La autora de este texto ha pasado por situaciones complejas a lo largo de su vida, entre las que se encuentra una medida de prohibición de salida del país que le impide reencontrarse con sus hermanos y con su padre, en el exilio por razones políticas. Todo esto la ha llevado por un largo camino de autoconocimiento, que expresa en la escritura de poemas en la piel de otras personas, y que ella llama intervención de cuerpos. Su nombre es Dira Martínez Mendoza y aquí comparte sus reflexiones, que son un testimonio de creación y una mirada sobre el país, otra modalidad de escritura que promovemos en La vida de nos.
Fotografía portada: Zailé Palacios
“Así tiembla un corazón ante el amor, como si sintiera la amenaza de su fin. Porque allí donde despierta el amor, muere el Yo, el oscuro déspota.”
Rumi
La vida tiene caminos desconocidos. Un día cualquiera un sonido estruendoso te despierta, encuentras cada parte de ti en un lugar distinto del mundo, como si te hubiesen picado en pedazos, como si te hubiesen desprendido cada uno de tus miembros.
La primera reacción es el pánico. Paralizado por completo, no sabes qué hacer ni a dónde ir, te invade el miedo a lo desconocido, el asombro de la incomprensión, la manifestación de la palabra atónito. El mundo que tenías ya no está; de la noche a la mañana todo ha desaparecido. Sientes el desgarramiento; nunca pensaste en lo vital de tu sangre, como fluido del cuerpo.
La segunda reacción es el llanto, la lluvia que se desborda en ti. Eres el cántaro que se llena y se vacía, eres el cántaro que al romperse estalla en humedad. Agua vital representando ciclos.
No, el exilio no, el exilio forzado no puede estar en mi casa. El exilio es una palabra, siempre fue irse del otro, lejano, en otro país, en tu otrora propio país, pero no este exilio tan cercano, tan íntimo, tan lejos de cualquier fascinación literaria.
No en tu propia familia, no el exilio de un padre.
Siempre escuché a mis padres hablar acerca del exilio, el exilio de sus amigos, los horrores del exterminio político en el sur, o en cualquier lugar del globo terráqueo, en donde pensar distinto era un pasaporte seguro hacia la muerte.
Durante años escuché a mi padre cantar y tocar con el cuatro “Mar de mi esperanza”; la canción dice:
“Me voy de aquí, quizás no vuelva nunca, me voy de aquí, tal vez yo vuelva mañana, y me llevo mi chinchorro y mi atarraya, pero te dejo el anzuelo de mis sueños en el mar de mi esperanza…”
No sé si profético el asunto, no sé si destino que se repite, no sé si la fuerza de la palabra…
La tercera reacción es la furia acompañada de mil preguntas: ¿En qué momento este país se resquebrajó? El terremoto, el epicentro, la grieta que nos dejó convertidos en dos mitades mirándose cara a cara con odio. El odio no era topográfico, venía de las vísceras, como lava ardiente de un volcán a punto de estallar, amenazaba con destruirlo todo.
Surgió la pregunta vital: ¿Qué hago?
Surgió inesperadamente la trascendencia: ¿Soy yo el país? ¿Por qué estoy rota?
Quisiera unir todas mis partes.
El cuerpo
Algunas veces el poema en una hoja no es suficiente para expulsar un grito.
Empecé una especie de cruzada, buscando a los creativos: Lorena Mata fue una de las primeras; filósofo de profesión, egresada de “La Casa que vence las sombras”, de esas que le pide a los alumnos escuchar una canción de Bob Marley, hacer un análisis acerca de la inmanencia.
Queríamos leer en los barrios, hacer actividades con niños, leerle a los pescadores, y así lo hicimos; sabíamos que si nos quedábamos en la zona de confort sin acercarnos al que considerábamos “el otro”, nos alejábamos cada vez más de la unidad como familia: porque un país es también una gran familia.
La primera intervención de cuerpos surgió en un happening organizado con otros artistas, así es como fue gestándose la primera fase, hasta convertirse en una propuesta de unidad en un país dividido.
Buscaba en cada cuerpo el espejo, que alguien seleccionara un texto de mi autoría por un asunto de identificación de circunstancias. Buscaba sacar el veneno, el dolor de las mordeduras.
Un cuerpo como lienzo, contar una historia a través de la imagen que pudiera convertirse en anacrónica, eternizar cada momento. La palabra se desvanecería, la imagen no. Decirle a ese “otro”, y que fuese un recordatorio en mí, como una voz en off es más lo que nos une que lo que nos separa.
Quería explorar todo lo que tienen una mujer y un hombre adentro, la sensualidad de las formas: en la sinuosidad hay reconocimiento.
Recuerdo una vez en la cárcel de mujeres, una interna me dijo con desdén y lágrimas: “¿Para qué me sirve un poema si estoy entre estas rejas?”. No supe qué decir, me hice la misma pregunta, me sentí como ella, entre esas rejas. Después de la pausa y el silencio reflexivo, pude acercarme, romper su barrera, escribir un par de versos en su piel. Ella escogió un verso de un poema de amor; quizá lo único que desvanece cualquier barrote.
Escribir en la piel es una siembra, el cuerpo es más que geografía, el cuerpo crece entre palabras que entran y salen de él constantemente en forma de creencias de todo aquello que te dijeron que eras, en forma de conocimiento adquirido, rígido en muchos casos, en forma de temores.
El verso a veces es un augurio, también una pregunta sin respuesta:
Si nosotros somos el nacimiento
¿En dónde nos queda el alba?
¿Cuál es el punto exacto en el que encender la luz
ilumina los huesos rotos?
Cuerpo y entorno
Atravesar el río de la memoria. Des (prenderse) la piel, alejarse del milenario, incendiario, sangriento y repetido «lado correcto de la historia». Entrar en las bibliotecas olvidadas: tierra, mar, cielo. Hallar en las escrituras mudas, el nacimiento del huracán que un día fue brisa.
Mirar otros ojos, es mirar el milagro. Tocar un cuerpo es la posibilidad de estremecerlo y estremecerse.
He sentido el encierro de las fronteras, busqué entonces deshacerme en los bordes.
Algo en mí había muerto, algo en mí iba creciendo como una flor recién sembrada
Un cuerpo es más que osamenta y cromosomas, genotipo y fenotipo, dermis y epidermis, terminaciones nerviosas. La naturaleza en nosotros es una gran metáfora. En ella se repiten los patrones fractales en una geometría infinita. Somos parte del mismo diseño universal, en nosotros existe geometría y fractalidad; la tierra dentro de nosotros mismos, el universo en su totalidad. El cuerpo parece a veces un animal constelado, ángel alado, hay un adentro impronunciable, con arrebatos incomprensibles. Algo en mí y en todos en un constante oleaje. En ese choque de mareas algo muere y algo nace, algo se deshace.
Buscaba encontrar el asidero desde adentro, limpiando mis propias aguas iba creciendo mi fuego; aquel fuego alguna vez sin propósito ni dirección empezó a encender una lámpara que guiaba en el camino, supe que estaba volviendo a mí.
Apareció de repente un nuevo contexto dentro del viejo contexto. Otras personas, otros cuerpos. Los poemas seleccionados ya no eran desgarradores, descubrí que el asombro también es fuente de inspiración. Curiosamente las personas que me pedían intervenirse, escogían textos relacionados con la tierra, con los astros, las mareas, luna y sol.
La pregunta había cambiado: ¿Quiénes somos y hacia dónde vamos? ¿Qué lugar ocupamos en el espacio dentro del contexto mundial y universal?
No estaba sola en el camino de autoconocimiento en el contexto de un país atomizado. Todos estábamos en un proceso de transformación y nos estábamos encontrando.
Queríamos tocarnos desesperadamente, desprendernos la piel, hurgar adentro para encontrar respuestas a tantas interrogantes. Queríamos mirar la cara del abismo.
El país en mí dejó de ser país. Adentrándome en los caminos de la tierra encontré fascinada otros lenguajes. No podía asirlos, nombrarlos, pronunciarlos. Puedes medir con un anemómetro la velocidad del viento sin poder detenerlo. Si el viento tiene un lenguaje, es imposible su pronunciación.
Se fueron desvaneciendo mis fronteras, no podía separar mi país del resto del mundo. Un todo integrado, nuestra fragmentación del ser uniendo sus partes, caminando hacia la unidad.
El cuerpo como una caja de resonancia que emite y recibe vibración en consonancia con todo lo que tiene latido, con todo lo que existe y no.
Me sentía cada vez más mujer y cada vez más hombre. Ya no eran dos, éramos uno. Hemos sido máquinas de guerra, siempre combativos, siempre buscando al enemigo externo que ha ocasionado en nosotros innumerables derrotas.
Estés donde estés, vayas donde vayas, tu guerra siempre va contigo.
Durante años pensé que estaba construyendo mi identidad, volviendo al origen, volviendo a mí. Fui traspasando fronteras inimaginables. Después del abismo todo es vaciarse de lo conocido, es abandonar los límites y definiciones para poder lograr la libertad. Somos infinitos. Fuera de los bordes todo es expansión.
Lo que conocemos como la luz en medio de las tinieblas no es nada sutil; es como sostener un relámpago en tu mano. No se trata siquiera de evitar electrocutarse. Sabes que cada impacto luminoso significa la oportunidad de empezar de nuevo y hacerlo con verdadera integración. Es el desvanecimiento del cuerpo y su posterior vivificación.
Lo que pensamos que nos vuelve ciegos por tanto haz de luz, es simplemente la insistencia, dolorosa en extremo, del despertar a otra realidad tremendamente inevitable: sabes que el sol jamás lo podrás tapar con un dedo.
Cuerpo y silencio
Estamos tan desacostumbrados al silencio, que nos asusta su aparición. Todo tenemos que nombrarlo, poseerlo. Somos el país que le tiene miedo al silencio; el miedo sobrepasa cualquier intento de reflexión, cualquier intento de sentir la corporeidad. Sentir, sentirse, sentirnos sin pronunciar palabra.
Somos el país que prefiere tener razón que tener acercamiento, somos el país dividido en islas que quieren hacer manifiestos para la posteridad, mientras la realidad devora todo a su paso.
En el silencio hay aproximación, también en la palabra cuando es sembrada, cuando es oportuna, sin pretensiones de razón. En el silencio hay aproximación fuera de razón y lógica. La primera aproximación se da dentro de nosotros mismos, en mínimos destellos, poderosamente transformadores, desaprender lo preestablecido, mirarlo con otros ojos nos va quitando densidad en medio de una realidad que tiene un peso abrumador. Desde un lugar que no es lo que aprendimos, desde un lugar que tiene latido y en donde no existe el olvido, desde el lugar donde estamos recordando quiénes somos. Desde el abismo es posible recordar la razón de las flores y trascender el demoledor peso de los dinosaurios, la miseria y la historia que se repite como una burla a nuestro intento de controlar lo que viene como una avalancha a darnos la lección más profunda de humildad; no solo frente a lo que conocemos, sino la humildad frente a un orden universal que desconocemos, y brillar finalmente en medio de la oscuridad.