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Un balón ovalado le dio la libertad

Johanna Osorio Herrera | 17 mar 2018 |
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En 2010, Israel Armas Toro, quien apenas dejaba la adolescencia, fue apresado por un robo agravado que él asegura no haber cometido. Su transitar por tres cárceles venezolanas cambió su aspecto y su actitud. El rugby penitenciario, del Proyecto Alcatraz, lo despertó de esa pesadilla.

Fotografías: Cristian Hernández

 

Cuando ve el campo de rugby, Israel se inquieta. Faltan minutos para que su equipo debute en el torneo, y él no aguanta más. Se exalta con cada movimiento de los equipos que compiten, sigue a los jugadores con la mirada, analiza el partido. Su silla se alza con cada movimiento. Israel es jugador de rugby penitenciario desde hace casi un año, pero siempre se siente como el primer día, cuando “El Chino”, entrenador del Proyecto Alcatraz, lo invitó a jugar con ese particular balón ovalado.

No conocía el rugby. No entendía sus reglas. Pero era rápido y necesitaban a un hombre con esta cualidad para uno de los puestos laterales. Una inducción rápida y ya estaba listo para jugar. O al menos eso pensaron él y el entrenador. En su primer partido, Israel corría, recibió el balón y, antes de siquiera percibirlo, un rival vino hasta él de manera intimidante. Fue derribado. Ese día, supo lo que era un tackle.

El dolor provocado por aquel recibimiento lo dejó un mes fuera de acción. Pero la emoción que había sentido se quedó con él y, al curarse, regresó.

Los entrenamientos eran exigentes. Los lunes y miércoles de 1:00 pm a 4:00 pm, y los viernes con los entrenadores de Alcatraz, que visitaban el penal desde las 10:00 de la mañana hasta el mediodía. Pocos creían en aquel muchacho. Después de siete años preso, había cambiado tanto su actitud, que incluso su padre, por ratos, no reconocía a su hijo en aquel rostro con cicatrices. Pero Israel, que ya había pasado por tres penales distintos: Tocorón, la Penitenciaría General de Venezuela y 26 de Julio, ahora tenía tiempo de pensar más.

La penitenciaría 26 de Julio, en San Juan de los Morros, es de régimen cerrado. En este tipo de cárceles, funcionarios custodian cada patio, para garantizar el orden; además, según las directrices del Ministerio de Asuntos Penitenciarios en 2011 (año en que se estableció este régimen en Venezuela), los reos deben levantarse a las 5:00 de la mañana, asearse, cantar el Himno Nacional y hacer 45 minutos de orden cerrado. La disciplina impuesta en estos penales otorga más ratos de soledad que las cárceles abiertas, donde la Guardia Nacional solo custodia la entrada del centro y requisa a los visitantes. En esas horas a solas, Israel pensaba. ¿Qué era eso que sentía cuando jugaba? ¿Qué tenían esas horas de prácticas que le cambiaban tanto el humor? ¿Por qué sus rivales del penal ya no le parecían hostiles mientras jugaban? Se sentía bien, muy bien, y el deporte era bueno para la salud —se decía. Desde la adolescencia no se había sentido tan enérgico.

 

Israel tenía 18 años cuando fue apresado. En casa cocinaban el almuerzo y lo mandaron a comprar carmencita y un cubito de sopa. El muchacho tomó prestada la moto de un amigo, y en shorts y sin papeles, salió al abasto.

—Esa moto es robada, chamo. Está reportada —dijo el policía que lo interceptó en una alcabala.

—Pero esa moto no es mía, vale.

—Nada, vente.

A Israel lo sentenciaron a 9 años de cárcel, por robo agravado.

 

Siete años después todo comenzó a formar parte de un pasado lejano. El día que lo detuvieron a unas cuadras de su casa, el día que llegó a Tocorón —en el mismo estado Aragua—, esa tarde en la que tuvo que cambiar “la cara e′ bobo para ganarse el respeto de los otros reclusos”… Este Israel jugador de rugby vio más fuerza en la unión que en la individualidad, y dejó de ser aquel reo conflictivo que buscaba refugiarse en la agresividad para protegerse, como a sus 18 años.

Su papá también notó el cambio. Hablaba distinto, se expresaba distinto y quería “portarse bien para salir libre”.

Rubén, el padrastro de Israel, quien lo crió junto a su madre desde que era un niño, no olvida el día que aquel balón ovalado le dio la libertad a su muchacho. Después de varios meses formando parte del Proyecto Alcatraz, no había quien no notara el cambio de actitud del joven.

El programa nació en 2003, como una iniciativa de Hacienda Santa Teresa para reinsertar laboral y socialmente a jóvenes miembros de bandas delictivas del sector El Consejo, estado Aragua. Tras 15 años, ha logrado desmovilizar a nueve grupos de jóvenes que han decidido dejar la delincuencia.

El Rugby Penitenciario inició en 2013, cuando un ex participante del Proyecto Alcatraz, que fue detenido luego de desertar del programa, pidió que le dieran un balón para entrenar en la cárcel junto a otros reclusos. Hoy, casi 300 reos de ocho recintos penitenciarios descubren —o redescubren— valores como el respeto y la amistad a través de la práctica de este deporte.

Para muchos, Israel era un ejemplo claro. Luis Moya, gerente de operaciones del programa de la Hacienda Santa Teresa, pensó lo mismo. Tras la petición del padre, Moya redactó una carta donde constaba que desde abril de 2017 Israel jugaba rugby y era un deportista con buen comportamiento. Rubén le llevó la carta a la jueza encargada del caso de su hijo. Y ese día ocurrió.

La jueza decidió que cumpliría los dos años que le quedaban de pena en confinamiento, en San Sebastián de los Reyes, estado Aragua. Nadie celebró más esa decisión que la madre, que no le echaba la bendición desde aquel día que salió por un cubito al abasto. Ahora, Israel podía ser libre, mientras se mantuviese en el territorio que le asignaron.

Era 13 de octubre de 2017. Estaban practicando para el torneo de rugby penitenciario, donde Boanerges —que significa “hijos del trueno”— debutaría en la competencia. Cuando llegó la noticia de su libertad, a Israel lo alzaron en hombros. ¡Era libre! Durante unos minutos, la cárcel dejó de ser cárcel, y se transformó en la fiesta por la liberación del lateral del equipo, del muchacho rápido, de su amigo.

Pero, si ya no estaba preso, no podría jugar con ellos. ¿Cómo podría dejar solos a sus hermanos? Habían entrenado tan fuerte… Su papá era testigo, y ahora cómplice: fue él quien consiguió que Israel disputara el torneo previsto para el 1ro. de diciembre.

 

Esa mañana, un radiante sol engalanaba un limpio y azul cielo. Ochos cárceles se enfrentarían en el torneo de eliminación directa, y las familias enteras de muchos reclusos habían viajado hasta El Consejo para ver a sus deportistas. Ese campo no era el penal.

Los autobuses llegaron, cargados de hombres vestidos de amarillo y azul, con las muñecas esposadas. El protocolo del Proyecto Alcatraz dicta que deben estacionarse detrás del campo, lejos de los ojos expectantes de sus seres queridos. La razón es el más hermoso gesto que muchos de ellos han percibido en años. Antes de entrar al campo deben hacer una parada en los cambiadores, quitarse las esposas, sacarse el uniforme de la cárcel y vestirse de lo que son, al menos en la hacienda: jugadores de rugby.

Un portal invisible yace en la entrada del engramado. Al cruzarlo, los jugadores y sus custodios de verde oliva se transforman en protagonistas y público. Unos juegan, mientras los otros observan. Unos calculan su estrategia de juego, mientras los otros apuestan en voz baja cuál será el equipo ganador.

La camaradería se apropia de los toldos blancos ubicados en los laterales, donde los deportistas saludan a quienes vinieron a verlos jugar. Muchos, incluso, sonríen coquetos ante la presencia femenina. No hay irrespeto, tampoco barreras.

—Me fui de la prisión, pero el rugby y mis amigos se quedaron conmigo. Ahorita me van a prestar una franela, con el número 9. ¡Ya me vas a ver! Aquí hay equipos que juegan mejor que nosotros, que tienen más experiencia, pero nosotros nos disfrutamos los partidos y le ponemos corazón. ¿Ves esta vista? Familia, hijos, hermanos, tíos, todos vienen a vernos jugar rugby en esta hacienda. La cárcel te aísla. No dejan que te visiten ni tu mamá, ni tías, ninguna mujer. Y solo puedes hacer llamadas de 5 minutos cada 15 días. Tú estás ahí, hablando rapidito, y te trancan el teléfono porque se acabó el tiempo. En la cárcel la vida no es fácil. Uno a los chamos tiene que enseñarles qué se puede hacer y qué no, con quién juntarse y con quién no, para que no pasen por esto. Pero ya la cárcel forma parte de mi pasado. Soy otro Israel, y quiero prepararme para ser entrenador de rugby. Quiero hacer con otros lo que el Proyecto Alcatraz hizo por mí. El rugby me dio la libertad. Y la libertad es hermosa.

Johanna Osorio Herrera

Jugaba a ser reportera desde que aprendí a leer. Luego, coqueteé en mi imaginación con cinco profesiones más. Pero la vida me quería periodista. Lo supe a los 12 años. Nací el día que empecé a cubrir deporte menor y las comunidades me enamoraron. Ahora aprendo a contar sus historias.
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