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Un par de medias y un par de zapatos

Zandy Aliendres | 19 oct 2019 |
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Un día de enero de 2019, el comediante José Rafael Guzmán y Silvia Baquero, su ex compañera de trabajo, se echaron a andar la ruta que miles de venezolanos recorren a pie desde la frontera con Colombia hasta las principales ciudades de los países del sur del continente. Lo hicieron para acompañarlos y con la intención de documentar lo que ocurre en esas peligrosas vías. Esta es la historia de esa travesía.

Fotografías: Cortesía José Rafael Guzmán / Silly Baquero

 

En la casa del comediante venezolano José Rafael Guzmán, en Ciudad de México, hay dos trofeos. No son esculturas de oro ni de lata, sino un par de medias y un par de zapatos gastados. Es probable que algunos piensen que el hecho de que él atesore esos objetos es un chiste. Otro chiste. Uno más de los tantos que hace. Pero los seguidores de José Rafael saben que no es así: esas medias y esos zapatos significan un hito en su carrera. 

Todo comenzó un día de diciembre de 2018. José Rafael estaba en Miami conversando con Alaín Gómez, el líder de la banda venezolana de pop y música electrónica Famasloop. En algún momento, la charla entre ellos gravitó sobre el tema de la migración: cientos, miles, millones de venezolanos abandonaban su país tratando de ponerse a salvo de una crisis cada vez más vertiginosa. Y muchos —los más desfavorecidos, los que no tienen cómo pagar un pasaje en bus o en avión— lo hacían a pie. Los llamaban “los caminantes”: salían desde la frontera con Colombia y se echaban a andar a orillas de las carreteras que conducen a países del sur del continente. Sobre ellos estaban conversando cuando a Alaín se le ocurrió: 

—¿Por qué no haces con ellos el recorrido y narras, en primera persona y con videos, lo que ocurre en esas rutas? —le preguntó—. ¡Solo tú puedes hacer esta vaina! 

A José Rafael la idea le sonó atractiva. De inmediato se planteó hacerlo. No quería darle muchas vueltas al plan para no arrepentirse. Decidió ir hasta Lima. José Rafael sabía que no tenía las condiciones físicas para caminar tanto, pero no quería que eso fuera un impedimento. “Los que lo hacen tampoco están en forma y si ellos se atreven, yo, con mis 37 años bien vividos, tengo que poder”, se dijo a sí mismo. 

Comenzó a planificarlo. Supo que en esos caminos el frío mata, y el cansancio mata, y los camiones que circulan a toda velocidad también matan. Sintió miedo de morir, pero le temía más a no contar esa historia. Además, la idea de Alaín llegó justo cuando José Rafael estaba buscando un nuevo plan para su web show “Comida, Calle y Comedia”, una serie documental que arrancó en México con una temporada extrema: el comediante se atrevió a vivir durante cinco días en la calle como un indigente. Con un iPhone, grabó cuando llegó la lluvia, cuando pagó un plato de comida con ropa y cómo terminó sin pantalones dentro de una iglesia católica. 

Algunos lo aplaudieron, otros lo condenaron y muchos callaron. 

Acompañar a los caminantes le pareció una gran idea para continuar con Comida, Calle y Comedia. 

José Rafael confiaba en las indicaciones que le dieron algunos conocidos, y en todo lo que aprendió sobre supervivencia a la intemperie en sus años como explorador y durante sus meses en las prácticas rurales cuando estudiaba odontología en la Universidad Central de Venezuela. 

En enero de 2019, emprendió el viaje. Se le sumó una amiga suya, Silvia Baquero, quien había sido su productora en la radio. Se unió porque sintió que documentar lo que ocurría con los caminantes era necesario: ese ángulo de la catástrofe venezolana no podía ser ignorado. 

Ambos ya eran parte de esos millones de venezolanos desperdigados por el mundoJosé Rafael se fue del país porque sintió que su carrera había sido truncada. Siendo guionista y reportero de Chataing TV, un programa de corte humorístico que Televén, la televisora que lo transmitía, decidió sacar del aire por presiones del gobierno. Eso ocurrió en 2014. Tres años después, la Comisión Nacional de Telecomunicaciones ordenó apagar los micrófonos de Calma Pueblo, el programa de radio de altísima audiencia juvenil que producía Silvia Baquero y que José Rafael conducía en la emisora La Mega

Tras esas experiencias, comprendieron que debían migrar al Internet para continuar con su trabajo. Y poco después, ambos decidieron que era mejor hacerlo desde otras fronteras. 

Silvia y José Rafael arrancaron solos con sus mochilas, bolsas de dormir y una maleta de mano. Salieron con la luz del día. Se untaron los pies con vaselina para evitar que se les lesionaran con la fricción. Se turnaban para hacer el registro audiovisual del recorrido. En algún punto, él comenzó a buscar un grupo de gente para hacer equipo en el camino. Se fijó en las caras de los viajeros. Vio personas de todas las edades, niños, mujeres embarazadas. Detalló en ellos ojos hundidos, pómulos sobresalientes, huesos expuestos, calzados desgastados e inapropiados para una travesía como esa. 

El cansancio comenzó unas pocas horas después. Pero no paraban de documentar cada segundo. 

Veían que a muchos caminantes les daban la cola y a ellos no. Cuando José Rafael sintió que se daría por vencido, comenzó a hacer chistes. Y fue después cuando un autobús les permitió subirse y llegaron hasta Chíchira, un sector ubicado en la vía colombiana que va de Cúcuta a Pamplona. Buscaron el refugio de la señora Martha Duque, una vecina del sector que se dedica a brindarles pan, avena, chocolate y café caliente a los caminantes. Allí conocieron a Geraldine, Igor, “La Virgencita” y Papelón, quienes viajaban juntos. Comenzaron a hablar con ellos, a intercambiar experiencias.  Y siguieron la ruta junto a ellos. Ya no estaban solos. José Rafael no quería ser una carga, sino parte del grupo.  Caminaba tratando de llevarles el paso, aunque más de una vez se detuvo para vomitar. 

Les prestó ayuda e incluso compartió las provisiones galletas de soda, latas de atún, manzanas y mantequilla de maní que llevaba en su pequeña maleta. 

Cerca encontraron el refugio del señor Douglas, con capacidad de atender a más de cien personas. Allí suelen prestarles colchones a los viajeros para que pasen la noche. Pero, aunque este centro contó con cierto apoyo del Consejo Noruego para Los Refugiados, estaba abarrotado y no podían recibir a más personas. De modo que a Geraldine, Papelón, «La Virgencita», Igor, Silvia y a José Rafael les tocó quedarse en la calle. 

La temperatura bajaba con el paso de las horas. José Rafael se puso al lado de Silvia y trató de reponer energías durmiendo un poco, pero siempre estuvo vigilante: cerraba los ojos y los abría a cada tanto para verificar que sus pertenencias estuvieran a salvo. Y que Silvia estuviera bien.

 

A la mañana siguiente, muy temprano, siguieron el camino rumbo al Páramo de Berlín, cuya cima está a más de 3 mil metros sobre el nivel del mar. Debían subirlo y luego bajarlo ese mismo día, antes de que cayera la noche. Aunque José Rafael estaba estropeado, no dejaba de grabar mientras caminaba. Tenía frío y hambre. Y no dejaba de recordar aquellas palabras de Alaín: “Tú puedes hacerlo, tú puedes hacerlo”. 

Siguió. 

En el camino Papelón marcó la estrategia, Silvia buscaba las rutas, José Rafael se encargaba de grabar. Y de echar chistes, para bajar la tensión. 

Papelón no tenía medias y José le regaló unas con estampado de chupeta “para cuando se le baje el azúcar”. Geraldine tenía ampollas en los pies, pero José Rafael, entre risas, resaltó lo coqueta que era. En la ruta los conoció más. Mientras hacían tiempo en una bomba de gasolina, supo que “La Virgencita” era Técnico Superior Universitario en Instrumentación quirúrgica, cuidados intermedios y terapia intensiva, pero que el sueldo no le daba para tener calidad de vida. Que Geraldine tuvo que dejar el país porque el oficio de manicurista ya no le aseguraba un mejor futuro. Supo que Igor era zapatero, pero que sabía hacer muchas cosas más. Y que Papelón, electricista, estaba dispuesto a trabajar de lo que fuera en Bogotá. En algún momento se percataron de quién era José Rafael: Igor recordó que lo había visto por Televén. 

Hacían recesos cortos. Recuperaban fuerzas y luego seguían caminando. Llegar a la cima del páramo de Berlín fue para ellos una pequeña victoria. Pero bajarlo se convirtió en un desafío. Sentían las piernas débiles; les temblaban como gelatina. Mientras lo hacían, comenzó a atardecer, lo cual era una señal de que había que apurar el paso. Según habían oído, de noche la vía era más peligrosa. José Rafael avistó una casa abandonada con una fuente de agua y propuso pernoctar allí. A Papelón no le pareció una buena idea. Estaba dispuesto a caminar. Caminar, caminar y caminar.

José Rafael se quejó y, en medio de un ataque iracundo dijo que se quedaría allí: que necesitaba parar porque de cualquier modo se les haría de noche en la carretera. 

Geraldine levantó las manos al cielo y alzó una plegaria: “Dios mío, mándanos una cola para que a este hombre se le salga el demonio de la rabia”, dijo.

 Y la oración fue escuchada: poco después pasó un camión, se detuvo y el conductor les ofreció llevarlos entre los ladrillos que transportaba. José Rafael lamentó no haber grabado el milagro. Solo alcanzó a registrar el camino. Llegaron a un refugio a las 8:00 de la noche, pero tampoco los recibieron: tenía su capacidad al límite. Entonces volvieron a dormir en la calle, bajo un techo que encontraron y que les permitió resguardarse de la lluvia.

Al amanecer, sin comer nada, siguieron. Tenían los labios quemados por el frío. Geraldine se quedaba atrás porque le dolía la rodilla. “Pa´lante”, le decían algunos cuando le pasaban por el lado. José Rafael comenzó a desear volver a casa: ya no quería dar un paso más. Aun así, siguió el camino a Bucaramanga, ubicada a unos 188 kilómetros de Cúcuta, la ciudad fronteriza más cercana a Venezuela, donde habían arrancado el trayecto.  

Allí llegaron a un terminal donde vendieron un blue jean nuevo que José Rafael traía en su maleta, una linterna y algunas herramientas de Igor para conseguir el dinero suficiente para pagar el traslado del grupo hacia Bogotá. Un chofer le ofreció llevarlos en el maletero, por menos dinero de lo que costaba el pasaje. Y aceptaron. 

—¿Esto abre desde afuera o desde adentro? —preguntó José Rafael. 

— Desde afuera.

Brother, no vayas a olvidar que estamos aquí. 

—Tranquilo.

 

Iban apretujados y callados. Nadie hablaba. Pasaron una, dos, cinco, diez horas. José Rafael grabó por segundos a sus compañeros alumbrando con una pequeña linterna en aquel espacio diminuto. Al bajar, le pidió perdón a Silvia por llevarla hasta allá. Pero ella le respondió que no debía perdonarle nada: ella estaba allí por su propia voluntad. 

Después de seis días de travesía, llegaron a Bogotá y experimentaron un bajón de adrenalina. Caminaron la capital colombiana por horas hasta llegar a la Zona de Tolerancia. Allí, donde pululan prostitutas ofreciendo sus servicios, donde se consume mucha droga, donde se producen muchos asaltos cada día, ellos buscaban un lugar donde quedarse. El presupuesto con el que contaba no les permitía aspirar a una mejor zona. Encontraron un hostal modesto. Se ducharon. José Rafael estaba insolado, tenía quemaduras en la piel. Era otro. Le tenía cariño a sus compañeros de viaje quienes, en ese momento, después de sacudirse el polvo del camino, se permitieron llorar. 

Hablaron mucho. Igor, el más callado del grupo, al fin expresó la frustración que sentía al no poder proveerle a sus hijos lo que necesitaban. Geraldine dijo que le dolió dejar su hija en Venezuela, recordó los gritos de ella mientras la veía partir: volvió a llorar.  José Rafael los escuchó e intentó sacarles una sonrisa. Bromeó con Igor, le dio ánimo a Geraldine, y dijo que Papelón, tan flaco, “estaba divino”. 

 

El comediante no llegó hasta Perú, como se había propuesto inicialmente. El agotamiento físico no se lo permitió y volvió a casa, donde hoy ve a diario los zapatos y las medias que lo llevaron al viaje más extremo de su vida. Desde entonces, se siente un hombre fuerte, más sensible a lo que ocurre con los venezolanos.  Sigue teniendo contacto con Papelón, Igor, «La Virgencita» y Geraldine. Sabe que están tratando de estabilizarse. Algunas veces cuelga en sus redes sociales información sobre ellos. Algunas veces en Instagram ha hecho llamados para que les den trabajo.

Zandy Aliendres

Periodista venezolana con experiencia en medios impresos, audiovisuales y web. En constante búsqueda de la belleza en medio del caos. Me gusta contar historias.
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