Desde FundaRedes, la organización civil que formó siendo muy joven, Javier Tarazona ha documentado y denunciado la presencia de grupos armados irregulares en la frontera venezolana. En 2020, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos dictó medidas de protección a su favor, al considerar que él y su familia estaban en riesgo. El 2 de julio de 2021, cuando intentó denunciar persecución y acoso policial, lo detuvieron en Coro, estado Falcón, junto a su hermano, Rafael Tarazona y a Omar de Dios García, también activistas de FundaRedes.
FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR
Doña Teresa de Jesús Sánchez tenía el presentimiento de que el viaje que sus hijos estaban por comenzar sería no solo largo y agotador sino también peligroso. En 8 días recorrerían unos 2 mil kilómetros, del occidente al centro-norte de Venezuela, ida y vuelta. De San Cristóbal a Caracas, de Caracas a Coro, de Coro a Maracaibo, de Maracaibo a San Cristóbal.
El mayor, Javier Tarazona, educador de 38 años, con la agenda repleta de compromisos en esas ciudades, no se podía permitir un itinerario más holgado. De todas formas él ya estaba acostumbrado al ajetreo. Y quizá también al peligro. Desde FundaRedes, la organización social que fundó dos décadas atrás, llevaba años documentando la actuación de grupos armados irregulares en las fronteras venezolanas, sin importar el riesgo al que se exponía.
A veces, veía que por su casa andaban rondando vehículos del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin). Daban vueltas alrededor y luego se iban. Nunca se acercaron demasiado, pero Javier sentía que lo estaban espiando. Hasta que hace un tiempo, la madrugada del 29 de marzo de 2020, se despertó sobresaltado al oír la alarma de seguridad de un carro. Se levantó de la cama para ver si era la del suyo. Cuando se asomó al balcón, supo que el ruido venía de un auto con vidrios ahumados que parecía ser de algún organismo de seguridad del Estado. A la mañana siguiente, un vecino nervioso le tocó la puerta para señalarle un grafiti que le habían dejado en la fachada. Decía: “La Furia Bolivariana (La FB) XXXX”.
A Javier no le sorprendió del todo. En el pasado, a otros activistas del país les habían dejado sus viviendas marcadas con ese mismo mensaje. Además, poco antes de aquella madrugada, en una declaración vehemente, Nicolás Maduro había dicho: «Cuando la justicia les llega, salen a llorar por las redes sociales. La justicia les llegará a todos. Operación tun tun a todos los terroristas, conspiradores y complotados; hasta a ti que me ves te va a llegar y no te pongas a llorar por las redes sociales».
Pero a Javier nada lo amilanaba.
Un año después, en marzo de 2021, estalló en Apure —estado llanero vecino a Colombia— un conflicto entre militares de la Fuerza Armada Nacional y disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP). Javier siguió muy de cerca las incidencias del fuego cruzado y denunció, insistentemente, que a los ciudadanos se les estaban violando sus derechos humanos. Según informó Colombia a las Naciones Unidas, la situación produjo más de 5 mil desplazados. Luego de recoger testimonios de familiares de funcionarios que acudieron a FundaRedes en busca de la ayuda que no encontraban en instituciones del Estado, Javier levantó y publicó una lista de militares venezolanos desaparecidos.
Pero en su programa televisivo Con el mazo dando, Diosdado Cabello, primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, negó la presencia de guerrillas colombianas en el país, y amenazó a la organización: “Los vamos a combatir donde estén, se llame FundaRedes, se llame como se llame”, sentenció.
Javier tenía demasiada información: datos sobre el narcotráfico en la frontera; detalles sobre cómo los grupos irregulares operan bajo el aparente conocimiento de las autoridades venezolanas. Tanto sabía Javier que, antes del conflicto en Apure, en 2020, ya la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le había otorgado medidas cautelares de protección por considerar que él y su familia podían estar en riesgo: el Estado debía protegerlo.
Aun así, nunca dejaron de llegarle amenazas, a las que él seguía sin prestarle mayor atención.
Por esos días previos al viaje que duraría una semana, su hermano, Rafael Tarazona, un ingeniero de 36 años, estaba de visita en la casa materna, en San Cristóbal, estado Táchira, en Los Andes venezolanos. Como tenía unos pendientes que resolver en Caracas, donde llevaba años viviendo, se ofreció a acompañar a Javier en ese largo recorrido y, ya que conocía las carreteras, manejar para que él descansara cuanto pudiera durante el camino.
La mañana del domingo 27 de junio de 2021, mientras terminaban de arreglar sus maletas, doña Teresa, de 68 años, con esa melodiosa cadencia de su voz que suena a ruego, les imploró que se cuidaran. Les recordó que en el mundo hay mucha gente mala. Y cuando los acompañó a la puerta para despedirlos, los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Los espero de vuelta —les dijo.
—Pero, vieja, ¿por qué llora? En una semana estaremos aquí, quédese tranquila —le respondió Javier.
—Tranquila, vieja. Yo le traigo a su hijo a la puerta de su casa —intervino Rafael.
La madre les dio un abrazo, un beso y les echó la bendición.
Apenas cruzaron el vano de la puerta, ella se dirigió a su pequeño altar, encendió una vela y empezó un rezo largo.
Tan largo que todavía no concluye.
Dios te salve, María; llena eres de gracia. El Señor es contigo…
Javier y Rafael crecieron rezando el rosario. Iban a misa. Oraban antes de cada comida y antes de dormir. Se aprendieron el catecismo e hicieron la primera comunión. Estudiaron en colegios católicos, donde reforzaron la fe que desde muy niños les inculcaron sus padres, doña Teresa de Jesús Sánchez y don José Edmundo Tarazona. Al llegar a la adolescencia, no dejaron de acercarse a la iglesia. Participaban en grupos parroquiales, cantaban en el coro, animaban las misas de aguinaldo en diciembre y de tanto en tanto se iban de misiones.
Javier se incorporó al Movimiento Juvenil Mercedario (MJM), perteneciente a la Merced, una orden religiosa con más de 800 años de existencia. Cuenta la historia que hacia 1218, en Barcelona, España, la Virgen se le apareció a un exitoso comerciante laico llamado Pedro Nolasco, pidiéndole que liberara a los cristianos cautivos. Nolasco fundó esta congregación para trabajar en la tarea que le encomendó la Virgen de la Merced, que desde entonces es considerada “la madre de todos los cautivos”.
Javier se hizo devoto de esta advocación mariana. Con el MJM fue decenas de veces a la cárcel. Visitaban prisioneros en distintas partes del país, y les llevaban agua, comida, jabón, pasta de diente, oraciones, abrazos, canciones.
En el ínterin, el joven Javier comenzó a entender en qué consistían los derechos humanos, el amor al prójimo, la desigualdad, la justicia y la importancia de la educación. Se fue convirtiendo en un muchacho sensible, muy despierto, inquieto, con grandes habilidades para liderar grupos: siempre tenía ganas de “hacer algo por los demás”.
Cuando estaba en 4to año de bachillerato, gracias a que su padre tenía contactos en Protección Civil, organizó unos talleres de primeros auxilios para sus compañeros de clase. Esos talleres dieron origen a otros. Animado, Javier daba charlas sobre variados temas —VIH, métodos anticonceptivos, liderazgo— ya no solo en su liceo, sino también en otros planteles de San Cristóbal. Además, inventaba actividades recreativas, de esparcimiento. Predicaba algo de lo que ya estaba convencido: había que contribuir lo más posible con el desarrollo de los jóvenes para el progreso social. Y para ello, en 1999, a sus 17 años, registró la Fundación de Brigadas de Seguridad del Táchira (Fundabriseta).
Las experiencias le iban ratificando que la educación era clave para transformar el mundo. Al graduarse de bachiller, decidió estudiar esa carrera en la Universidad Pedagógica Nacional Experimental Libertador (UPEL). Allí se hizo dirigente estudiantil y, desde Fundabriseta, se dedicó a tejer y a consolidar una red de activistas en Táchira y otros estados. Su hermano Rafael, dos años menor, lo ayudaba cada vez que podía, ya que entonces estaba muy ocupado estudiando ingeniería electrónica en otra universidad, donde también era dirigente estudiantil.
Javier se graduó. Comenzó a dar clases. Estudió una maestría y un doctorado. Se hizo presidente del Colegio de Profesores de Venezuela. Se enamoró de Kenny Molina, educadora como él, con quien se casó. Todo sin dejar de impulsar a Fundabriseta, que en el camino amplió sus propósitos y pasó a llamarse FundaRedes, “con el objetivo de hilvanar y fortalecer el tejido social, a través de la participación ciudadana, el activismo y la promoción y defensa de los derechos humanos, la libertad y la democracia”.
Era eso que Javier convirtió en su misión lo que tan ocupado lo tenía cuando salió rumbo a un viaje que su mamá sospechaba que sería tan largo y agotador como peligroso.
…Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús…
Dicen que las madres saben; dicen que el instinto materno es una fuente poderosa capaz de advertir infortunios futuros. La noche de aquel 27 de junio, Rafael y Javier llamaron a doña Teresa para avisarle que habían llegado a Caracas. Ella les dijo que estaba rezando el rosario, cosa que continuó haciendo, casi sin cesar, los días siguientes.
El 30 de junio, Javier Tarazona acudió a la Fiscalía General de la República, en el centro de Caracas, a solicitar que el Estado investigara la relación entre Ramón Rodríguez Chacín —militar, ex gobernador del estado Guárico y ministro de interior durante el gobierno de Hugo Chávez— y su esposa, Carola de Chacín, con cabecillas del comando central del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Como prueba, mostró una fotografía en la que aparecían reunidos. “Que se explique a la opinión pública la participación de ellos en casas de resguardo, por ejemplo, en Barinas, la quinta El Vendaval, en el hato Guayabal” , precisó Javier ante periodistas de distintos medios. También denunció la participación del alcalde del municipio Páez del estado Apure, José María Romero, en operaciones de la guerrilla en Venezuela.
El espinoso tema del narcotráfico, al que tanta atención le prestaba, había aterrizado en FundaRedes entre 2004 y 2005.
Javier, al frente del Colegio de Profesores de Venezuela, escuchaba muchos cuentos. Colegas de zonas rurales en la frontera colombo-venezolana le contaban que por las escuelas merodeaban guerrilleros colombianos. Que les regalaban a los niños libros, cuadernos, balones, chucherías: cosas para ganarse su simpatía. Que a veces, estos hombres se acercaban a los docentes para sugerirles qué clases impartir; y para decirles que ellos no eran malos y que solo querían luchar por la revolución.
Llevado por la indignación que le producían tales relatos, Javier comenzó a documentar y a denunciar la presencia de estos grupos armados. Sus denuncias eran imanes que atraían otras: cada vez lo contactaban más profesores de pueblos recónditos para decirle que lo que él denunciaba también ocurría en sus colegios. Y le escribían personas que habían huído de sus casas por miedo. Y lo abordaban miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, quienes —“usted sabe, con discreción”— le confiaban datos: coordenadas de pistas aéreas clandestinas usadas para el narcotráfico; ubicación de sembradíos de cocaína en los que trabajaban niños de escuelas rurales; nombres de personas cercanas al Estado involucradas en esa dinámica.
Para ordenar y visibilizar tanta información, FundaRedes comenzó a presentar boletines mensuales en los que mostraban investigaciones y reiteraban un llamado de atención: el Estado venezolano y altos funcionarios del gobierno eran complacientes y permisivos con la situación en la frontera. Javier quería que las instituciones investigaran lo que estaba ocurriendo. Y fue lo que formalmente pidió aquel 30 de junio en la Fiscalía, en Caracas, antes de salir al siguiente punto de su viaje: Coro, estado Falcón, en el noroccidente venezolano.
…Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
El 1ro de julio doña Teresa estaba terminando un rosario cuando sus hijos volvieron a llamarla y le contaron que ya estaban en Coro dando unos talleres de derechos humanos.
En medio de esa actividad, colaboradores de la organización se percataron de que unos hombres armados estaban dando vueltas por la zona. Incluso se pararon en la puerta del edificio en el que impartían la clase. Unos vestían uniformes de la Policía de Falcón (Polifalcón), otros del Sebin, y otros iban de civil. Alguien les dijo que, al parecer, estaban buscando a Javier. Junto a Omar de Dios García, otro miembro de la fundación, Javier y Rafael se montaron en el carro y comenzaron a rodar por la ciudad, tratando de resguardarse.
Entre vueltas y vueltas, pasaron las horas. Llegó la noche y siguieron dando vueltas sin rumbo fijo. Durmieron donde se sintieron un poco más seguros, y al amanecer hicieron lo que pensaron que los mantendría a salvo: fueron a la Fiscalía de Coro a denunciar que estaban siendo víctimas de acoso y persecución policial.
Javier entró con Omar de Dios y Rafael se quedó en el carro. Al cabo de un rato, se sintió ansioso porque no salían. Hasta que de pronto los vio: los estaban sacando esposados. Rafael, nervioso, tomó una foto de la escena, le avisó a la familia por mensaje de texto y comenzó a rodar en la camioneta, porque entendió que a él también lo iban a detener.
Una patrulla policial lo persiguió. Entonces pensó que lo más sensato era orillarse y detener el vehículo. Cuando lo hizo, en efecto, lo detuvieron. Lo llevaron a la sede del Sebin de Coro, donde ya tenían a Javier y a Omar de Dios.
Como los custodiaban, no podían hablar mucho. Los trasladaron a Caracas en una avioneta y al día siguiente, el sábado 3 de julio, el Tribunal Tercero de Control de la Circunscripción Penal del Área Metropolitana de Caracas les imputó los delitos de terrorismo, promoción e instigación al odio y traición a la patria, y ordenó que permanecieran en la cárcel de La Planta, en Caracas.
—Nosotros somos fuertes, pero mi mamá no se merece pasar por esto —se decían los hermanos.
En esas horas, Rafael no dejaba de pensar en lo que apenas unos días antes le había dicho a su madre antes de salir de San Cristóbal:
“Vieja, yo le traigo a su hijo de vuelta a casa”.
A doña Teresa la sacaron de su casa.
Habían pasado dos semanas desde que a sus hijos los habían puesto presos. Ya estaba suficientemente alterada y confundida con la situación cuando el 14 de julio, sin una orden de allanamiento, el Sebin entró a su vivienda buscando pruebas que incriminaran a Rafael y a Javier en hechos de terrorismo. A doña Teresa se la llevaron a una oficina policial, la interrogaron, y a las horas la devolvieron a su residencia.
La sala, la cocina, las habitaciones: todo parecía arrasado por un vendaval.
Se sintió sola. Pero sabía que no lo estaba. Ya la opinión pública se había pronunciado por el caso de sus hijos. Más de 300 organizaciones rechazaron la detención de los activistas. El magisterio y estudiantes de Javier protestaron pidiendo que los soltaran. La Alta Comisionada de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, calificó lo ocurrido como “preocupante” y dijo que era un ejemplo de las restricciones al espacio cívico en Venezuela. Amnistía Internacional consideró que Javier era un “preso de conciencia” y pidió la liberación de todos.
Sin embargo, el fiscal general, Tarek William Saab, desestimó las acusaciones de Javier. “Denunció sin presentar ninguna evidencia, salvo una foto sin fecha, que existe una relación directa entre el Estado venezolano y grupos irregulares colombianos como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. De igual manera, señala supuestas relaciones comerciales del Estado con estos grupos delictivos relacionadas a la explotación de oro, diamantes y coltán, pistas clandestinas y laboratorios de procesamiento de sustancias estupefacientes y psicotrópicas, afirmando además que el ELN tiene presencia en 21 entidades del país, sin presentar ningún documento que avale estas afirmaciones (…). De seguro este señor es un adicto a las narcoseries, a las narconovelas de Colombia, y transmuta lo que ha ocurrido en Colombia hacia nuestro país”, afirmó.
Ya tenían a quién rogarle. Como hicieron tantas veces durante la adolescencia, pero ahora detrás de los barrotes, Javier y Rafael volvieron a recurrir a la Virgen de la Merced, la patrona de los cautivos, para que los sacara con bien de ese hueco en el que ahora estaban: El Helicoide, la prisión a la que van a parar cientos de los presos políticos de la Venezuela de estos tiempos. Que han sido muchos. Según la organización Foro Penal Venezolano, durante los últimos 7 años, en el país fueron arrestadas unas 15 mil 769 personas por motivos políticos; 44 de ellas, como Rafael, Javier y Omar de Dios, durante 2021.
En El Helicoide pasaron días, semanas enteras, sin ver la luz del sol. Casi no les daban agua. A veces les servían comida podrida.
Comenzaron a presentar problemas estomacales y a perder demasiado peso.
Leían, leían mucho para sobrellevar el encierro.
Y rezaban.
Javier parecía el más preocupado de todos. Pensaba en su esposa, en su hijo, en su madre, en su gente de FundaRedes. A veces hasta se sentía un poco culpable.
Cada semana los visitaban los familiares de Omar de Dios, porque a los parientes de Javier y Rafael, en Táchira, les quedaba muy complicado ir con frecuencia. Así se fueron haciendo una misma familia: se daban apoyo; compartían los momentos de sosiego y cada trago amargo.
Casi cuatro meses después, el 25 de octubre, los custodios comenzaron a felicitar a Rafael y a Omar de Dios. Ellos no entendieron el porqué sino hasta que cerca de las 3:00 de la tarde les dieron una noticia que no los alegró del todo. Había una boleta de excarcelación para ellos. Pero no para Javier.
—Entonces volví a pensar, una vez más, en la promesa que le hice a mi mamá: le prometí que volvería con mi hermano, ¿cómo iba a regresar sin él? —recuerda ahora Rafael.
Pudo ir a San Cristóbal seis semanas después de salir de El Helicoide, porque cuando lo soltaron no tenía ningún documento de identidad, ni dinero; solo unas cuantas mudas de ropa que arregló como pudo en un bolso. Su madre lo recibió con lágrimas, la bendición, abrazos y comida caliente.
Allá estuvo apenas unos días. Pronto regresó a Caracas para ocuparse de todo lo que necesitara su hermano. Y todavía sigue muy pendiente de él, porque la salud de Javier se ha ido deteriorando. La defensa insiste en que al menos se le otorgue una medida de casa por cárcel, o que se le preste la atención médica adecuada, toda vez que él padece hiperinsulinismo, frecuencia y arritmia cardíaca elevadas, insuficiencia venosa grado II y hemorroides internas grado II.
—Aunque nosotros lo que en verdad queremos es que se le dé la libertad plena e inmediata a mi hermano, porque no hay pruebas de que lo incriminen en nada.
Frente a la Fiscalía, FundaRedes, otras organizaciones de la sociedad civil, y la familia han protestado con una consigna: “Las celdas no callan la verdad”. Y sobre todo, buscan alzar la voz ante lo que más les preocupa: “Por las patologías que tiene, Javier puede tener una muerte súbita”, insisten.
—Misericordia, yo pido misericordia —clama doña Teresa cuando la enfocan las cámaras de televisión y los periodistas le preguntan cómo está.
Pero nada ha ocurrido.
—Estoy dedicado a esto —dice Rafael— . Yo todavía me siento preso. Porque es que allá adentro tengo una vida; un corazón que late con mi misma sangre. Me dolió salir y dejarlo en ese lugar. Pero entendí que afuera yo podía hacer el trabajo de visibilizar su causa. Y contar nuestra historia. Porque eso nos da poder. Nosotros no somos ningunos criminales; menos mi hermano, que es un pedagogo, un maestro, un hombre de bien.
Kenny, cada vez que puede, viaja a Caracas a ver a su esposo. Y una vez al mes, Rafael busca a su madre para que también pueda compartir con su hijo tras las rejas. Aunque solo sean unas pocas horas.
—Ha sido muy fuerte. Cuando mi mamá lo visita es duro, duro. Porque madre es madre. Las madres sienten, padecen. Imagínate, feliz porque me tiene a mí afuera, pero triste porque él está allá adentro. Uno vive con angustia. Yo aprendí a vivir un día a la vez. No sé qué va a pasar mañana. He tocado la puerta en empresas para trabajar, pero ahora tengo el lastre de ser un preso político y muchos se niegan a darme una oportunidad.
El 9 de diciembre de 2021, y luego de 13 diferimientos, se llevó a cabo la audiencia preliminar del caso, en la que se acordó el pase a juicio de Omar de Dios, Rafael y Javier.
—Pase lo que pase yo sigo creyendo en Dios. Al que obra bien le va bien. Y para donde vaya estoy con Dios. Y mi hermano, para donde vaya, está con Dios. Yo sigo creyendo en lo que me tatué en la espalda hace mucho tiempo, antes de todo esto.
Se refiere a una frase en latín que dice: “Mi escudo y fuente de poder es Dios”.