de forma creativa los alimentos que tengan en casa para preparar platos nutritivos. Y, como una forma de amortiguar el hambre, preparan una sopa que reparten entre todos los asistentes.

Esos días, Manuel se levanta más temprano que de costumbre y sale junto a Herenia, su esposa, a enfrentarse a largas horas de trabajo en escuelas, iglesias, casas o canchas deportivas que sirven de consultorio. A veces deja la bata blanca, pero siempre lleva un sombrero de cogollo en la cabeza y el estetoscopio en el cuello. Así ocurrió el 28 de julio de 2018.

Era un día lluvioso y la jornada se llevaba a cabo en una cancha techada de San Antonio de Maturín, una zona agrícola al norte de Monagas. Manuel atendió allí a Javier, un niño de 2 años con microcefalia. Sus papás, que apenas estaban terminando la adolescencia, no tenían los recursos para prestarle los cuidados necesarios.

Lo pesó: dada su edad y su talla, debía tener 12 kilos, pero contaba apenas con 4, lo que pesa un bebé de tres o cuatro meses. No deja de sorprenderse de casos así, le siguen pareciendo dramáticos. Impactado, se hizo grabar en un video para, a través de las redes sociales, pedir ayuda para él.

Semanas antes había actuado de la misma forma ante otro caso. Y le había resultado. Fue con Vanessa, una niña de 9 años que llegó en una improvisada camilla a la jornada médica que se desarrolló en Aragua de Maturín, en el municipio Piar. La niña, proveniente como tantos de una familia empobrecida, había sufrido una meningitis viral y estaba en cama. La alimentaban por una sonda. La examinó y se grabó en video para pedir ayuda para ella. Así logró que le donaran los anticonvulsivos que requería.

A Javier, sin embargo, no pudo atenderlo más: sus papás solo asistieron a aquella consulta, pero no lo llevaron a Maturín para que lo siguiera evaluando, a pesar de que les prometió que lo atendería gratuitamente. No supo más de él. Pero no lo olvida.

Tampoco olvida a José, de 8 años. Lo atendió en Boquerón, al norte de Maturín, en octubre de 2018, en la iglesia católica de la zona. El niño tenía desnutrición moderada. Le dieron de la sopa del día. Al terminar, pidió repetir. Le sirvieron más. Y después de comerse esa ración, dijo que todavía tenía hambre, y le volvieron a servir. Después de esos tres platos, por poco se desmaya.

El doctor Manuel recuerda tantos casos, tantos detalles: tantos rostros que ha visto de una realidad parecida. El lema de Por amor a ti es “Ayúdanos a ayudar”. Manuel dice que a veces las familias ponen trabas para recibir ayudas. Lo explica para entonces referir otro caso: fue en La Constituyente, un sector popular de Maturín, en marzo de 2018. Cinco niños habían sido abandonados por sus padres; vivían en un rancho improvisado en el patio de la casa de su abuela, quien, a pesar de estar tan cerca, también se había desentendido de ellos. La niña mayor, de 9 años, era quien cuidaba de sus hermanos.

La abuela estaba dispuesta a regalar a los niños. Los médicos hicieron los trámites para conseguir legalmente la adopción de los hermanitos: hablaron con abogados y consiguieron a una familia dispuesta a recibirlos.

—Pero la familia nunca nos dio los documentos de los niños —recuerda—. Les llevamos comida y colchones. Y nunca nos ayudaron a ayudarlos.

Los pequeños siguen viviendo en el mismo rancho. Los médicos siempre los visitan: todavía les llevan alimentos, los examinan, los proveen de insumos para procurar su bienestar.

O el caso de Eliécer Plaza, quien solo tenía 6 años y pesaba 11 kilos. Entró con tuberculosis y desnutrición severa en enero de 2019 a la emergencia pediátrica del Hospital Universitario Doctor Manuel Núñez Tovar de Maturín. Allí pasó 32 días sufriendo las carencias de insumos, medicamentos e incluso de falta de equipos para hacerle exámenes de laboratorio y rayos X.

El martes 12 de febrero, el doctor Manuel Velásquez consiguió sacarlo del centro asistencial para llevarlo a una clínica privada, donde después de 32 días le diagnosticaron una obstrucción intestinal que ponía en riesgo su vida. Pese a los esfuerzos, el niño murió en el quirófano del hospital público un día después cuando era intervenido para tratar de salvar su vida.

El doctor denunció la muerte de al menos 12 niños por desnutrición en lo que va de año en el Núñez Tovar y exigió la entrada de la ayuda humanitaria al país, para detener la sangría de niños que llegan a los hospitales venezolanos a morir de mengua.

Manuel Velásquez y su equipo trabajan en condiciones precarias. Pero no desfallecen en su propósito. Dice que cuando ve a los niños sonreír, siente que todo tiene sentido y recuerda aquella frase que le dijo su madre cuando decidió dedicarse a la medicina. Y entonces les repite a todos los de su equipo: “No se cansen de ser buenos”.


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para periodistas, activistas de derechos humanos y fotógrafos de 16 estados de Venezuela.

Ronny Rodríguez

Periodista venezolano. Escribo sobre el país de hoy con la esperanza de mover conciencias que promuevan cambios. Activista social y defensor de derechos humanos. Papá de Ignacio.
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