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La fuerza madre de Zaida

María Laura Chang | 10 jun 2017 |
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Luis Rafael Colmenares trabajaba como cajero en un banco de Maracay, en el estado Aragua, y en febrero de 2015 fue detenido por las fuerzas de seguridad, acusado de formar parte de un intento de magnicidio. Zaida, su madre y único apoyo, resuelve a diario para sobrellevar una economía doméstica cada vez más precaria y poder viajar 600 kilómetros para ver, apenas por unas horas, al hijo condenado a cinco años de prisión.

Fotografías: Iván Reyes / Álbum familiar

 

El sol de Maracay arde y son pocos los que este mediodía de abril desean salir de casa. Zaida Pacheco se sienta en el sofá verde botella, que compró hace varios años para decorar la sala de su modesto apartamento, e intenta contener las emociones que le produce recordar todo desde el principio. Se traslada hasta el momento en el que su nieta la llamó para informarle que se habían llevado a su tío, que se habían llevado a Luis Rafael.

Según contó la joven, su tío llegaba a la residencia, tras cargar gasolina a su moto, y notó que había un vehículo oficial frente a uno de los edificios cercanos. Se detuvo a ver qué pasaba y, al advertir que detenían a su vecino Luis Lugo, quiso indagar lo que estaba sucediendo. Unos uniformados se abalanzaron sobre él, golpeándolo fuertemente, y se lo llevaron en una camioneta.

Ese 11 de febrero de 2015 la vida de Luis Rafael Colmenares Pacheco dio un vuelco. En el hogar que compartía con su madre y el esposo de ella, las cosas también han cambiado mucho. Zaida, pensionada y jubilada, contaba con el salario de su hijo para completar los gastos de la casa. Su marido es mayor y padece de un tumor en la próstata. Ella tiene ahora el peso de todas las responsabilidades del hogar.

Pero este giro en la vida de su familia sería llevadero para ella si tan solo pudiera entender. Si alguien pudiera responderle una sencilla pregunta: ¿cómo es que su hijo, un muchacho que aspiraba a obtener una licenciatura pronto, que trabajaba como cajero de un banco y era técnico superior en ciencias fiscales, terminó acusado de algo como un intento de magnicidio?

Si la razón es que su hijo asistió a una reunión en el salón de fiestas de su edificio —a la que acudió invitado por un vecino que conoce desde niño y que luego se convirtió en delator, en “patriota cooperante”—, habría otra pregunta que responderle a Zaida: ¿cómo es que una rebelión o un golpe de Estado puede planearse a la vista de todos en las áreas comunes de una residencia?

 

El uniforme de la Aviación Militar Venezolana es azul oscuro. Quizá por ello es que el supuesto plan en el que inmiscuyeron al hijo de Zaida fue bautizado como el “Golpe Azul”. Cinco personas que pertenecían a ese cuerpo militar y dos civiles, además de Luis Rafael, fueron enjuiciados dentro de una misma causa por el Tribunal Militar Quinto en Funciones de Control. Supuestamente el grupo pretendía atentar contra el gabinete ministerial, el alto mando militar y el Presidente de la República, mediante el empleo de aviones militares.

Las aeronaves que usarían para ello, según dijeron los delatores, respondían al modelo Embraer Tucano (AT-27); los mismos que usaron los rebeldes en el golpe de Estado de 1992, liderado por Hugo Chávez, para bombardear posiciones gubernamentales en Caracas. De acuerdo con el plan, que habrían fraguado en 2015, las acciones se ejecutarían en el desfile del Día de la Juventud, en la ciudad de La Victoria. Y según la investigación preliminar, Luis Rafael sería uno de los pilotos.

De la delación a la condena pasaron 95 audiencias, 36 de ellas diferidas. Zaida recuerda todo. Cada prueba descartada. En todas las disputas legales el ambiente era tenso. Un dejo de resignación envolvía a los acusados y a su defensa, encabezada por Dimas Rivas, representante de los tres civiles y uno de los militares. Sabían, por boca de algunos jueces, que las instrucciones venían de arriba. “Son ustedes o nosotros”, le dijeron en algún momento a Luis Rafael. Entonces, a pesar de que los abogados tumbaran una a una las pruebas en su contra, los acusados no se veían sino tras las rejas.

Una fuerza mayor parecía condenarlos.

De las primeras falacias en ser derribada fue la posibilidad de que Luis Rafael piloteara un avión de guerra. Cuenta Zaida que su hijo no sentía interés por la política, por la vida militar ni por las aeronaves. Pese a que ese punto fue aclarado, aún hoy el joven aparece en ciertas páginas de Internet como primer teniente. Petter Moreno, Ricardo Antich, Carlos Esqueda y Henry Salazar sí tenían ese rango en la Aviación, y Luis Lugo también, aunque ya estaba retirado. Pedro Maury y Jesús Salazar, taxista y carpintero, respectivamente, completan la lista de los “muchachos del Golpe Azul”, como los llama Zaida.

De militar, en realidad, lo único que tiene Luis Rafael es el carácter; heredado, por cierto, de su madre. Durante los juicios nunca permitió que un juez lo intimidara. Con firmeza se plantaba ante ellos, buscaba sus ojos y les hablaba a la cara, con el único fin de hacerlos entrar en razón. Tenía la esperanza de convencerlos de enmendar el error que sus predecesores habían cometido, de culparlo sin pruebas fehacientes.

Puede que esto haya influido en la condena que obtuvieron los civiles. Los tres fueron sentenciados a pagar, en promedio, cinco años de cárcel. Y tras la condena, por instigación a la rebelión, vino el traslado a La Pica, una prisión común ubicada en Maturín, estado Monagas, a más de 600 kilómetros de su casa.

Cuando Zaida llegó allí por primera vez, con el fin de visitar a su hijo, el calor era sofocante. Fue duro imaginar lo que debía padecer Luis Rafael a diario. Antes de verlo debió pasar por la humillación de que la revisaran de pies a cabeza. Y aunque ese es el procedimiento rutinario en las prisiones comunes en Venezuela, ese era el último sitio en donde se imaginaba visitando a alguno de sus hijos.

Al verlo, luego de haber viajado 12 horas en autobús, no pudo evitar llorar. Y le dio los besos y abrazos que por semanas le habían negado. Le dio la bendición y se sentaron a conversar. Evidentemente, el traslado le había sentado mal. Todas las cosas que Zaida se pudo haber imaginado eran posibles en ese lugar.

A los oficiales involucrados en el Golpe Azul los habían ubicado en un área de La Pica en la que comparten con otros ex militares de alto rango y presos políticos, mientras a Luis Rafael lo ubicaron en el ala C. Allí transcurren sus días junto a otros civiles y algunos soldados. Tuvo, entonces, que ganarse el respeto de la gente con la que conviviría y, nuevamente, su carácter le sirvió de bastión.

Ha sido difícil, en cambio, acostumbrarse a las aguas enlodadas que salen por las tuberías o a las tantas “vacunas” que debe pagar para estar medianamente bien: tomar agua potable, guardar alimentos en un refrigerador, dormir en un colchón, o simplemente estar a salvo. Atrás quedaron los días en los que semanalmente Zaida, su hermana o su padre lo visitaban en Ramo Verde, la cárcel militar donde permaneció por un año y ocho meses. Atrás dejó aquel taller de pintura en el que descubrió una habilidad oculta.
El recuerdo, ahora lejano, está colgado en las paredes de la sala de su casa. Un hombre esconde su rostro en el cuello de una mujer de cabellos largos. El abrazo en el que se funde la pareja se repite. La segunda vez, la muchacha da la espalda al observador, y un moño permite apreciar un cuerpo blanco y desnudo. No hay maestría en sus obras, pero se siente una gran carga sentimental.

Los cuadros los hizo durante su estancia en Ramo Verde, y con lo que ganaba por venderlos compraba pasta, arroz, papel higiénico, desodorante, jabón… insumos básicos que no le dan en la prisión.

Pero en La Pica no hay nada que hacer, apenas dan una porción de carbohidratos para comer y los pleitos son a diario. Por eso Zaida no solo reza para que su hijo no se contagie con alguna infección, o porque no le falte agua y alimento, sino también porque su mente pueda sobrellevar los tres años que, según la condena, le quedan por delante. Sabe que su hijo tiene la actitud para no dejarse someter, pero nada es seguro en un sitio como este.

Zaida intenta ser fuerte. No terminaba de reponerse de la muerte de su madre y de la desaparición de su hermano menor, dos años atrás, cuando le tocó enfrentar el encarcelamiento de su muchacho. Aunque suene duro salido de sus labios, la enfermedad del esposo pasó a segundo plano. Con su ingreso mensual, apenas puede comer y reunir alimento para llevarle a Luis Rafael cuando tiene la oportunidad de viajar. En la última visita gastó cerca de 350 mil bolívares para pasar unas horas con él y llevarle un mercado.

En esa ocasión la acompañó José Luis Colmenares, el padre de Luis Rafael. A diferencia de Zaida, él soporta menos la experiencia de visitarlo en la prisión. Cuando ingresó a La Pica no pudo contener las lágrimas, pero también fue un impacto para el hijo ver a su papá tan delgado. Había perdido 20 kilos de peso. El señor ha sufrido no solo el estrés y el desespero por la situación de Luis Rafael, sino también los embates de una crisis económica que hace que la inflación se devore su pensión sin permitirle comprar alimentos y medicinas para mantener su salud. Pasa las noches insomne, llorando.

A Zaida le ha tocado hacer magia. A pesar de ser abogada y contar con 25 años de experiencia en el área de recursos humanos, la diabetes, dos hernias y una osteoartrosis degenerativa que le afectan la columna y la espalda baja, le dificultan encontrar un trabajo que se adapte a sus tiempos y sus capacidades. Se siente la mujer más pobre del mundo, pero con la fe y la esperanza en que esto acabe.

Y con “esto” no se refiere solo a la situación de su hijo.

Ahora también lucha por una Venezuela distinta. Si antes no manifestaba públicamente su preferencia política, tener a su hijo convertido en un preso político le ha hecho asumir una postura que defiende cada día que decide salir a protestar. Ignora sus dolores físicos, lo hace para calmar su tormento.

Zaida se avergüenza por el odio que ha llegado a sentir. En el pasado cuestionaba a quien pudiera engendrar sentimientos tan negros, pero ahora, sin buscarlo, se ha calzado esos zapatos. Solo Dios, dice, puede contener esa carga.

Con dedos fríos, pasa hoja por hoja del expediente de Luis Rafael y se pregunta de dónde sacará el dinero para reimprimir esa cantidad de papeles una vez que vayan a la apelación, si es que la permiten. El Tribunal Segundo de Juicio Accidental Militar, que lleva ahora el caso, no la ha abierto desde que lo trasladaron a la cárcel de Monagas. Sin sentencia firme solo le resta esperar qué llegará primero: la libertad de su hijo o la de Venezuela.

En ello radica toda su esperanza.

 

La defensa de Luis Rafael Colmenares apeló la sentencia en su contra argumentando vicios procesales. La Corte de Apelaciones ordenó un nuevo juicio hasta que, el 13 de junio de 2018, la Asamblea Nacional Constituyente le confirió medidas cautelares y lo puso en libertad, tanto a él como a los otros dos civiles de esta causa. Sin embargo, hasta septiembre de 2018, Luis Colmenares continúa, ilegalmente, bajo régimen de presentación.

SIGUIENTE ENTREGA:
Eduardo y su año de silencio por delante


La vida de nos agradece al Foro Penal Venezolano por su apoyo para la elaboración de esta historia.

María Laura Chang

Periodista caraqueña. Me apasiona contar historias y esto me ha llevado a conocer cientos de realidades. Actualmente, resido en Buenos Aires.
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