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Todos vivimos este infierno

Samir Aponte | 3 ago 2019 |
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En las calles de Puerto La Cruz, ciudad que fuese conocida por sus playas, sus centros nocturnos y por el Paseo de La Cruz y el Mar, el fotógrafo Samir Aponte encontró una comunidad de personas que viven en situación de calle, y compartió con ellas para conocer sobre sus vidas y saber cómo llegaron allí, en una nueva entrega de la serie Fuera del censo de Dios.

Fotografías: Samir Aponte

 

Puerto La Cruz es una ciudad turística conocida por muchos venezolanos por sus playas, centros nocturnos, gastronomía, deportes y el Paseo de La Cruz y el Mar (Paseo Colón). La ciudad cuenta con varios puertos de transporte marítimo desde los cuales pueden ser alcanzados muchos destinos de interés turístico y comercial. También cuenta con un puerto petrolero para la exportación del crudo, ubicado en el sector de Guaraguao, el cual es procesado en la refinería de la ciudad.

Pero durante los últimos años la ciudad se ha convertido en un caos. La crisis social y económica del país ha llevado a que personas (algunas, incluso, adolescentes) en situación de calle deambulen por toda la ciudad hurgando en la basura, mendigando y durmiendo en las calles.

Este es el caso de Deyanira García. Tiene 34 años de edad. Y aunque lo dice, nadie le cree: aparenta unos 50. Ella pernocta en la Avenida Municipal de Puerto La Cruz, frente a la sede del diario El Tiempo.

Me contó, sentada en una acera, que desde los 17 años está en las calles. Su piel morena, marcada por la mugre y por cicatrices, es la prueba de una vida llena de dolor y drogas.

Deyanira dice que en las calles encontró a su familia, refiriéndose a Luis, Eduardo, El huesito, Danielito y Yonder, quienes la acompañan para todos lados, debido a los peligros que tienen que enfrentar en la ciudad. Es su modo de vida.

“Uno tiene que dormir en el día, porque si lo hacemos de noche la gente maliciosa te puede hacer daño. Vivimos en el infierno y ya queremos salir de esto”, me cuenta Deyanira.

Luis Párica, un miembro de su “familia”, tiene 25 años. Dice que a pesar de todos los peligros que ha enfrentado desde que se fue de su casa, a los 8 años, la calle se ha convertido en su hogar.

“¡Claro, siempre moviéndonos de sitio! No podemos permanecer mucho tiempo en un solo espacio. Si no es la policía que nos corre, son los maliciosos”, me comenta.

En la calle conoció a la que algún día fue su pareja. “Con ella tuve una hija. Ahorita tiene 4 años y me gustaría criarla, pero la familia de mi pareja se la llevó para cuidarla y mantenerla. Sus padres no permitieron que yo las viera más. Yo tengo que guerrear solo con la cara baja. Yo sé que no podré ver a mi hija ni a su mamá por la condición en la que vivo”.

Eduardo Pérez, de 30 años, es muy callado. Solo observa, se ríe y pregunta que por qué las fotos. “¿Qué vas a hacer con ellas?”. Y analiza cada paso que doy. Pérez, con su aspecto misterioso, lo único que dijo fue que estar en las calles es tremendo.

 

Después de casi cuatro meses sin verlos, nos volvimos a encontrar, pero esta vez en un terreno en lo que alguna vez iba a ser el mercado municipal de Puerto La Cruz. En esta oportunidad estaban en otras condiciones y tenían mejor semblante.

García se había reencontrado con su hija, que vive en un barrio que se llama Las Charas, ubicado en la parte alta de Puerto La Cruz. Pero ese encuentro solo duró días, porque después él se volvió a ir con su otra familia, la que hizo en las calles del municipio Sotillo.

«Lo mío es la calle», dice.

Ese día se estaba encontrando con varios de sus compañeros del ruedo. Sus “costillas de guerra”. Algunos lavaban su ropa, otros estaban por allá y unos más mostraban interés en unirse a la conversación que Deyanira sostenía conmigo.

Es el caso de El huesito (nativo de Ciudad Bolívar), llamado así porque no quiso revelar su nombre real, y de Danielito (de San Diego, zona rural del estado Anzoátegui). Ellos cuentan que vivir en las calles es sumamente fuerte. Se pasa mucho trabajo pero se aprende a vivir en ellas.

“Aguantamos palos y golpes de los policías”.

“La calle es dura. Uno aprende lo malo y lo bueno. No todo el tiempo hacemos el mal, nosotros somos grandes y podemos resolver para sobrevivir, pero nuestros hermanos pequeños, ¿cómo hacen? Se mueren de hambre”, afirma El huesito.

 

Al amanecer todos salen al mercado municipal de Puerto La Cruz, y allá ayudan a los dueños de los locales como carretilleros, o limpiando los puestos de verduras. Y a eso de las 10:00 de la mañana regresan con algunos recortes y frutas para desayunar.

“Nosotros estamos en la calle, pero lo único que queremos es que nos ayuden con trabajo”, me dijo Yonder Guerra, un joven discapacitado que, a pesar de su condición, hace todo lo posible por ser útil. A Guerra, de 28 años, le amputaron una pierna cuando tenía 15, debido a una trombosis que hizo que a su pierna se le complicara la circulación, y como estaba en situación de calle no pudieron salvársela. En la otra pierna tiene una prótesis. Lo arrollaron una madrugada cruzando la avenida municipal de Puerto La Cruz y también se la amputaron.

Yonder contó, con tristeza, que él tenía su pareja y que ella estaba bien con él. “Hacíamos todas las cosas juntos, nos ayudábamos mutuamente, éramos unos guerreros. Nos defendíamos bien en la calle, hasta que ella salió embarazada”. Luego de que a él le amputaran la otra pierna, ella se consiguió a otro hombre.

“Ya no le servía como hombre ni como pareja, ya no le servía para nada”.

“Tengo una hija que solo conozco por fotos. Nunca me dejó conocerla. Por eso, personalmente quiero demostrarle a la sociedad que, con trabajo y apoyo, puedo lograr el respeto que todos merecemos. Pero en estas condiciones en las que estoy no puedo. Cada día más hundido en las calles, sin un hogar digno. Por eso nos llaman “los sin techos”. Todos vivimos este infierno y todos tenemos una historia que contar de las calles en las que nos encontramos.

Otras entregas:

La llevo en un solo pie

Quieren que vuelva con ellos a Barranquilla

 


Esta historia fue producida dentro del programa La vida de nos Itinerante, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para periodistas, activistas de Derechos Humanos y fotógrafos de 16 estados de Venezuela.

Samir Aponte

Caraqueño de nacimiento y oriental de corazón. Soy técnico superior universitario en diseño gráfico. Actualmente trabajo como reportero gráfico del diario El Tiempo y como creativo visual de la Organización Marinos de Anzoátegui.
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