Gabriela Castañeda salió al cumpleaños de un amigo la noche del 24 de febrero de 2019. Allí, entre los tragos y la música, estaba pasando un buen rato entre sus allegados. Hasta que a la fuerza tuvo que aprender que el peligro está en todas partes. Y es lo que narra en esta historia testimonial del #SemilleroDeNarradores.
Ilustraciones: Antonio Sapene
El peligro está en todas partes. Llega en los momentos menos esperados y, a veces, proviene de las personas que uno menos sospecha. Eso fue lo que aprendí el 24 de febrero de 2019 en el cumpleaños de Daniel, alguien a quien consideraba un buen amigo.
Poco después de que cayera la noche, mi papá nos llevó a mi prima Laura y a mí a la casa de Daniel. Ella también era su amiga. La celebración sería en el patio. Allí estaban nuestros amigos, que frecuentaban la familia de Daniel. Además, estaban otros dos invitados, de quienes él me había hablado antes y a los cuales me presentó apenas llegué. El primero, Thomas, se mostró bastante simpático. El otro, Cristian, parecía más reservado.
Mis amigos y yo nos saludamos cálidamente, hacía tiempo que no nos reuníamos, ¿y qué mejor momento que ese día?
Somos jóvenes, en nuestro grupo el rango de edades iba de los 18 a los 26 años, y era común que en esas celebraciones hubiese alcohol, por lo que pronto comenzamos a tomar un trago tras otro…
Estaba sentada hablando con mi prima y con Sabrina, una amiga nuestra. Éramos las únicas mujeres allí; el resto —Jorge, Evelio, Alejandro y Ángel, estos últimos eran gemelos— estaban sentados aparte. Sabrina era novia de Alejandro, y yo me sentía atraída por Ángel. Aquello nunca fue un secreto para el grupo ni para nosotros dos. Por supuesto, quería estar cerca de él y hablarle. Nos llevábamos muy bien. Pero había un inconveniente: aunque solo éramos amigos, Daniel me celaba mucho. Era posesivo.
Así se comportaba con todas sus amistades y en ocasiones era más sencillo ceder, dejarse llevar, que oponérsele. Ángel y yo le agradábamos mucho, pero no le gustaba la idea de que tuviéramos complicidad. Así que unos días antes me hizo prometerle que no intentaría nada con él en la fiesta. Que respetara su cumpleaños. No estoy de acuerdo con que me prohíban esas cosas, pero como lo quería mucho, y solo sería por una noche, acepté.
Esa promesa era la razón de que me mantuviese sentada en esa silla.
Sin embargo, eso no significaba que no pudiéramos interactuar en lo absoluto. Así que pronto Ángel y yo comenzamos a lanzarnos miradas y a sonreírnos.
Más temprano que tarde, y gracias también a la influencia del alcohol, las tensiones comenzaron a bajar, el ambiente se había distendido. Aunque Daniel me miraba constantemente, me le acerqué a Ángel y le pedí que bailara conmigo.
Me movía feliz, de espaldas a Ángel. En la posición en la que estaba alcancé a ver cómo Daniel comenzó a lanzarme miradas asesinas. Decidí no hacerle caso, total, tan solo estábamos bailando.
Mientras miraba a los asistentes, caí en cuenta de que los dos invitados que no conocía me observaban. Comentaban cosas, pero no podía oírlas. Estaba segura de que la conversación se trataba de mí.
Cansada, me separé de Ángel y fui a sentarme para tomar aire. Thomas y Cristian se habían levantado hacía poco y después de un momento, escuché que me llamaban, pidiéndome que fuera donde ellos estaban sentados.
Me dio curiosidad y no tardé en levantarme.
—Gabriela, ¿verdad? —preguntó Thomas, yo asentí con la cabeza. Antes de seguir, miró a Cristian en busca de apoyo y éste le hizo un gesto para que prosiguiera. —Mira, nosotros te queríamos preguntar algo… —dijo en un tono suave que apenas se oyó.
—¿Qué cosa?
—Nos gustaría saber si tú y ella serían capaces de besarnos a los dos, al mismo tiempo.
De inmediato volteé hacia donde señalaba Thomas. Tal y como pensé, se trataba de mi prima.
—Bueno, ella lo dudo, pero por mí… —me lo pensé, nunca me había besado con dos personas al mismo tiempo—. Creo que no hay problema… —dije encogiéndome de hombros. Más podía la curiosidad.
Entre risas, los tres nos besamos varias veces. Luego cada quien siguió departiendo con los demás. Conversé un poco con todos sin hablar de lo que acababa de pasar con Thomas y Cristian.
Al rato, Thomas y Cristian volvieron a llamar.
—¿Qué pasó? —respondí acercándome a ellos.
—Acércate —me pidió Thomas. Como la vez anterior. Cristian no decía nada, lo único que hacía era mirar, apoyando desde su silencio.
—¿Sí? —murmuré inclinándome hacia a ambos, que estaban sentados.
—¿Tú serías capaz de estar con los dos? —me preguntó.
—¿Cómo…? —agudicé la voz sin creérmelo. Cristian me clavó la mirada y tenía una sonrisa que apenas se le notaba.
—Que si tú serías capaz de hacerlo con los dos…—repitió Cristian.
—Ehm… —sin saber cómo contestar en un principio, sacudí la cabeza—. No… —de inmediato vi que ambos me insistían con la mirada, ante lo que tomé aire—. Miren, no lo sé, quizá si no estuviésemos en el cumpleaños de Daniel. Hoy no tengo ganas, así que no va a suceder. Aparte, aquí no se puede… —hablé procurando no dejar lugar para excusas, pero creo que eso no les importó mucho.
Comenzaron a insistir, diciéndome que solo sería un momento y ya. Yo seguía firme en mi posición, contestando que no una y otra vez. Cristian acabó por desistir y no me dijo nada más. Con un poco de esfuerzo Thomas hizo lo mismo y me dejó en paz.
La fiesta transcurrió tranquila a partir de ahí. Me dediqué a bromear con Sabrina, a cantar. Todos nos reíamos, la estábamos pasando estupendo.
Luego de un tiempo, Daniel y su hermano nos propusieron que saliéramos a caminar hasta el parque de la urbanización. Todos estuvimos de acuerdo, así que caminamos hacia la puerta de la casa. Pero como hacía mucho rato que no había ido al baño, preferí ir a orinar antes de salir. Les dije que se fueran adelantando. Que yo luego los alcanzaba.
Entré al baño y cerré la puerta. No reparé en que no pasé el seguro.
Oriné y mientras me subía el short me puse frente al espejo para verificar que se viera bien mi cabello. Entonces sentí que se abría la puerta. Me di la vuelta. Thomas estaba dentro, indicándome con el dedo índice sobre sus labios que hiciera silencio.
—¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí dentro? —hablé de manera atropellada apoyando la espalda contra la pared.
—No digas nada —dijo sin retirar el dedo de su boca. La situación me daba mala espina.
—¿Vas a usar el baño? —susurré nerviosa, fue lo primero que se me ocurrió—. Yo ya iba saliendo —continué mientras me deslizaba hacia la puerta.
Negó con la cabeza y me bloqueó el paso. Retrocedí. No había hacia dónde caminar, la ducha estaba justo detrás de mí. Me besó. Paralizada, no aparté la cara de inmediato. Pero me quería ir. Estaba asustada.
—Thomas, déjame —le pedí, estirando el cuello por encima de su hombro para ver la salida.
No me hacía caso. Intenté empujarlo con las manos, pero me agarró con más fuerza en mi brazo. Entré en pánico. Mientras lo empujaba, movía la cabeza en todas direcciones como un pequeño animal indefenso. De inmediato sentí un repentino frío en el pecho. Me estaba lamiendo y agarrando los senos.
—Suéltame, suéltame —insistí desesperada. Me seguía pidiendo que hiciera silencio. No sabía si debía gritar, no tenía idea, si apenas lograba pensar.
El corazón me latía rápidamente. Lo que más me horrorizó fue ver que ya tenía el bóxer abajo. Tenía que huir. Comencé a forcejear con muchas más ganas; él intentaba abrirme las piernas con su rodilla.
“¡Thomas! ¡Thomas! ¡Thomas!”.
Era lo único que lograba pronunciar, al tiempo que apretaba con fuerza los muslos.
Él era más fuerte que yo. No podía quitármelo de encima. Pero en un momento lo logré y corrí a la puerta. Estaría como mucho a un metro de distancia. Justo tenía la perilla en la mano cuando me cargó, volviendo a acorralarme contra la ducha. Volví a escapar varias veces más, pero siempre volvía a atraparme. Esa puerta para mí cada vez se hacía más lejana, en lugar de un metro parecía un kilómetro lo que me separaba de ella.
Después de mucho rogarle que me soltara, creo que se cansó y me dejó quieta.
No dije nada: solo corrí lo más rápido que pude en dirección al parque.
Cuando ya me había alejado y dejado atrás varias casas, el grupo venía de vuelta.
¿Tanto había durado ese infierno?
Me acerqué a ellos y lo primero que hicieron fue decirme que estuvieron mucho tiempo esperándome, pero que nunca llegué. No quise contarles a todos de inmediato lo que había sucedido. Intenté hablar primero con Daniel. Aquello había sucedido en su casa y el involucrado era alguien cercano a él.
—Daniel… —él estaba bromeando con el resto, se respiraba una atmósfera de complicidad de la que yo no formaba parte.
—Ya va, Gaby, dame un momento —me contestó sin dejarme hablar.
—Es que en serio necesito contarte algo.
No entendía por qué no me hacía caso si yo estaba temblando.
De repente, vi que Thomas salió de la casa. Me daba miedo tenerlo cerca aun sabiendo que no podía hacerme nada frente a todos, así que fui con Sabrina. Le dije que le tenía que contar algo. Pero me respondió que esperara.
Me sentía frustrada, pero… ¡mi prima!, ella tenía que escucharme.
Pero no, también me evadió.
Me pareció extraña la reacción de ellos. Era como si me estuviesen evadiendo con intención.
Estaba que reventaba con todo lo que sentía en ese momento. Entonces llegó mi papá a buscarnos a mi prima y a mí. Todos me despidieron. Me fui con esa sensación de frustración, aunque a la vez aliviada por alejarme de ahí.
Llegamos a mi casa a la 1:00 de la madrugada. Yo no quería hacer otra cosa más que llorar; me sentía mal, me daba asco pensar en lo que había sucedido.
Me desahogué en silencio durante un largo rato, diciéndome a mí misma que me sentiría mejor en la mañana.
Al despertar había apaciguado un poco mis emociones.
Mi prima se presentó de repente en el cuarto. La noté preocupada.
—¿Pasó algo?
—Los muchachos están molestos contigo —dijo mi prima, quien también parecía confundida. Se refería a Daniel y a su hermano.
—¿Cómo?, ¿y por qué…? —no tenía sentido. ¿Qué había hecho para que eso pasara?
—Daniel dijo que su mamá los vio, a ti y a Thomas, salir del baño. Ella estaba en su cuarto descansando, y los vio salir uno detrás del otro.
Mi prima había sabido todo por un mensaje de WhatsApp que le envió el mismo Daniel la madrugada anterior, cuando ya estábamos de regreso en mi casa.
—No puede ser.
Tomé una bocanada de aire, intentando calmarme.
—Sí, eso dijo. Gaby… ¿Tú tiraste con Thomas en el baño? —preguntó Laura arqueando una ceja.
—¡No! Eso no fue lo que pasó … —tenía un nudo en la garganta. Le conté a Laura, con detalles, lo sucedido, sin olvidarme de mencionar que me dolió mucho el hecho de que nadie notara que me pasaba algo y que estaba muy asustada.
—Entiendo, pero él no cree eso. Dice que está arrecho contigo porque te metiste con Thomas en su casa, y que era su cumpleaños…
—¡Pero es que no fue así! —los ojos se me aguaron. ¿Cómo era posible que Daniel me creyera capaz de romper la promesa que le hice por su cumpleaños e irrespetar su casa con alguien que no conocía?
Pero eso no fue lo peor.
—Por cierto, todos estaban hablando de ti cuando estábamos en el parque. Dijeron que eras una regalada, porque todos creyeron que estabas con Thomas; que tú te desatabas cuando bebías, que creías que te las sabías todas más una… —Y enumeró una larga lista de cosas que se dijeron en mi ausencia; cada una era como una puñalada.
¿Cómo alguien que decía ser tu amigo podía hablar así de ti a tus espaldas? Y para colmo, todos me culpaban cuando yo era quien la había pasado horrible; no era justo. Siete personas que apreciabas dándote la espalda. No era fácil de asimilar.
El tiempo pasó y yo comencé a sanar, pero ya nada era lo mismo. Daniel se disculpó conmigo, también los demás, a pesar de que nunca les reclamé por haber actuado como lo hicieron. Dijeron que querían reunirse conmigo. Así, como si nada. No acepté.
Tan solo dejé que el tiempo hiciera su parte, callando lo que sentía. Después de todo, como en aquella noche de febrero, el silencio fue la única opción que ellos me dieron. Y quizá es por eso que ahora me decidí a compartir mi historia.
Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.