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Un círculo que se cerró 13 años después

Ana María Wessolossky | 22 nov 2017 |
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El domingo 9 de febrero de 2003, Ana María Wessolossky, licenciada en computación del departamento de Geofísica de Intevep, recibió una llamada en la que le anunciaban que había sido acusada de terrorista en Aló, Presidente. A pesar de que le recomendaron salir del país, no fue sino 13 años después cuando tomó esa decisión. Como era previsible, Hugo Chávez jamás se retractó de su señalamiento, pero lo que más le duele es que su propia madre, adepta al chavismo, tampoco lo ha hecho. Desde Massachusetts, evoca esos días en otro ejercicio de lo que en La vida de nos denominamos autorrealización a través de la escritura. 

Fotografías: Archivo familiar

 

Y aquí estoy, en la mitad del estado de Massachusetts desde finales de agosto de 2016, siendo una licenciada en computación graduada de la Universidad Central de Venezuela con más de 20 años de experiencia, viviendo el difícil proceso de empezar desde cero en otro país.

Aunque tuve la suerte de contar con el invalorable apoyo de mi familia para poder instalarme, el cambio fue total y absoluto. El idioma, el clima, los olores, los trayectos, las normas, el trato con las personas… No es lo mismo venir a Estados Unidos cuando ya no es por vacaciones. Los primeros meses las lágrimas me brotaban sin darme cuenta. Fue como aterrizar de repente en la Luna y no poder respirar por la falta de oxígeno, luego de tener la dicha de ver todos los días desde mi ventana el verde del Ávila.

Para lograr ser el soporte emocional de mis dos hijos, admirables compañeros de esta aventura, tuve primero que convencerme a mí misma de que “todo va a estar bien”. Es la frase que les repetía como mantra durante el sagrado beso de buenas noches, y la que está estampada en las fundas de las almohadas que nos trajimos desde Venezuela.

Creo que a todos los que hemos emigrado recientemente nos une una motivación similar, pero para cada uno ha sido diferente el momento determinante al tomar la decisión. En mi caso particular, pude haber salido de Venezuela 13 años antes.

 

El domingo 9 de febrero de 2003 regresaba a mi casa caminando con mi pequeña hija, Eugenia, quien estaba próxima a cumplir los 2 añitos. La había llevado a dar un paseo por las plazas cercanas al edificio donde vivíamos, en la urbanización Santa Sofía de El Cafetal, en Caracas. En cuanto llegásemos a casa le daría una merienda y la pondría a dormir. Era mediodía.

Había dejado en casa mi celular. Por eso, en cuanto llegué lo busqué y me di cuenta de que tenía varias llamadas perdidas y un mensaje en el buzón de voz.

Ya para esa fecha mi vida había dado un giro inesperado: estaba plegada al paro petrolero. Desde principios de diciembre de 2002 dejé de asistir a mi trabajo en Pdvsa–Intevep, ubicado en Los Teques. Inesperadamente me convertí en ama de casa y madre a tiempo completo.

Al escuchar el mensaje grabado no entendí bien lo que me decían. Era sobre algo que se comentó de mí en el programa Aló Presidente. En ese instante pensé que era una broma (¡¿qué va a saber Chávez de mí como para mencionarme en su programa?!), así que decidí atender primero a mi hija, y luego llamaría para que me explicaran mejor y así saciar mi curiosidad.

A los pocos minutos recibí una nueva llamada. Era un compañero de trabajo de Pdvsa:

–Ana, ¿viste el Aló Presidente de hoy? ¿Oíste lo que dijo Chávez de ti?

Como mi respuesta a la primera pregunta fue negativa, le pedí entonces que me contara.

De todo lo que escuché, lo que sobresalía era algo que fue un rasgo distintivo mientras gobernó Chávez y aún continúa con el actual régimen: se acusaba sin pruebas y se sometía al escarnio público a quien mostrara no estar a su favor. Al parecer, yo había tenido, sin poder verlos, mis cinco minutos de fama en televisión.

No es mentira cuando dicen que la vida te puede cambiar en un segundo.

Por ejemplo, el 4 de febrero de 1992 Hugo Chávez Frías lideró un golpe de Estado contra el presidente constitucional de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. Y justo en esa fecha, pero 11 años después, fui despedida, a través de un anuncio de prensa de Pdvsa–Intevep, del que fue mi primer empleo.

Ese día, 4 de febrero de 2003, ya habían sido despedidos más de 5 mil empleados de diferentes organizaciones de Pdvsa, en castigo por haber participado en el paro petrolero iniciado en diciembre del año anterior, como una forma de protesta contra el gobierno. Si bien el anuncio de los despedidos de Intevep era algo que se esperaba de un momento a otro, no dejó de sorprenderme que coincidiera con esa emblemática fecha.

Esa misma semana, el sábado 8 de febrero, fue convocada una movilización en Caracas para que participáramos todos los que, hasta ese momento, habíamos sido despedidos. A través de Gente del Petróleo nos indicaron que aquellos que quisiéramos asistir a esa marcha, mostráramos de forma gráfica qué significaba para la empresa, desde el punto de vista técnico o profesional, la decisión de prescindir de nuestro ejercicio laboral.

Yo elaboré una pancarta que resaltaba mis ocho años de servicio así como mi pericia profesional: “Geofísica computacional”. Antes de graduarme, decidí que quería trabajar en Intevep, no solo porque mientras cursé mis estudios universitarios fui becaria de Pdvsa, sino porque era la institución donde podía desarrollar lo que en aquel momento me apasionaba más: la programación científica.

Intevep, al ser el instituto de investigación de Pdvsa, debía desarrollar o adaptar tecnologías para resolver problemas en todas las áreas del negocio petrolero. A principios de los 90, el jefe del departamento de Geofísica, Orlando Chacín, asumió la responsabilidad de formar un equipo multidisciplinario de profesionales de las ciencias básicas (matemáticas, física y computación), la mayoría de los cuales fueron enviados a universidades del exterior para que cursaran estudios de maestría y doctorado. No fue mi caso, pero tuve el privilegio de ser seleccionada en 1999 para estar tres meses en Japón, un país que no produce ni una gota de petróleo pero organiza cursos sobre técnicas de exploración de yacimientos de hidrocarburos para gente de aquellos países que sí lo producen.

Con el tiempo, en Intevep se logró conformar un grupo de profesionales de alta calidad, cuyos conocimientos integrados permitieron crear soluciones específicas para caracterizar el comportamiento geofísico de los diferentes tipos de subsuelo en Venezuela. Yo participé, por ejemplo, en el desarrollo de un programa para visualizar zonas prospectivas, analizando datos volumétricos del subsuelo. Esta herramienta fue utilizada para apoyar la perforación de un pozo exploratorio que confirmó la existencia de un yacimiento de crudo liviano en la costa oriental del Lago de Maracaibo: campo Tomoporo.

¡Y pensar que, antes de trabajar en Intevep, yo creía que un yacimiento de petróleo era como un “charco” debajo de la tierra!

Ese día de la movilización nos concentramos frente a la sede de Pdvsa–Exploración, ubicada en Chuao. Ese lugar se había convertido en una especie de fuerte simbólico de la oposición. Cuando llegué, ya no había tránsito de vehículos en la avenida, entre el edificio de lo que fue la antigua filial Maraven y el Cubo Negro. En el asfalto se aglomeraban muchas personas, entre los despedidos de Pdvsa y los que fueron a demostrarnos su apoyo.

Según las señas que me habían dado, fui directo al punto para los despedidos de Intevep. Junto a mí estaba Hermes Malcotti con su pancarta distintiva. Mi amigo Hermes es licenciado en física, graduado de la Universidad Simón Bolívar y con estudios de maestría en la Universidad de Stanford, California.

Mientras esperábamos que la concentración iniciara su marcha hacia la autopista Francisco Fajardo, se acercó un fotógrafo de la prensa. Nos preguntó si podía tomarnos una foto y accedimos sin pensarlo mucho. En ese momento ninguno de los dos imaginó que precisamente esa foto sería la portada del diario Ultimas Noticias del día siguiente.

 

–…Pero aquí están, vean esta foto. Aquí están, manipulando. “Los rostros de los despedidos”, dicen. Y allí están ahora presentándose como unas víctimas, ¡pobrecitos! Unas víctimas son ahora, con unos cartelones.

El amigo que me llamó cuando volví de caminar con mi hija también me contó que Chávez se refirió a mí sin saber mi nombre y me acusó, sin pruebas, de ser terrorista y de haber cometido actos de sabotaje contra las operaciones de Pdvsa.

Al escuchar a mi amigo, más que curiosidad, sentí necesidad de ver y escuchar en detalles todo lo que había dicho Chávez de mí en ese Aló Presidente del domingo 9 de febrero, así que al día siguiente llamé a Armando Vargas, un amigo que trabajaba como periodista en el canal de noticias Globovisión.

A las pocas horas recibí de vuelta la llamada de Armando.

–Ana, ¿tú estarías dispuesta a aparecer hoy en el programa Aló Ciudadano, de Leopoldo Castillo?

-¿¡Cómo!? Ay, pero Armando, yo te llamé para que me hicieras el favor de conseguirme ese video. Yo no quiero exponerme de esa manera.

–Es que lo que sale en Aló Presidente es material que se trata en Aló Ciudadano.

–Uy, bueno, no sé. Yo soy más low profile. Voy a pensarlo. También lo consulto con Gente del Petróleo y te aviso.

Al cortar, de mi salió un alargado “Ay, Dios mío”.

Era ya mediodía del lunes y tenía que decidirme rápido, tomando en cuenta que el programa era en vivo y salía al aire a las 5:00 pm.

Hablé con Alejandro Izquierdo, uno de los representantes de los empleados de Intevep ante la Asociación Civil Gente del Petróleo. Él sí había visto el programa, por lo que su respuesta fue:

–Ve Ana, da la cara y expresa en vivo todo lo que me acabas de decir en cuanto al injusto escarnio público al que te sometió Chávez al acusarte, sin mostrar pruebas.

Antes de las 5:00 ya estaba en la sede de Globovisión.

Durante el trayecto no dejaba de pensar en lo mucho que me iba a exponer solo por querer ver lo que había dicho Chávez de mí. Afortunadamente, no transcurrió mucho tiempo desde que entré al canal y me vi sentada frente a las cámaras. Creo que eso ayudó a que no me diera tiempo de arrepentirme.

Ya dentro del estudio y como para ayudarme a disminuir el susto, que me imagino traslucía en mi rostro, Carlos Acosta, el compañero de Leopoldo Castillo en el programa, me comentó fuera del aire que había conocido a un tal Alejandro Wessolossky.

–Es mi primo hermano –le respondí.

A minutos de salir en vivo, me di cuenta de que estaba a punto de tener la oportunidad de decir por televisión que esa persona que Chávez había acusado de terrorista, con solo ver su foto en la primer plana de un diario, era yo.

 

Mi presentación tuvo varias interrupciones, porque hacían pases en vivo al reportero que estaba cubriendo una reunión en el Hotel Meliá Caracas entre la coalición opositora Coordinadora Democrática, una comisión del gobierno de Chávez y el ex presidente colombiano César Gaviria. Hasta que llegó el momento, ahí justo frente a las cámaras, en que finalmente pude ver y oír por primera vez lo que había dicho Chávez de mí.

–Una señora, una dama que dice ahí número 865, especialista en geofísica computacional… Yes, sir… Ocho años de experiencia. Y entonces dice aquí: “Despedida por salvar a Venezuela”. Qué maravilla… Fueron despedidos por tratar de destruir a Venezuela, ¡esa es la verdad! Ahora quieren presentarse y hacer unas marchas como unas víctimas, unos corderitos inocentes que no hicieron nada, que no se meten con nadie…

Me resultó curioso verlo mofarse con ese yes sir al mencionar las palabras “geofísica computacional”, aquello en lo que Intevep invirtió en mí para que adquiriera y profundizara en esos conocimientos específicos. En vez de molestarme, sentí lastima por él. Yo, una simple profesional, sin ni siquiera una maestría o un doctorado, era una amenaza para el Presidente. Era evidente que esa mueca de burla la usó para esconder su complejo de inferioridad. Pensé que aquello que en realidad lo amenazaba eran mis conocimientos.

Luego sí me molesté al escuchar todas sus descalificaciones y absurdas acusaciones en mi contra.

–Han sido capaces los saboteadores, han sido capaces los golpistas y los “petroterroristas”, y todos los que pararon, abandonaron sus puestos en refinerías, en barcos, en instalaciones petroleras, etc. Bueno, han sido capaces de apuñalear, de lanzarle una puñalada al corazón de la Patria. Pero han sido derrotados… Y repito, no solo despedidos, es que deben ser EN-JUI-CIA-DOS, llamado que hago a la Fiscalía General de la República, a los fiscales y a los jueces (…) No a la impunidad. Castigo para los responsables de tantos daños que se le han hecho a Pdvsa, al país, a la patria, al pueblo venezolano.

Luego, Leopoldo Castillo me permitió hablar. Recuerdo haber evitado excusarme o defenderme. Más bien lo que quería era develar el acto irresponsable de acusarme en público sin pruebas. Necesitaba mostrar que el poder de un cargo no debe ser usado para vilipendiar el honor de aquellos con quienes se disiente.

Y con esa particular rapidez que caracteriza a los programas de TV en vivo, en cuanto terminé mi corta intervención, salí del estudio.

Ya había pasado todo.

 

Posteriormente quise confrontar a una sola persona, que me conoce bien y es fiel seguidora de Chávez, para que me dijera con quién estaba de acuerdo: mi mamá.

Como era de esperarse, Chávez nunca se retractó de esa injusta acusación. Y, hasta ahora, mi mamá tampoco. Pero de cierta manera, ese episodio fue un final y, también, un principio. Fue el prólogo de un capítulo de mi historia personal que podría titularse: 13 años, mi número mágico para decidir emigrar de Venezuela.

A pesar de que muchos, entre amigos y familiares, me aconsejaron que me fuera del país, yo no lo hice en aquel momento. Y no solo porque no quería irme, sino porque tampoco sentí que debía tomar una decisión como esa, condicionada por el arrebato de las emociones de sentirme perseguida o amenazada.

A un mes de ese episodio viajé sola a visitar a mi hermana Mireya, quien ya vivía en Estados Unidos. Necesitaba recomponerme. Y, por casualidad o por señales del destino, el lugar al que fui esa vez fue el mismo en el que me tocó venir a vivir, en la mitad del estado Massachusetts, 13 años después.

En aquel viaje hubo un día que viví como una epifanía, y me dije a mí misma: no voy a seguir esperando que se revierta mi despido de Intevep. Yo solo quiero (tratar de) ser feliz en Venezuela. Y fue en ese momento que decidí no irme. Continúe ejerciendo mi rol de ama de casa y madre a tiempo completo. No busqué trabajo nuevamente como programadora, y mi crecimiento profesional en el sector petrolero quedó interrumpido abruptamente. Por fortuna, tuve la dicha en el 2009 de ver nacer a mi segundo hijo, Gabrielito; otra razón que hizo ahondar aún más el apego por mi país.

Pero durante esos años padecí in situ el progresivo deterioro de Venezuela. Todos los días me repetía: resistiré en mi país lo más que pueda. Ese umbral lo alcancé a principios del año 2015, cuando las humillantes colas para comprar comida se empezaron a ver por doquier.

Así, luego de aquellos 13 años de resistencia, y ya superado el primer año fuera de Venezuela, hoy entiendo que cada decisión que tomamos es la mejor que podemos tomar en cada momento. Nadie tiene una varita mágica.

Ana María Wessolossky

Caraqueña y autodidacta desde 1969. Aunque estudié computación, he tenido que ejercer muchos otros oficios. Me apasiona crear instantes o ideas para poder conectarme con otras personas. Todavía no soy lo que quiero ser.
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